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Opinión

Ciro Bianchi Ross, entre 'dar un mal paso' y 'salir al paso'

No solo los policías de civil se ocupan de sofocar cualquier movimiento incómodo, también se encargan de eso los intelectuales y los periodistas.

La Habana

Los castristas, esa deriva inservible de los revolucionarios, los comunistas, los martianos, los patriotas y los nacionalistas, estiman el "salir al paso" como un modo de aumentar su relevancia institucional.

"Salir al paso" puede tener muchas acepciones. Cuando días atrás un compatriota encabezó la marcha del Primero de Mayo con una bandera estadounidense, una serie de militares vestidos de civil que llevaban días disponiendo hasta el último detalle de una marcha que debía parecer espontánea manifestación de nuestros obreros, "salieron al paso" del abanderado, y a golpes le redujeron su espontaneidad. Probablemente la única que sobrevivió a la meticulosidad castrense.

Pero hay otras formas de "salir al paso" y una de ellas está reservada a los intelectuales. No tiene que ver con la leña ni el puntapié, se adecua mejor al espíritu fatuo de quienes concilian la inteligencia y el sometimiento. "Salir al paso" y permanecer a ojos de algunos como una persona decente o intelectual de provecho es un arte. Son verdaderos genios de su ejercicio Abel Prieto y Miguel Barnet, un poco menos Pedro de la Hoz, mucho menos Enrique Ubieta —¿quién puede olvidar aquel "¿Para quien la muerte es útil?" con que "salió al paso" del escándalo motivado por el fallecimiento del mártir Orlando Zapata Tamayo?

En ningún caso Ciro Bianchi Ross clasifica en esta modalidad inmoral de ejercicio ciudadano. Por años ha conseguido como pocos que los cubanos conozcamos nuestra historia gracias a que Juventud Rebelde publica cada domingo sus magníficos artículos. Compilaciones de ellos han sido publicadas por diversas editoriales cuyos ejemplares son perseguidos hasta el agotamiento, varios de los cuales me precio de poseer y he regalado a amigos y amigas. Figuras admirables de nuestra historia como el diplomático Cosme de la Torriente, el general mambí, político y criador de gallos de lidia Carlos Mendieta Montefur o el periodista, diplomático y político Manuel Márquez Sterling, son sustraídas por el autor del olvido al que las confinó el castrismo, y restablecidas en su merecida estimación pública.

Por eso cuando días atrás leí su artículo "Ni olvidado ni muerto", dedicado en apariencia a Julio Antonio Mella, me sorprendí e indigné con la lectura de sus últimos párrafos. Allí el autor arremete de forma poco honrable contra la performance "¿Dónde está Mella?", ideada por el artista Luis Manuel Otero Alcántara y realizada el pasado 22 de abril de 2017 cuando el nuevo Hotel Manzana Kempinzki abrió sus puertas.

La obra cuestionada por Ciro Bianchi Ross consistió en pararse en los portales del flamante hotel, antigua Manzana de Gómez, con una caja cubriendo su cabeza y forrada con la imagen del rostro de Julio Antonio Mella. A sus pies exhibía la inscripción "¿Dónde está Mella?". La razón de la obra fue que una estatua del líder comunista fue retirada del edificio como paso previo a su restauración y conversión en el primer hotel de lujo del país, con lo que los militares cubanos, sus dueños, restauradores y beneficiarios, se inmiscuyen en el lucrativo negocio del turismo de lujo.

Luis Manuel Otero Alcántara devino figura pública cuando en mayo de 2016 inauguró el Museo de la Disidencia, iniciativa polémica que hizo coincidir las imágenes de Oswaldo Payá y Fidel Castro, junto a José Martí y Hatuey.

Con preguntas y argumentos pretende Ciro Bianchi Ross difuminar la validez de una iniciativa artística dirigida a despertar la conciencia, no sobre la eliminación de un busto, sino sobre el peligro que corre nuestra historia y patrimonio si es dejada al arbitrio de quienes solo ven en ellos un objeto de lucro.

Asegura el periodista que muchas veces "se preguntó qué sentido tenía el busto de Mella que se emplazó en el cruce de la galería comercial de la Manzana de Gómez, y que se retiró hace siete años, algo antes de que el viejo inmueble empezara a transformarse en un hotel de lujo, y que ahora parece preocupar a algunos". Con ese "algunos" se refiere, sin siquiera nombrarlo, a Luis Manuel Otero. Inmediatamente después agrega Bianchi Ross: "Nada tuvo que ver Mella con dicha edificación", como si Lenin hubiera tenido algo que ver con el terreno en el que se erigió un enorme parque con su nombre en las afueras de la Habana o Karl Marx con un teatro que antes se llamó Blanquita. Decisiones que probablemente también aborrece Ciro Bianchi Ross pero que quizás se guarda para declararlas cuando nuestros militares conviertan el vasto parque en una filial de Disney World y en el Karl Marx, renombrado y también para beneficio del erario castrense, se estrenen los éxitos de la última temporada de Broadway.

"Además era", asegura el periodista, "desde lo artístico, una mala pieza", apoyando su retiro desde la crítica enterada, y contrastándola con otras semejantes conseguidas por manos más diestras. La idea, que es válida, hubiera sido mejor en otro de sus artículos, en el que también analizara la grotesca reproducción de Martí, en yeso o en plástico, por cuanta institución docente, militar, académica, oficial y administrativa hay en Cuba. Quizás mañana, cuando algún miembro de la familia Castro firme una asociación comercial con McDonald's o Coca Cola, y los estúpidos bustos de Martí sean sustituidos por puestos para la venta de hamburguesas y refrescos, Ciro Bianchi realice loas eruditas a la sustitución.

Tal vez desconoce Ciro Bianchi Ross que la humilde militancia cívica de Luis Manuel Otero Alcántara le granjeó la desagradable atención de oficiales de la Seguridad del Estado. Y que fue por trabajar con él en el Museo de la Disidencia que Yanelis Núñez Leyva, su esposa, fue expulsada, inmediatamente después de fundado el Museo de la Disidencia, de la revista Revolución y Cultura donde trabajaba. Una publicación del Ministerio de Cultura, precisamente la institución que debería cuidar con esmero a personas de su sensibilidad.

Pero lo más importante, y que Bianchi Ross debe saberlo la próxima vez que le sugieran con amabilidad que disponga sus teclas a fines tan distantes de su competencia, es que de la misma oficina de la que sale la orden de "salirle al paso" al artista, sale aquella que golpea cada domingo a las Damas de Blanco y que confina en miserables prisiones a cientos de sus compatriotas por expresarse con libertad.

El autor, que tiene autoridad intelectual de sobra y por ello resulta inaceptable esta fallida intromisión en la represión política, debería dejar tan cuestionables instintos a otros que ya en el pasado se han destacado en ello. Silvio Rodríguez, el extraordinario compositor que aprobó con su silencio de diputado el asesinato de los pasajeros del remolcador "13 de Marzo" en 1994; Roberto Fernández Retamar, el poeta que firmó el asesinato expedito de los tres secuestradores de la lancha de Regla desde la membresía del Consejo de Estado; o Luisa Campuzano, precisamente la erudita que consintió la expulsión de Yanelis Núñez de la revista Revolución y Cultura.

Tú no Ciro, tú representas la esperanza de reconstruir la historia de nuestra nación con dignidad y tino. Y si la firmeza de principios es difícil de mantener, está probado que es imposible hacerlo cuando se comienzan estos devaneos con el paramilitarismo y la burocracia.

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