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Alimentación

'Lo que tú tenías era sed, no hambre'

¿Por qué en Cuba, a diferencia de Venezuela, la gente no come de la basura y los niños no se mueren de hambre?

Miami

El reciente trigésimo séptimo periodo de sesiones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) celebrado en La Habana y la asunción de ese país como presidente pro tempore del organismo de Naciones Unidas, ha sido publicitada por la prensa oficialista cubana como un reconocimiento al desarrollo humano de la Isla.

Todos los invitados extranjeros, desde el secretario general, Antonio Guterres, hasta el representante de la FAO, pasando por la señora Alicia Bárcena Ibarra, secretaria ejecutiva de la CEPAL, han evaluado positivamente el desempeño económico del sistema, según los medios informativos cubanos. Pero llama la atención, entre todos los pronunciamientos, las supuestas declaraciones del funcionario de la organización que tiene que ver con la producción y distribución de alimentos, que ha elogiado la seguridad alimentaria en Cuba.

Hay dos preguntas de cajón que se les hace a los cubanos en el exilio cuando se comparan los regímenes de Cuba y Venezuela, ambas dictaduras de corte totalitario o en camino a ello, como en el último caso. Una es por qué en la Isla nunca se ha visto una represión tan sanguinaria como la sucedida en Venezuela hace un par de años. La otra: si se dice que hay tanta escasez y hambre en Cuba, ¿por qué la gente no come de la basura y los niños no se mueren de hambre?

La respuesta a la primera pregunta bien daría para otro artículo. La segunda es fácil de responder para un cubano, pero difícil de entender para alguien que no haya vivido allí. Si el oficial de la FAO se refiere a seguridad alimentaria como que el Estado ha sido capaz de garantizar unos mínimos calórico-proteicos a toda la población durante 60 años, tiene toda la razón. Para dar esa imagen y no la de Venezuela, el régimen se ha valido de al menos tres estrategias.

La primera de ellas fue la libreta de abastecimiento, surgida el 12 de julio de 1963 y la creación de las Oficinas de Control y Distribución de Alimentos (OFICODA). La libreta, como se le conoce en la Isla, acumula más chistes que Pepito o el fenecido líder. Ha ido de más a menos, y a la altura de seis decenios, tan famélica como emblemática, nadie se atreve a darle el tiro de gracia.

Más que para garantizar alimentos, hoy la libreta es una especie de terapia social: al menos "toca" algo. Es, además, un modo de control. Darse de baja o alta en la libreta de abastecimiento es un proceso de connotaciones legales, pues es el documento que atestigua donde vive el ciudadano.       

La segunda estrategia ha sido una consecuencia, y puede que no prevista. Al convertir toda la economía privada en estatal, e intervenir los pequeños negocios y la ganadería mayor, una amplia red de mercado subterráneo compuesta por cientos de carniceros, bodegueros, almaceneros y choferes de transporte de alimentos y bebidas garantizó lo que la libreta y el Estado no podían. Cada cubano sabe bien que no puedes disgustarse con el bodeguero o el carnicero que le "toca". Ellos hacen como que no roban, y el Estado como que los controlan.

La tercera maniobra ha sido una mezcla de ingenio tropical con picardía peninsular, porque de España nos viene. Desde los primeros años de la revolución, los ministerios dedicados a la producción y distribución de víveres han inventado "cosas" masticables de disímiles y originales procedencias. La propaganda ha servido para sustituir el clásico menú cubano de viandas, frutas y carne roja por pastas, arroces desleídos y sustitutos cárnicos. La ingeniería alimentaria cubana no tiene desperdicio: el perro sin tripa, el picadillo texturizado, el cerelac, la masa cárnica y la guachipupa hasta llegar, por fortuna a destiempo concebida, a la moringa como "fuente de carne, leche y huevos".

De esa manera, el cubano de a pie, nacido después de 1959, tiene un centro de la saciedad y un estómago diferente a sus compatriotas del exilio o quienes conocieron la "miseria" de la Republica. Su atención las 24 horas del día está, como sus antepasados de las cavernas, en garantizar el mamut para la próxima comida. También carece de una dentadura a prueba de carnes rojas, vacuna para ser más exactos. Tan pronto mastican un par de bistecs en estas tierras, se les sueltan dos o tres empastes a la vez.

La diferencia con los venezolanos es que estos, probablemente, entran a un mercado y saben distinguir la fresa de la cereza, el churrasco de la cañada. Y ahora no lo pueden comprar. El cubano que llega a estos lugares, primero debe hacer una especie de actualización alimentaria, una reprogramación cognitiva de qué es un anón, una chirimoya; diferenciar un chorizo de una morcilla, un camarón de un langostino. Y no hablemos de la necesidad de distinguir las latas de comida para animales, las cuales suelen ser indistinguibles por su bella presentación.

Nada como un chiste para resumir la vida misma. Y es aquel del tipo que está en el Malecón de la Habana gritando que tiene hambre. En ese momento pasa la caravana del difunto líder, y hace detener los carros. Se baja y le pregunta al individuo qué le pasa. "¡Tengo hambre, mucha hambre!", grita el hombre. El finado ordena a la escolta traer una jarra de agua fría y al protestón que se la beba. Y después, otra. Y otra. A la cuarta jarra de agua fría, el extinto dice que le sirvan un pollo frito.

"Ahora cómete eso", dice. El que protestaba lo mira. Contesta que no puede, a lo cual el que ya no está entre nosotros, argumenta: "¿Ves?, lo que tu tenías era sed, no hambre".

¿Se referiría el funcionario de la FAO a que los cubanos tenemos asegurada la hidratación?  

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