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Cine

'Cuando pienso en el cine que hago me siento como un perro jíbaro en el monte cubano'

Eliecer Jiménez Almeida es un cineasta con un propósito muy claro: desmentir el castrismo.

Madrid
Eliecer Jiménez Almeida en filmación.
Eliecer Jiménez Almeida en filmación. DDC

Eliecer Jiménez Almeida es un cineasta camagüeyano con un propósito muy claro: desmentir el castrismo. Un acto de repudio marcó el curso de su vida y su mirada como realizador. Lo conocí en 2015 durante el Festival de Cine de Miami, pero no fue hasta hoy que tuve la oportunidad de conocerle un poco más.

¿Cómo llegas al cine?

Nací en Vertientes, al sur de Camagüey, un pueblo que la historia del cine cubano lo había tocado con un bocadillo en la película Lista de espera (2000, Juan Carlos Tabío), cuando Alina Rodríguez dice: "Chofe ¿usted me puede dejar en Camagüey? ¡Es que voy para Vertientes!".

No fui un niño con una vocación definida, mi padre, a quien le hice un documental, Usufructo (2011), siempre quiso que estudiara algo, cualquier carrera, pero que estudiara. Yo, ingenuamente no entendía por qué. Mi padre, un viejo sabio, con la sabiduría de los guajiros, sí sabía.

En Cuba estudié Periodismo en la Universidad de Camagüey, y me expulsaron, en ese intervalo realicé Usufructo y gané el premio de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños (EICTV) en el Festival de Cine Gibara, me fui a estudiar documental en la EICTV, me gustó y me lo tomé más en serio.

¿Por qué fue que te expulsaron de la Universidad de Camagüey?

En 2008 hice un corto muy malo sobre los baños de la Universidad. Era un problema real y yo, con cierta inocencia, pensé que se podía resolver si hablábamos abiertamente del asunto. Intenté exhibirlo en El Almacén de la Imagen, un festival de cine que se realiza en Camagüey, y ahí comenzaron los problemas.

El mismo día de la presentación fui llevado a la rectoría. Allí estaban la rectora, el decano de la Facultad de Periodismo, el jefe del PCC y el agente de la policía política de la universidad. Me trataron como a un delincuente, me insultaron, intentaron destruir mi autoestima. Pero como decimos los guajiros, caimán no come perro jíbaro. Ellos pensaron que yo me sometería y no fue así.

Me fui a mi presentación, y exhibí mi corto Toilet-ando sin ganas. Al día siguiente mis compañeras de aula me hicieron un acto de repudio, una semana después ya estaba expulsado. Han pasado 12 años, hace algún tiempo me encontré a María Teresa Mojaiber aquí en Miami. Una de las que más gritó aquel día.

¿Cómo fue ese encuentro?

Fue muy raro. En ese grupo éramos 20 muchachas y yo.  Hasta ese día habíamos sido buenos amigos. Sin embargo, han pasado los años y todavía recuerdo los rostros, las palabras, el desprecio, la humillación y lo peor de todo, el placer con que algunas lo hacían. Se veían tan seguras de sí mismas…

Varias de aquellas muchachas se han ido de Cuba, ahora no son tan revolucionarias. Con María Teresa me encontré en el Miami Dade College. Probablemente me saludó con la misma hipocresía de aquella época. Qué habrá significado para ella gritarme: "Defínete Eliecer Jiménez Almeida: ¿estás con nosotros o contra nosotros? La revolución es más fuerte que tú y te aplastamos". Encontrarla en Miami fue incómodo y al mismo tiempo liberador… Me di cuenta  que no sentía odio. Era menos que una extraña en mi vida.

Luego su hermana me escribió desesperada pidiéndome perdón, probablemente pensaba que yo la llevaría a la Corte de Derechos Humanos… por esa razón han deportado a muchas (malas) personas de EEUU. Sin embargo, yo pasé página y ya, no soy como ella.

¿Crees que ese hecho haya determinado tu partida del país, tu manera de encarar el cine?

Mi padre indiscutiblemente… él había organizado mi partida desde mucho antes de que yo naciera. Mi familia había sido de campesinos acomodados y la Reforma Agraria les quitó todo. Yo crecí con el gusano en vena sin darme cuenta. Mi padre detestaba el castrismo. Todo el tiempo me decía que la Reforma Agraria había sido un robo... y yo crecí escuchando la propaganda del sistema y a mi padre, los dos discursos en paralelo.

En un momento, penosamente para mí, prevaleció la propaganda y cuando me expulsaron de la Universidad le pedí perdón e hicimos Usufructo juntos. Decidimos realizar en ese cortometraje nuestros sueños, él sería campesino y yo cineasta. Fue mi manera de hacerle un poco de justicia. Desde ese momento el cine para mí, más allá de los géneros, ha sido un espacio político donde priorizo al ser humano, y trato de adentrarme en el debate nacional para dialogar sobre temas de lo que muchos por oportunismo y/o cinismo ignoran. Casi todo mi trabajo tiene que ver con desmentir el castrismo.

Cuéntame un poco de tu estancia en Nueva York. ¿Recuerdas alguna buena historia?

A través del Centro Cultural Cubano de Nueva York me invitaron a la Universidad de la Ciudad de New York para exhibir varios de mis filmes, conocí muchos sofás y los mejores cubanos de mi vida. Recuerdo en especial el sofá de Enrique del Risco, donde leí toda su obra literaria y me reía como un loco. En su casa comencé a conocer una Cuba diferente y unos cubanos muy especiales. Conocí tanta gente buena, que no caben en mil películas. Son emociones, descubrimientos, acciones que determinan tu vida que no hay maneras de llevarlas a la pantalla. Esto que te digo puede parecer trivial o no publicable, pero yo no conocía la generosidad de los cubanos de esta manera.

¿Cómo llevas vivir en Miami y a la vez no darle protagonismo a la política?

La familia Castro secuestró el país, lo destruyó y lo arruinó. A pesar de eso, con el tiempo vas convirtiéndote en sabio de ti mismo y decides que el castrismo no va a determinar tu vida. Aunque sea un círculo vicioso en el que entras y sales —porque no puedes evitar que la política te roce todo el tiempo— cuando descubres que la mejor venganza contra aquello es vivir bien —y estas viviendo bien—, el castrismo desaparece.

¿Tienes algún nuevo proyecto en el que regreses a esos temas que te son sensibles?

Estoy haciendo Veritas, un filme documental sobre lo que pasó en Bahía de Cochinos. En este proyecto me interesa escuchar las verdades de un grupo de hombres que perdieron la batalla de Girón y ganaron la guerra de la vida.

¿Cómo llegas a tus personajes?

Hice una audición, me reuní con más de 30 de ellos y seleccioné diez. Sus historias personales me parecían cercanas. Elegí personas que me hablaran como mi padre, no con paternalismo, sino con honestidad. Aprendí de verdades y de mentiras. Encontré en ellos la tristeza de los desterrados. Esa tristeza también es la mía.

¿De qué forma piensas contar sus historias?

A través de la contraposición de los discursos. Reciclando el mito del antes y el después de 1959, que en el nuevo escenario de Cuba adquiere un matiz diferente.

¿Hay algo más debajo de esa contraposición?

La verdad de estos hombres. Su sencillez. No hay pose. No hay filosofía. Ellos son lo que era mi padre y lo que quisiera ser como ser humano.

¿Cuánto tiempo llevas trabajando en este documental?

Llevo casi un año. El Museum and Library of Bay of Pigs hizo una convocatoria selecta, y un amigo me recomendó. Me pidieron que les hiciera una propuesta de cómo yo haría un documental sobre lo que sucedió en Bahía de Cochinos. Lo hice, les gustó mi idea, me pidieron ver mi trabajo anterior y eso definió nuestro compromiso. En menos de un mes firmamos un contrato y ya estaba trabajando. Nadie se mete en los resultados, soy libre de ser y hacer el cine que me gusta. No me puedo quejar.

Antes me mencionaste el paisaje de Playa Girón. ¿Qué interesa de ese paisaje?¿Qué ansias mostrar, qué es lo que te llama la atención como cineasta?

Yo no podía hacer este documental si no pisaba la arena en Playa Girón. No me importaron los riesgos y me fui allí a filmar allí. No soy un director de cine que pretende serlo. Siento una energía muy especial cuando miro a través de la cámara. No sé cómo explicarte. Es el instinto, el olfato… Cuando pienso en el cine que hago me siento como un perro jíbaro en el monte cubano. Muerdo callado.

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