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Censura

'Santa y Andrés' y la 'intransigencia revolucionaria'

Cuba no puede salir de la encrucijada en la que está si persisten los censores de una película como la más reciente de Carlos Lechuga.

La Habana

La decisión burocrática de no permitir la exhibición de la película Santa y Andrés del realizador cubano Carlos Lechuga en la 38 edición del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana es muestra del continuado predominio de la absurda y esquemática "intransigencia revolucionaria" en los no tan nuevos parametradores de la cultura cubana.

La película va a llegar a la gente, más tarde o más temprano, con toda su carga humana, no "contrarrevolucionaria", como quieren presentarla los inquisidores de la reacción oficial, haciendo polvo la oposición de la burocracia a la liberadora energía humana que subyace en todo cubano y que "la revolución" ha tratado de aplastar, para mantener al pueblo dividido y continuar la hegemonía de una casta que se ha creído con poder para decidir sobre lo que deben hacer y pensar los demás. Y esa es la causa real de la prohibición.

El filme libertario de Lechuga presenta, simplemente, cómo los sentimientos y valores humanos de dos personas aparentemente tan distintas y hasta opuestas, llegan a reconocerse y a romper con los esquemas prediseñados por la política oficial, determinada por los guardianes ideológico-culturales que pretenden barreras infranqueables entre los "revolucionarios" y los "otros".

Con un "claro sentido del momento histórico" (acaba de fallecer el paladín de la intransigencia revolucionaria), los custodios de la anticultura reaccionaria instalada en la superestructura "revolucionaria" argumentaron que el filme no sería presentado "para defender a un pueblo y una gran causa"

Si la cinta defiende la libertad, la amistad, el amor y las relaciones humanas por encima de las políticas e ideología, entonces estos nuevos inquisidores entienden que el pueblo y esa gran causa, que no se define, se contraponen a esos valores humanos universales. De donde se entiende que su concepción de ese pueblo y de esa causa, no tiene nada que ver con la que tienen los revolucionarios, demócratas y socialistas a través de la historia y, en todo caso, se relaciona con la idea maniquea, extremista, antidemocrática y maquiavélica que subestima y demoniza todos esos valores humanos, por "subversivos" y no funcionales al sistema totalitario.

No es nada nuevo. Ese ha sido el enfoque sectario presente en el discurso "revolucionario" sobre las relaciones humanas e interpersonales, para mantener la pueblo cubano fragmentado: "revolucionarios/contrarrevolucionarios", "los de dentro/los de afuera", "religiosos/ateos", "homosexuales/heterosexuales", "habaneros/orientales", "cultos/incultos", "blancos/negros", "viejos/jóvenes" y así por el estilo, procurando siempre mantener a la gente enfrentada, todo por encima de los valores humanos.

Es la forma de hacer realidad aquella antiquísima estrategia del Imperio Romano: divide y vencerás.

Es también la muestra de la indisposición oficial al diálogo de la nación que tanto necesitamos.

Difícilmente Cuba pueda salir de la actual encrucijada si los enemigos del diálogo, del encuentro humano, de la reconciliación entre los cubanos, como estos inquisidores, perseguidores de revolucionarios, adversarios o simples pensadores, siguen teniendo algún poder, por cierto, otorgado a dedo.

Confío en que más temprano que tarde, Cuba se abrirá a la democratización y entonces las ideas humanistas y libertarias que defiende Santa y Andrés predominen entre los cubanos.

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