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Opinión

El 'estado de bienestar' cubano

El monopolio estatal del comercio surte el mismo efecto en la economía nacional que el impuesto por la corona española en el siglo XIX.

La Habana

Oír hablar del buen vivir al Presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, Esteban Lazo, o a cualquier otro dirigente del gobierno cubano, puede provocar lo mismo ira que risa; suena a quien se aprendió una palabra nueva y desea demostrarlo aunque no sepa de lo que habla. Tras 56 años de mal gobierno se aparecen con la frasecita de moda, sin tener en cuenta que no se puede lograr un buen vivir con un mal gobierno, tal y como han demostrado ser,  sin excepción, los gobiernos comunistas.

El apelativo "estado de bienestar" es usado cada vez más en el mundo, sobre todo en el mundo de las izquierdas, como sinónimo de que todos los ciudadanos merecen un nivel de vida decoroso, es decir, la sociedad en pleno va a tener en ese idílico estado la satisfacción de todas sus necesidades materiales y espirituales; no habrá más pobres sino bienes alegremente distribuidos por honestos ciudadanos servidores de la ciudadanía.

Esa oreja peluda ya es harto conocida, el comunismo trata de cambiar su nombre desacreditado tras cien años de ensayos coronados por sangrientos fracasos, hambrunas, campos de concentración, deportaciones, fusilamientos y más hambrunas. La Unión Soviética, China, Camboya, Corea del Norte y Cuba son ejemplos fehacientes de la inviabilidad de la utopía comunista.

Alcanzar el paraíso en la tierra es el clásico embauca bobos, creado a la medida para quienes prefieren esperar un milagro a tener que superarse y trabajar, y también muy a la medida para quienes pretendiendo erigirse en salvadores de la humanidad, se trepan sobre los hombros de los que crean riquezas, y viven de ellos como garrapatas.

En ciertos países de América (Bolivia, Ecuador) donde se ven algunos resultados en cuanto al "vivir bien", esto no se debe a la gestión del Estado como ente creador de riquezas, sino a que sus gobernantes han decidido, en primer lugar, no abusar del saqueo al erario público, sino poner el dinero devengado de los impuestos en función del desarrollo de infraestructuras, la educación y el estímulo a los nuevos emprendedores.

En segundo lugar, estos gobiernos, a pesar del discurso radical izquierdista, han apoyado a la empresa privada, que a fin de cuentas es la responsable de la producción de bienes y servicios con calidad.

En tercer término, en estos países que muestran mejores índices, se ha limitado el clientelismo, el favoritismo y las coimas. A más transparencia y menos corrupción, más bienestar y desarrollo para la población, algo que más allá de derechas o izquierdas ha sido una asignatura pendiente en Latinoamérica.

Aunque públicamente estos gobiernos latinoamericanos con relativo éxito en su gestión insistan en llamarse socialistas del siglo XXI, en la práctica se llevan a las mil maravillas con la economía de mercado, existe entre ellos una clara conciencia que donde quiera trate de estatizarse la economía, surge la corrupción administrativa y la manifestación de fenómenos como la improductividad, la inflación y el desabastecimiento.

Cuba, a pesar del discurso de sus líderes, está bien lejos de alcanzar el buen vivir: no se puede considerar así el acceso en apariencias gratuito a un sistema de salud deficiente, a una educación politizada y de mala calidad y a un empleo donde el salario devengado es absolutamente insuficiente.

Sin embargo, los líderes cubanos tienen razón cuando apelan a la buena voluntad de los trabajadores para lograr el necesario incremento de la productividad. El gran detalle que les falta es cuando no toman en cuenta que si el trabajador no ve ningún beneficio personal en su esfuerzo y además no tiene libertad, de nada valen los llamados a la disciplina y el orden.

Algo similar les pasó a los esclavos que en su momento levantaron la economía de la Isla; cada vez eran menos productivos, hasta que los propietarios se dieron cuenta que el sistema esclavista de producción, unido al monopolio del comercio por parte de la metrópoli colonial, los llevaba derecho a la ruina.

El sistema socialista de producción al estilo cubano es una variante moderna del esclavismo, y el monopolio estatal del comercio en el siglo XXI surte el mismo efecto en la economía nacional que el monopolio impuesto por la corona española en el XIX.

Bajo estas condiciones, los dirigentes comunistas serán los únicos que vivirán bien en Cuba hasta que se produzca el colapso final del sistema, algo que ocurrirá sin remedio si no se producen verdaderos cambios.

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