Tuve varias historias bajo la égida del mangle.
De niño, en La Coloma,
el imperio feraz de raíces como cúpulas
hundidas en el fango oloroso a cangrejos
protegía del mundo:
manatíes, manjuaríes, corúas
y manta rayas en la línea vegetal
de los manglares rotos una y otra vez
por los ciclones
con una persistencia que se torna fugaz
si atraviesas las sinuosas catedrales de mangle
estructuradas a un todo que avisté a los once años,
rumbo a Isla de Pinos, desde un avión soviético de lona.
Luego fueron los manglares adustos
de la desolación en la renuncia a Cuba
—y los cocodrilos de Puerto Esperanza—
un recuerdo en tono sepia
en el que caigo bajo el agua salobre,
abro los ojos y te veo
entre peces y raíces punzantes
elevar tus ojos claros, Jose, mira
las crías de flamenco, los nidos
de pájaros colgados en el aire
en esa interminable arquitectura vegetal.
Una tatagua dejó el polvo de sus alas
sobre ti, a la salida,
con tu ensarte de peces sobre el hombro,
desnudos entre hojas susurrantes
—él era mayor—
y el mangle exhaló su aliento
de vida y pudrición,
sus raíces curvadas con puntas como sables
que protegen el alma de especies invasoras
y curan mi cuerpo de aquel tiempo,
ágil por el miedo a la vida que bulle
en los confines de la costa inexistente
que limita el manglar.
José Félix León nació en Pinar del Río en 1973. Sus libros publicados más recientes son Patio interior con bosque (Unión, La Habana, 1999) y Palinodia (Ediciones Cauce, Pinar del Río, 2008). Este poema pertenece a un libro inédito.
