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Decreto 349

¿Hay una 'política cultural' en Suiza?

La reforma constitucional en Cuba disimula mal el sometimiento de la cultura al principio fascista-fidelista.

Los Ángeles

Habría que ver la cara que pondría un suizo, un francés, un australiano, un costarricense, un brasileño o un japonés, si le preguntasen cuál es la política cultural de su país.

Creería que su interlocutor le está tomando el pelo. Es más, nadie de la nomenklatura castrista haría esa pregunta fuera de la Isla. Es un absurdo que ni a Kafka se le habría ocurrido. En las sociedades libres no hay política cultural. La cultura es libre o no hay cultura. Solo hay política cultural en las sociedades cautivas, como la cubana, acogotada por un sistema político totalitario.

Por eso el reciente Decreto Ley 349 le da al Gobierno cubano la potestad de decidir quién puede o no ser artista. Ahora el Ministerio de Cultura designa inspectores para que suspendan espectáculos, pongan multas, confisquen instrumentos musicales, cancelen licencias de cuentapropistas, y expropien la vivienda de artistas que "no se porten bien". ¿Hacen eso en Bélgica o en Chile?

Y algo fundamental y muy poco difundido. Detrás de este decreto están las fuerzas armadas y su emporio GAESA. Al Estado ahora le interesa impedir que los negocios privados contraten artistas por su cuenta, y es obvio que se favorece a los militares, dueños de los hoteles y demás instalaciones que generan divisas. No quieren competencia.

Es por ello que artistas cubanos redactaron una cartaDíaz-Canel en la que rechazan ese decreto ley que "criminaliza el arte independiente" y es una agresión a los "valores éticos y culturales". Quieren un diálogo entre artistas y autoridades para derogarlo.

Otros artistas e intelectuales dieron a conocer el "Manifiesto de San Isidro", en la sede del Museo de Arte Políticamente Incómodo, en el barrio de San Isidro, La Habana Vieja, en el que llaman a presionar a fondo para que se elimine la funesta medida anticultural.

Leer o no leer bien el Decreto Ley 349

Para empeorarlo todo, Granma se apareció con la defensa de este atropello, en un artículo firmado por Pedro de la Hoz, sin duda "orientado" por el Departamento Ideológico del Comité Central del PCC, que dirige el Ministerio de Cultura y traza la política cultural en la Isla. Según ese artículo, el decreto es una maravilla y arguye que quienes lo critican no hicieron una "lectura razonada del documento original".

O sea, quien critica es porque no lo leyó bien, pues es perfecto. El autor afirma que la libertad de creación es "uno de los principios irreductibles de la política cultural de la Revolución". Y agrega que esa política es la que trazó Fidel Castro en 1961 en sus "Palabras a los intelectuales", que califica de una "política abierta, plural, antidogmática, enemiga de todos los sectarismos".

Perecería que se burla de todos. Nadie en la burocracia del PCC puede hacer creer que ignora el carácter fascista de aquella arenga de Fidel Castro en junio de 1961 —a tres meses de proclamar el carácter comunista de su revolución— en la Biblioteca Nacional, acuñada luego como "Palabras a los intelectuales". Fue simplemente un plagio que hizo Castro de una frase que Mussolini usaba para definir al fascismo: "Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado".

Fidel, admirador confeso de Mussolini en su juventud, adaptó la frase: "Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada". Fue una amenaza a los creadores cubanos: "Conmigo, todo; contra mí, nada".

Cómo puede hablar de "política abierta" y "plural" ningún funcionario o vocero del régimen, si el propio comandante la cercenó de cuajo en 1961. El colmo es que, con un nuevo ¿presidente?, en vez de dejar que al fin la cultura sea libre como en cualquier país normal, se conviete en ley la asfixia de la cultura cubana, 57 años después.

Mientras se agrava la crisis social y económica en la Isla, la dictadura, en vez de flexibilizar la camisa de fuerza que le tiene puesta a la capacidad de los cubanos para crear riquezas, de cualquier índole, la aprieta más.

Tal y como lo percibía Mussolini, ahora en Cuba ser músico, pintor, escultor, actor, bailarín, escritor o periodista, fuera del Estado, será un delito. Imaginémonos que Plácido Domingo, Celine Dion, Willy Chirino o Carlos Vives están en la cárcel o reciben multas millonarias por actuar por su cuenta.

Poco importa que el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclame que toda persona tiene derecho a expresarse artísticamente libremente y a "la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora".

En Cuba, ese artículo y los restantes 29, son "propaganda enemiga" o "peligrosidad social predilictiva". Este último fue inventado por los nazis en los años 30. En Cuba actuar a espaldas del Big Brother, ese ojo omnipresente que todo lo ve, puede llevar a la cárcel.

Someter políticamente a la cultura cubana

Una de las primeras cosas que hizo Castro I al asaltar el poder fue estatizar los medios de comunicación y los artísticos, todo el sistema nacional de educación, así como expulsar del país a sacerdotes y monjas, y lanzar la mayor operación de lavado de cerebro realizada nunca en el Hemisferio Occidental.

Quedó prohibido decir nada positivo de los 57 años de república "neocolonial" y solo destacar bien la maldad de la "burguesía" y la rapacidad del "imperialismo". Se prohibió leer prensa y libros foráneos no socialistas, tener contacto con extranjeros "no amigos de Cuba". Se silenció a los grandes artistas cubanos que emigraban o eran "gusanos", como Ernesto Lecuona, Osvaldo Farrés o Celia Cruz, por solo citar tres casos.

Fueron prohibidos The Beatles, Elvis Presley, The Platters y toda la música "diversionista" occidental. Se internaron artistas e intelectuales en campos de concentración (las UMAP). En fin, fue una "revolución cultural" (no sangrienta) cinco años antes de la maoísta.

Otra cosa muy importante. Fidel hizo lo que propugnaba Antonio Gramsci. El fundador del Partido Comunista de Italia —más astuto y peligroso que Marx y Lenin— sostenía que para implantar el comunismo y sostenerlo no era necesario una revolución violenta, sino tomar el control de los medios de comunicación, las escuelas y universidades, y acabar con la influencia religiosa en la población. Así lo hizo el comandante.

El artículo de Granma afirma que el Decreto 349 actualiza las normas y preceptos que debe garantizar que el Estado (de nuevo nos tropezamos con el "Gran Hermano" de Orwell) responda a "los requerimientos y exigencias del desarrollo de la vida cultural y social de la nación". ¿Es eso lo que hacen los gobiernos de Austria o Nueva Zelanda, digamos?

Esos requerimientos constituyen, en forma no muy bien disimulada, la vigencia en pleno siglo XXI, del principio fascista-fidelista que somete a la cultura cubana. Paradójicamente, cuando ya el comandante está petrificado en Santiago de Cuba y corren los tiempos del "reformista" Raúl Castro, y de su administrador, Díaz-Canel.

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