Back to top
Ensayo

Virgilio Piñera: un místico posible

'Él es un místico accidental: ser cercano e íntimo de Dios: su cercanía es real, no es alucinógena ni idealizada. No es dogmática.'

Madrid

Pareciera que mística y trópico, que Dios y el "infernal" calor fueran incompatibles; que una isla fuera demasiado pequeña para todo lo que de omnipotencia y omnipresencia hay en la divinidad cristiana. Mas, allí está Golpes de agua. Antología de poesía cubana de tema religioso (compilación de Leonardo Sarría, Letras Cubanas, La Habana, 2008) para probar lo contrario. De la ortodoxia de una Fina García Marruz o de Dulce María Loynaz o Ángel Gaztelu pasando por el Julián del Casal de "El camino de Damasco" y por ciertas zonas de la escritura de José Martí, hasta Roberto Méndez Martínez (y digamos que hasta cierta área heterodoxa de "ese mendigo de Dios" que reconoce ser Jesús David Curbelo), hay una figura siempre omitida en cuanto a panoramas o antologías de tema religioso —que siempre suelen ser bastante generosos a la hora de recopilar y amontonar nombres y poemas.

La obra de Virgilio Piñera trasluce una relación con Dios más cercana y real que la de Fina García Marruz o Eliseo Diego o Dulce María Loynaz… No hay en su escritura una relación teológica ni dogmática construida sobre verdades de fe; ni una cercanía meliflua; ni se advierte impostura ni juego semántico; no hay homenaje ni pretensión de continuar ni inscribirse en el tradicional architema de Dios en la poesía occidental; no hay falsedad ni disfraz lezamiano; ni dictum moral ni misión "apostólica" reconocida.

La poesía religiosa de algunos origenistas fue más partidaria y de filiación que personal. Se advierte una cierta rigidez, un intento de reescribir la tradición teresiana y sanjuanesca más que una experiencia cercana e íntima con ese Dios. El misticismo origenista tiene algo de pose, no es una actitud de vida (como lo fue en el siglo xvi); no nace solamente del encuentro del yo con la divinidad sino de las lecturas, de la fe aprendida: por tanto, hay más de lección que de experiencia. Incluso, la fe comunitaria se alza sobre la vivencia individual: lo corrobora la existencia del grupo Orígenes. Es "la maldita circunstancia del agua por todas partes" (Piñera, 1942) y "esta isla pequeña rodeada por Dios en todas partes" (Eliseo Diego, 1948). De haber tenido un místico la literatura cubana, no habría sido ni Eliseo Diego ni Fina García-Marruz ni Ángel Gaztelu ni Dulce María Loynaz ni Lezama Lima... De haber existido un místico en la literatura cubana habría sido Virgilio Piñera.

Piñera regresa a la tradición cristiana, encuentra en ese Dios no solo a su amante-amado, sino a su enemigo. El amor conlleva rechazo y también dolor. Y allí es donde escarba. Él es un místico accidental: ser cercano e íntimo de Dios: su cercanía es real, no es alucinógena ni idealizada. No es dogmática. No responde a la fe heredada y practicada. No es un asunto familiar ni de amigos. No persigue inscribirse en esa lista que encabezan los santos de Ávila. Su relación con la divinidad es tan real y se da a veces en una condición de igualdad entre los dos que está permeada de contrastes, de altibajos, de repentinos cambios. Piñera no lleva una vida purgativa, no ayuna, no es un asceta, pero ama a Dios desde toda su sensorialidad: es la mística del cuerpo. Su diferencia con el místico tradicional radica, quizás, en que sabe que la noche oscura es su morada, su último fin, y la ama. El ayuno, la oración, la penitencia, la humildad: todos le son extraños. No hay catolicismo origenista. Sin embargo, no existe unión más creíble, más verosímil, más inspiradora y verdadera que la de él con Dios. No hay exaltación ni idealización. No hay alma perfeccionada, sino imperfecta. No hay éxtasis ni estigmas, sino risa sardónica, descrédito, blasfemia, negación, duda, rechazo y afirmación.

La cercanía a Dios en la obra de Piñera es evidente en esa suerte de "fe" interrogada (e interrogante) que cuestiona la vida eterna, el Juicio Final, la Parusía y el Paraíso; el mesianismo, el misterio de la Natividad, la Última Cena; la santidad de los hombres, la gracia divina, la creación; Dios, su naturaleza. Piñera no acepta el dogma, cuestiona; su amor llega a los extremos. Sin embargo, en algún desliz comulga con ese mismo Dios. Y vuelve a Él incesantemente: ya sea a través de cualquier travestismo (irónico, paródico…) o de la mismísima profesión de fe. Alma y cuerpo son un dueto permutable (no fijo). El alma es el doble del cuerpo, su sosias, y viceversa. Allí es donde radica la causa de que en su obra se halle una bifurcación: textos tan dispares que puedan parecen dignos de ser anatema, como poemas de una fervorocidad y ortodoxia increíble. Pues es imposible saber si el alma es el doppelgänger del cuerpo o el cuerpo el de ella.

En su lúdico y desgarradoramente serio "Si muero en la carretera" (1970), parodia a la propia Santa Teresa: la tan alta vida esperada, la muerte en vida (el "muero porque no muero"), se transforma en un juego de palabras como cualquier otro, la fe se vuelve asunto cotidiano, leve: "Si muero, si no muero,/ si muero porque no muero […]/  Si muero porque no muero en la carretera./ Si no muero porque muero en la carretera,/ no me pongan f, no me pongan l, no me pongan o,/ no me pongan r, no me pongan e, no me pongan s,/ no me pongan flo, no me pongan res,/ si muero en la c".

En varios textos de la década del 70, hay un debate entre aceptar o negar la vida eterna: los sujetos líricos y los personajes transitan un mismo proceso: descrédito-fe-desengaño total. En el cuento "Hosanna! Hosanna?" (1975), sucede una aparente resurrección, pero es en vano, no es la Resurrección: los muertos tienen que regresar a sus tumbas. En dos poemas fechados en 1976, "Una broma colosal" y "Un teológico atracón", la Parusía tal parece que va a tener lugar, pero la vida eterna es un "guiso", un engaño: ni el Paraíso del Bosco ni el de Dante existen. La fe es una broma, algo preparado para el paladar. Sin embargo, 30 años atrás había confesado en "Seca lamentación" (1941) que la vida eterna era un fin —"Los muertos viven su descanso,/ ¿no fue para la vida que murieron?"— y que la naturaleza divina era "delicada" —"A cada uno duele su dureza como a Dios la luz./ La afinada manera de Dios/ que todos esperábamos desafinada".  

La cuestión de la santidad humana también le preocupa. En el cuento "El balcón" (1963), el santo adquiere su condición de tal en el acto de cargar en brazos a la gente y dejarlos suspendidos sobre el vacío. La fuerza, el calor humano de esos brazos, la suerte de refugio que forman, son causa de canonización. Sui generis motivo también es el de Rosa Cagí: humillada, ofendida, vilipendiada, postergada y vejada por su amor a un hombre merece figurar en los altares de una iglesia, aunque sean los altares del horror. Mas, como Piñera siempre se debate entre opuestos, la santidad no solo es motivo de parodia y causa de extrañeza, sino que también a veces irrumpe una visión de hombre derrotado, de mendigo de Dios. En dos poemas separados por tres décadas, alude al don gratuito que Dios da al hombre para conducirlo a la santidad, a la salvación. En "La gracia" (1939), define la gracia como ese "hilo sutil de miel que pone gusto/ de cosa sideral a mi desvelo, como asta de luz que mana de la fuente de la vida". Mientras en "Final" (1969), no cabe dudas de que el sujeto lírico se refiere a ese don divino, cuando con un dejo de tristeza confiesa, un tanto cansado y vaticinando un desenlace: "He amado la hermosura,/ pretendido la gracia".  

Piñera es heterodoxo, el dogma le es ajeno. En el cuento "Fíchenlo, si pueden" (1976), el personaje en su androginia tripersonal resume una particularísima visión del misterio de la Trinidad cristiana: tres personas que son una: "Se llama Oscar, se llama Lulú, se llama Bobó. La Santísima Trinidad son tres personas distintas y un solo Dios verdadero; él es tres personas distintas y ningún Dios verdadero".  Esa inclinación sexual del protagonista, esos vericuetos psicológicos de un hombre que se siente tres distintos, que se siente mujer y que es hombre, vienen a ser una explicación travestida de un dogma de fe. Como mismo el comienzo del Génesis es subvertido en el cuento "Lo toma o lo deja" (1947) o en el poema "En arjé en jo logos" (1976).

Su pieza teatral Jesús (1948) resume casi todos los tópicos cristianos que le interesaron. La Parusía es una esperanza falaz: el Mesías moderno solo puede ser una creación del vulgo, un hombre devenido actor circense. La comunión cristiana es solo un ritual donde la sangre y el cuerpo de Cristo son el más corriente vino y un trozo de pan, y nada más. La vida eterna es una mentira y la salvación, también. Los milagros, simples trucos. Solo se puede creer en un no-Jesús, toda divinidad está signada por su negación, por su propia muerte, como ya había advertido Electra Garrigó y el Juez de Falsa alarma (1948). Piñera es una suerte de Pedro que no puede dejar de negar tres (infinitas) veces.

Si en Jesús hay un no-mesías, un hombre corriente elevado a tal condición, en el poema "Ondean las largas banderas" (1944), el mesías es un caballo; en "La bomto abámica" es la misma bomba atómica. Del caballo a la bomba atómica, la figura del Mesías se desvanece en el descarnado "Pequeño poema de Navidad" (1953), cuando el sujeto lírico se interroga: "¿Naciste ya, Señor?/ […] ¿esperas la señal/ del dolor para venir al mundo?". En los últimos versos, el no-nacimiento se transforma en la incapacidad, en la renuncia a la misión salvífica de Cristo: "Y tú, Señor, también/ a tu padre le pides/ la venida a la tierra de un salvador del mundo".  Esta es la más cruda y desolada voz del autor, que ya no se esconde tras la risa ni la parodia, sino que se identifica, es imagen y semejanza de Cristo, pero de un Cristo inútil, inmóvil, innecesario e inexistente.

Piñera es capaz de irrumpir con cierta hilaridad cuando habla de Dios. Su lamento siempre es entrecortado por la risa, mas una risa que deviene mueca. Lo popular contamina lo serio, los aforismos se imbrican con las verdades de fe. La Creación se revela desde la inconmensurabilidad de lo tropical: "En el falo de un negro la Creación se muestra" ("La isla en peso"). Justo en medio de una situación seria, ontológica y trascendente, irrumpe la cotidianidad más irreverente como en "La gran puta": "Me pareció que llegaba el Apocalipsis,/ pero justo en ese momento oí: '¡Maní tostao, maní!'/ y metían por mis ojos anegados en lágrimas/ un cucurucho de voluptuosidad cubana".  

La obra de Piñera fue la de un místico (o la de un no-místico): la del ser que no puede comprender(se) sin Dios. Su relación más cercana fue esa: la relación con una divinidad (con un no-Jesús, los no-dioses de Electra, o con el Cristo de la carne). Lo que niega las palabras de Antón Arrufat en su prólogo a La carne de René (1952):"la obra de Piñera carece de trasfondo religioso". La obra de Piñera es toda una búsqueda religiosa. Una búsqueda quizás estéril, pero búsqueda al fin. Una búsqueda que acaso no conduzca a ninguna certeza sino a esa oscuridad que es nuestro sino, pues "Toda madre/ más que dar a luz, da a tinieblas".  

En su novela La carne de René, el protagonista es una suerte de Mesías. Mas, es el mesianismo de la carne. Cochón, el predicador de la escuela a la que asiste René, no duda en afirmar: "la crucifixión fue su hartazgo supremo. Ergo: Cristo no murió en la cruz por su amor a los hombres. Ergo: Cristo murió en la cruz por  amor a su propia carne". Se trata de la iglesia del cuerpo, del misticismo del cuerpo. Piñera sabe que hay que dar un giro, que hay que colocar el cuerpo en lugar del alma y otra vez recolocarlos ad infinitum.

Y también hay que rechazar la invitación de Dios: esa es nuestra verdadera naturaleza. Allí está ese personaje incidental de Presiones y diamantes (1967), Gorriti, quien es comparado con el hermano de Marta: es una "versión moderna de Lázaro, de un Lázaro que se niega a la invitación del Señor: 'Levántate y anda'". Mientras que es el protagonista de la novela Pequeñas maniobras (1963), Sebastián, el hombre que se niega a la salvación, el que no quiere ser resucitado, otra contrapartida del Lázaro bíblico.

Sin embargo, hay una visión ortodoxa, en sentido cristiano, en otros dos poemas: "El resultado" (1962) y "Si ya tan solo esperamos" (1972). El primero de ellos es la confesión de una fe: el arrepentimiento de los pecados, la acogida de Cristo, la reconciliación, el resarcir el mal y la comunión final entre Dios y hombre, Mesías y pecador: "Después me sentaré a la mesa/ para comer del pan sagrado:/ yo lo partiré negro,/ tú me lo darás blanco". Mientras que en "Si ya tan solo esperamos" el sujeto lírico se confiesa expectante del Juicio Final ("si ya tan solo esperamos el Juicio Final") y afirma que "solo nuestra certeza es/ de acuerdo con la Biblia/ reunirnos en el valle de Josafat". Y ante tales constataciones, distendido, (se) insta a contemplar "la vida terrenal/ frente a la puesta de sol".  

Donde parece haber una extensa profesión de fe es en un poema poco conocido: "Tienes que amarme", un texto que bien pudiera haber sido antologado en Golpes de agua. Antología de poesía cubana de tema religioso y que no solo es una rara avis dentro de la obra de Piñera, sino también en la tradición de la poesía religiosa cubana. A pesar de que no hay en la obra de Piñera lo que pudiera llamarse una zona mística delineable, sí hay una religiosa: heterodoxa, irreverente y sardónica, como se ha demostrado. Mas, el texto "Tienes que amarme" es de un misticismo ortodoxo: goza del éxtasis participativo, de los tradicionales roles de amante y amado, del diálogo entre Dios y el alma, de las perturbaciones místicas.

"Tienes que amarme" se divide en ocho partes numeradas, en las que se alternan la voz del sujeto lírico (el hombre-el alma) con las de su interlocutor: Jesús-Dios (se maneja la concepción trinitaria). En la primera parte del poema, Dios se dirige a ese hombre y le pide que lo ame como retribución de su amor inconmensurable para con él: el costado herido, el corazón que sangra, la cruz, los clavos. La segunda parte es la respuesta a tal petición: en la que el sujeto lírico se confiesa como un ser caído, indigno de tan grande amor. La tercera parte termina con una paradoja tan del gusto de la poesía mística: "siendo yo tu Dios todopoderoso, yo puedo querer,/ mas yo no quiero más que poder que tú me ames".

La cuarta parte está permeada del descrédito del sujeto lírico, quien no se atreve a creer lo que escucha: balbucea, increpa y se queda anonadado ante la identidad de su interlocutor: "¡Cómo! Yo, yo, ¿poderte amar? ¿Estás loco?/ ¿Padre, Hijo, Espíritu Santo?". Esa petición perturba al hombre, que confiesa su debilidad ("Yo tiemblo y no me atrevo") y luego, como el místico, confiesa su inmerecimiento:"Soy indigno de ti".

En la quinta viñeta, Cristo le corrobora que Él es todo grandeza: el nuevo Adán, el amor sempiterno que es fuego devorador, la cruz izada y victoriosa; mas nada de ello le basta, pues día por día y eternamente su pensamiento es que el hombre lo ame. En esta quinta parte, se revela la identidad del sujeto lírico, cuando Cristo se dirige a él como "pobre alma abandonada". La sexta viñeta descubre las tres preocupaciones que atormentan al hombre: el miedo de responder a la proposición de Dios ("Tengo miedo"), el no saber cómo retribuir al pedido ("¿Pero, cómo yo,/ me haría, Dios, tu amante?") y la duda sobre la veracidad de esta petición ("Pero recibir el celestial abrazo,/ ¿es posible?").

La séptima parte muestra todo el itinerario que debe seguir el hombre para convertirse en amante de Cristo. Ir a la Iglesia: "deja que vaya la ignorancia indecisa/ de tu corazón hacia los brazos abiertos de mi Iglesia". Acudir al sacramento del perdón, a la confesión de los pecados. Aproximarse al altar para comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo: "ven a mi mesa/ y te bendeciré con una cena deleitable/ y beberás del vino de una viña inmutable". Y finalmente, mantener la fe y asistir a misa: "¡Después, ve! Conserva una fe modesta en este misterio/ de amor por el cual yo soy tu carne y tu razón,/ y sobre todo vuelve a menudo por mi casa,/ para en ella participar del vino que sacia la sed/ del Pan sin el cual la vida es una traición", hasta convertirse en un cristiano, en un hombre que actúa y vive teniendo como ejemplo a Jesús: "llegar a ser un tanto parecido a mí/ que fui […] igual a ti/ ¡para sufrir y morir de una muerte infamante!"

Este camino de fe tiene una retribución para el hombre: "Y para recompensar tu celo en estos deberes/ […] yo te haré gustar en la tierra mis primicias,/ la paz del corazón, el amor de ser pobre, y mis noches/ místicas". Estas noches místicas son el mayor regalo, el culmen de la relación entre amado y amante: "el espíritu se abre a las dulces esperas, cree beber […] en el Cáliz/ eterno, goza la música de mis alabanzas para siempre, el despertar sin fin en mi caridad, el éxtasis perpetuo y logra estar dentro de mí". Esas noches místicas tienen un carácter sempiterno: "el cáliz eterno", el "para siempre", el "sin fin", lo "perpetuo"; y en ellas se consuma el encuentro amoroso: en el que el amado logra "estar dentro" del amante.

La octava y penúltima parte de "Tienes que amarme" confiesa la turbación de los sentidos que experimenta el sujeto lírico ante el encuentro con la divinidad: "¿qué me pasa?", se interroga a sí mismo. Y todas las respuestas son contradictorias: llora de un gozo extraordinario, "tu voz/ me hace como bien y mal a la vez, el éxtasis y el terror de ser elegido". Y en la novena y última división del poema, en la que toma la palabra Dios, tiene tan solo esa amarga y lapidaria sentencia: "¡Pobre alma, eso es!". Declaración de nuestra naturaleza incompleta. Declaración de una posible filiación mística de Piñera.


"La bomto abamica" y "Tienes que amarme" aparecieron por primera vez en la revista Albur (ISA, La Habana, año III, número V, 1990).

Sin comentarios

Necesita crear una cuenta de usuario o iniciar sesión para comentar.