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Sociedad

Hawaianos con timbales

A estas alturas del siglo XXI, los jerarcas del PCC se niegan a reconocer que el obstáculo máximo al bienestar y los derechos de los cubanos es la ideología.

Málaga

Durante los 70 años que duró el reinado del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México, la sucesión presidencial se efectuaba de manera bastante curiosa. El presidente, que por ley no tenía derecho a la reelección, seleccionaba hacia el final de su único mandato a un heredero, cuyo nombre se mantenía en secreto durante varios meses. Al acto de selección se le denominaba "el dedazo" y al elegido, "el tapado".

Cuba, que parece avanzar hacia una modalidad de PRIización poscomunista, tiene ya su tapado, un burócrata del Partido Comunista de Cuba (PCC), de 57 años de edad, llamado Miguel Díaz-Canel, ungido por el dedazo del general Raúl Castro. A pesar de su relativa oscuridad, este presidente in pectore ha dejado algunas declaraciones antológicas, que permiten vislumbrar la hondura de su pensamiento.

Hace unos días salió a la luz un vídeo en el cual el Sr. Díaz-Canel criticaba el recibimiento que un grupo de músicos y bailarinas les ofreció a los turistas del primer barco de crucero estadounidense que viajaba a la isla en muchas décadas. "Una cosa que fue horrenda, una comparsa cubana vestida con la bandera recibiendo un crucero norteamericano. Parecíamos hawaianos", se quejaba el Sr. Díaz-Canel, en plural mayestático. "Aquí no hay que recibir a nadie […] con una comparsa, ni con una actividad cultural", advirtió el tapado del PCC y prosiguió diciendo "eso es tener una mente colonial, sumisa. Todo eso hay que desmontarlo".

Comentario furibundo y desafortunado, compuesto a partes iguales de ignorancia, racismo y chauvinismo, y que revela además un grave sentimiento de inferioridad. Porque eso de otorgar un recibimiento especial al forastero de postín que llega al territorio de la tribu no es padecimiento exclusivo de algunas rumberas cubanas, sino costumbre muy antigua, vigente todavía en casi todas las culturas.

En el País Vasco, al visitante le homenajean con un aurresku o danza ceremonial de bienvenida; en algunas aldeas de Centroeuropa le obsequian con pan y sal, y en el Polo Norte, donde no bailan ni comen pan, pues le autorizan (o le obligan) a acostarse con la matriarca del clan bajo una piel de oso. Cada invitado aprecia el ritual de recibimiento según su oído musical, su nivel de colesterol o su sentido del olfato. Pero la intención sigue siendo loable: agasajar al viajero que ha hecho el esfuerzo de venir desde tierras lejanas para departir unos días con los nativos.

Probablemente los rituales de acogida empezaron a practicarse en el paleolítico, cuando algunos grupos dejaron de ver al prójimo como un animal comestible y empezaron a sentar las bases de una relación más cordial entre los seres humanos. La tradición, que bajo diversas formas perdura en las sociedades modernas como gesto de buena voluntad, tiene muy poco que ver con la sumisión colonial: es un uso de cordialidad, como estrechar la mano de un conocido o desearle los buenos días. Prácticas que forman parte de lo que genéricamente suele llamarse "modales", algo que, al parecer, irrita a muchos mandamases socialistas.

Poco después de que saliera a la luz el vídeo con las declaraciones del Sr. Díaz-Canel, se conocieron los resultados del sector turístico español correspondientes a 2017. En los últimos 12 meses España recibió a 82 millones de visitantes, que gastaron unos 87.000 millones de euros en el país y ahora es el segundo destino turístico del mundo, detrás de Francia y por delante de China y Estados Unidos.

Por supuesto, en la actualidad sería necio comparar el negocio turístico español con el cubano. En territorio y población, España tiene entre cuatro y cinco veces las dimensiones de Cuba, y su PIB per cápita supera los 30.000 dólares anuales, mientras que el de la isla, cuyo cálculo oscila mucho según las fuentes, es netamente inferior a esa cifra. Basta una breve ojeada a los dos países para comprobar las diferencias de nivel de vida entre ambas sociedades.

Para incordio de quienes administran la desmemoria histórica, no siempre fue así. A finales del decenio de 1950, los dos países disfrutaban de un ingreso por habitante casi idéntico. Por esa época, Cuba recibía unos 300.000 turistas al año, mientras que España andaba ya por los tres millones, o sea, diez veces más. Desde 1959 la brecha ha venido ampliándose cada año. El turismo en España se ha multiplicado por 27 enteros mientras que el cubano apenas lo ha hecho por 15. En el capítulo de ingresos, la diferencia es aún más flagrante. Con un aporte de más de 90.000 millones de dólares al año, el turismo español supera con creces al conjunto de toda la actividad económica de la Isla.

Y si la comparación sigue siendo injusta, basta cambiar el todo por la parte: las Islas Canarias tienen una población cinco veces menor que la de Cuba y una superficie 15 veces más reducida. Su oferta turística es básicamente la misma: sol y playa, una tradición culinaria modesta, algunos sitios naturales de interés y unos pocos monumentos, todos posteriores a 1500. Pues con esos atributos, Canarias atrae a 16 millones de turistas cada año y cuenta con un ingreso per cápita superior a los 20.000 dólares anuales, más del triple de lo que Cuba obtiene. Por supuesto, que Canarias se beneficia del enorme mercado europeo. Pero Cuba también podría aprovechar mejor el gran potencial de la América del Norte en su conjunto. La diferencia consiste en que aquí la empresa privada y los gobiernos nacional y autonómico hacen todo lo posible para propiciar la llegada a Canarias de los "colonizadores" ingleses, franceses y alemanes, mientras que el régimen cubano desconfía del visitante, por más que codicie su dinero, y estorba en gran medida la evolución del sector que dice fomentar. A estas alturas del siglo XXI, los jerarcas del PCC se niegan a reconocer que el obstáculo máximo al bienestar y los derechos de los cubanos no es la escasez de recursos energéticos ni la situación geográfica ni la supuesta "mentalidad colonial", sino la ideología absurda y fracasada que siguen imponiendo para preservar el poder. Jean-François Revel lo diagnosticó hace años con una frase lapidaria: "El subdesarrollo latinoamericano es político antes de ser económico".

Año tras año millones de guiris vienen a España a gastar su dinero, encuentran comidas deliciosas, servicios eficaces, buena infraestructura, playas limpias y hoteles acogedores. Ah, y casi se me olvida: también tienen a su disposición muchos tablaos flamencos y otros espectáculos donde los nativos bailan y cantan para solaz del visitante. Es parte indispensable del negocio turístico. Como bien saben en Hawaii, donde recibir al forastero con danzas y collares de flores no se considera un gesto de sumisión colonial, sino un elegante ademán de hospitalidad.

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