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Ensayo

Casualmente Casal

'Como Moisés, Julián del Casal solo pudo contemplar la tierra prometida. Muchos de los poetas cubanos que le sucedieron, epígonos casi todos, no lo supieron: creyeron ingenuamente que él la había pisado, habitado incluso; de ahí que adoraran a un Casal improbable, a un Julián que nunca existió.'

College Station

En un contexto en apariencia moderno, a pesar del tardío aire romántico todavía reinante, en un paisaje de insuficientes formas, Julián del Casal intentó construirse una forma de vida antimoderna; esto es, demasiado moderna. "Los antimodernos son los modernos en libertad" (Antoine Compagnon), y Casal se construyó una "libertad" que le permitió, sin dudas, ser un raro en su horizonte/expectativa de época.

Pero Casal no llegó a trascender su marco, porque su libertad moderna fue de llevarse puesta, en el cuerpo, como el famoso kimono que usaba; también su modernidad fue la del coleccionista, aquella que Walter Benjamin detectó en el París de Baudelaire; a saber, una modernidad que radicó en "el afuera del texto", pero apenas en él. A pesar de que, como relató su amigo Ramón Meza, "leía y escribía en un diván con cojines donde resaltaban, como en biombos y ménsulas y en jarrones, el oro, la laca y el bermellón", Casal no llegó a trasladar esos elementos enrarecidos que lo rodeaban (tiempo y espacio exteriores) a la sintaxis del poema; es decir, a los campos de fuerza y tensión del poema.

Modernidad vivendi, no textual.

Eso: Casal fue ante todo escritura de un modus vivendi, presencia externa que lo salvó de lo que quizá sus poemas por ellos mismos no hubieran alcanzado. Ya José Lezama Lima lo formuló de este modo: "Casal tiene que trasladar la poesía, ya que no podrá alcanzar la felicidad de la obra, a una constante prueba de actitud poética, de vida poética". Poema y Vida que en Casal son inseparables. Razón que acentuó su inmadura modernidad: el sujeto lírico moderno —está por supuesto en Baudelaire, estuvo sobre todo en Mallarmé, Valéry, Benn— logró que el poema se pensara a sí mismo; sujeto que pudo mirar a la vida desde el poema.

Amputarle uno de esos miembros —Poema, Vida— a Casal, conllevaría a mal situar al poeta de Nieve fuera del marco de las condiciones históricas y estéticas que lo determinaron. Sería, consecuencia aún más terrible, condenar a Casal a lo que realmente fue condenado: a ser la voz (el tono) más presente en toda la tradición poética cubana posterior a él. Casi todos los mejores poetas cubanos durante la primera mitad (y todavía más acá) del siglo XX, o fueron generalmente epígonos del verso casaliano, u otros imitaron —al menos trataron— su modo de vida. Muy pocos lo asimilaron desde la conjugación de Poema y Vida. Y lo que ha sido peor: muy poquísimos detectaron que incluso el aprovechamiento de dicha conjugación resultaba insuficiente.

Por ello, la Borrero, Boti, casi todo Poveda, Ballagas, Florit, Brull… fueron buenos poetas insuficientes. En sus poemas, en cualquiera de sus poemas, siempre deambula, con kimono o completamente en cueros, casualmente Casal. 

Ya en su "Oda a Julián del Casal", Lezama lo había señalado: "Las formas en que utilizaste tus disfraces,/ hubieran logrado influenciar a Baudelaire". Ojo: se habla de disfraces, no de poemas. "Porque Casal, eligiendo su destino con la máscara del Conde Camors, no pudo abrir ningún reverso en su circunstancia", leemos en el ensayo "La opereta cubana en Julián del Casal" (incluido luego en Los años de Orígenes) de Lorenzo García Vega.

Algunos cuentan que Casal caminaba, que era un paseante, un hacedor de rondas en las noches habaneras. Otros lo describen —ya lo leímos en la cita de Meza— en "su celda" llena de japonerías. Y sí, el Casal de a pie podía estar en ambos espacios (exterior e interior) indistintamente, pero al Casal poeta le fue negado escuchar los ruidos del afuera con el oído interno, incapaz de renunciar a/ir más allá de esa colección de entidades poco más que decorativas. Casal no pudo más que mirar "a través del cristal de mi ventana/ por lo rayos del sol iluminado". Bastante lejos quedó ese mirar del de "Les fenêtres" de Mallarme: "Me miro y me veo ángel, desfallezco y deseo/ —Que el vidrio sea el arte, o sea el misticismo—".

Por su lado, Virgilio Piñera, quien careció de la gracia de lo lírico, aunque tampoco la necesitó, vio "a Casal/ arañar un cuerpo liso, bruñido./ Arañándolo con tal vehemencia/ que se rompían" para mostrarle (mostrarnos) "que adentro estaba el poema". Y esa visión de Virgilio, con la que pretendió vestir a Casal con las vestiduras del Dante, y en la que se asiste a una inversión de roles: Dante guiando a Virgilio, se nos presenta al poeta de Hojas al viento en su real dimensión.

¿Por qué?

En los versos de Piñera, Casal está afuera del poema; lo muestra/vislumbra pero desde el exterior. Ese "cuerpo liso, bruñido" le rompe las uñas. Casal, bien lo supo el autor de Aire frío, jamás pudo hincar sus uñas en el poema, jamás alcanzó a habitar en la casa del poema. Como Moisés, Julián del Casal solo pudo contemplar la tierra prometida. Muchos de los poetas cubanos que le sucedieron, epígonos casi todos, no lo supieron: creyeron ingenuamente que él la había pisado, habitado incluso; de ahí que adoraran a un Casal improbable, a un Julián que nunca existió.

Y es cierto: casualmente llegó Casal a acercarse a la Modernidad, pero repitámoslo: solo alcanzó, con lo justo, con bien traída ligereza, a llevarla puesta. Parches, en vez de epidermis. Perfumes de ventorrillos chinos ("chinerías encantadoras", habría dicho él), en sustitución de parisinas esencias aromáticas. Fue él ante todo un romántico a destiempo que sufrió —Bustos y rimas de por medio— tibias sacudidas de frialdad moderna. De hecho, tales espasmos apuntaban más a una tímida atmósfera parnasiana, que a una temporada de infierno marsellés, o una "comarca de nieve" mallarmeana.

No obstante, la suya fue una mente preclara: de haber llegado a estar en cuerpo presente en el París del Spleen, de la Modernidad, ello le hubiera significado mirar a los ojos de la Medusa. Solo le fue dado "el impuro amor de las ciudades", y no la ceguera luminosa de lo Moderno. Por ello evitó, dineros aparte, conocer la tumba de Baudelaire o probar la absenta con la que Verlaine calmaba su sed, quedándose apenas (a salvo) en el atrasado Madrid de Bécquer. "Porque si me fuera, yo estoy seguro que mi ensueño se desvanecería, como el aroma de una flor cogida en la mano", escribió con ese tono romántico que siempre acompañó su escritura, a pesar del baúl lleno de modernas resonancias francesas que le diera el Conde Kostia. 

Julián del Casal, como Manuel de Zequeira, fue un coleccionista (muchos en la época lo fueron) de seudónimos. Alceste, Hernani, El Conde de Camors. Sin embargo, la locura de Zequeira no estuvo en Casal. Y por supuesto, tampoco tenía por qué estarlo. Pero sucede que aquella locura de Zequeira trajo bajo el brazo locura lírica, e intuiciones que en Casal no llegaron a expresarse. Lo impidió el tono demasiado febril (todavía romántico: "Como la llama de escondido faro/ Que con sus rayos fúlgidos alumbra/ El vacío profundo de mi alma") del sujeto poético casaliano. El gesto neoclásico en Zequeira fue exorcizado hasta tal punto que terminó presa de la invisibilidad, como sombrero sobre la cabeza del poeta. Cuando Casal parecía que iba a alcanzar el quiebre y desapego modernos ("Con el rumor creciente de sus frases/ Que brotan"), sobrevinieron la risa y el buche de sangre, acudieron las Parcas. 

El verso final del poema "Introducción", con el que inicia Nieve —"En las amargas ondas del olvido"—, está todavía invadido de aquellas nieblas románticas que inundan el Der Wanderer über dem Nebelmeer del pintor alemán Caspar David Friedrich, cuadro que es todo un símbolo del ideal romántico. "¿Quién que es no es romántico?", se preguntó Darío, dejando por sentado que el modernismo —su modernismo— era materia de continuidad y además gesto renovador. Casal no alcanzó a (no podía) formularse semejante pregunta, porque esa es pregunta que nace en/desde la escritura, poema o prosa adentro; a saber, desde las (des)armonías prosódicas y tonales que habitan en versos y entreversos.

Aquel "Náufrago bergantín de quilla rota" del poema "Marina", por un lado demasiado inundado estaba todavía de esas brumas del cuadro de Friedrich; y por el otro, demasiado "constelado/ de diamantes, rubíes y zafiros" de un modernismo —que no necesariamente Modernidad— que en sus inicios mismos ya era retórica gastada. Y el material poético con el que traficó Casal, era —si bien "contemporáneo" a él— de segunda mano, estrujado, usada vestimenta nueva.

De haber sobrevivido Casal unos años más, ¿habría llegado al menos a intuir esa "infinita colisión compleja" de Herrera y Reissig? Quién sabe. Tampoco importa. De hecho, la anterior es pregunta que sobra, por falaz. Las islas son islas y los sures, en su profundidad borgeanos.

Casualmente vino Casal para quedarse, para darle algo de color a un paisaje insular de insuficientes formas, para darle una pobre densidad moderna al aire romántico todavía reinante en su tiempo. "Mitad ciruelo y mitad piña laqueada por la frente", nos lo presentó Lezama Lima, pidiéndonos paciencia, la pobretona paciencia (rebosante de frutas) del espejo de Silvestre de Balboa. "Déjenlo, verdeante, que se vuelva", (nos) pidió también Lezama encarecidamente, para legitimarse, para salvarlo.

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