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Opinión

60 años de soledad

Díaz-Canel luchará contra dos fuerzas opuestas: una que lo llevará al cambio y la transición, y otra que lo mantendrá apagado, a la sombra.

Miami

Muchos años después, frente al tribunal de la historia, Miguel Díaz-Canel recordará el día en que el general lo llevó a probar las mieles del poder. Muchos han fenecido tratando de alcanzar esos almibares, algunos embriagados a destiempo; otros, emponzoñados por los guardianes del panal, que no son pocos ni renovables.

Díaz-Canel será a partir de hoy, para muchos, la cara visible —no la mano negra— de cambios imprescindibles, mínimos, diseñados para no cambiar.

El dilema para el formal presidente de los Consejos de Estado y de Ministros es cómo enfrentar su soledad. La propia y la que le rodea. La propia porque sabe muy bien que mientras algún histórico poderoso respire, no podrá mover un dedo sin su anuencia. De hecho, será el Partido Comunista, constitucionalmente, quien continúe trazando el rumbo del país. Es una sutil paradoja: mientras más "acompañado" se sienta Díaz-Canel, más solo estará.

La soledad externa es como una tenaza que estrangula cada día más al régimen, y por contigüidad, al ciudadano de a pie. El llamado proceso revolucionario cubano ha pasado de mecenas en mecenas. Sin embargo, a estas alturas del juego, no hay quien pague por sus servicios. Un continente de vuelta al liberalismo le ha dado la espalda en la reciente Cumbre de Lima. La Europa liberal comienza a darse cuenta del error cometido a instancias de la apertura obamista. Los reductos del Socialismo del Siglo XIX están siendo dinamitados por sus propios errores, fraudes y abusos de poder.

Así que Miguel Díaz-Canel o la corriente que representa deberá mover ficha para desencallar la nave. Ese movimiento, primero, tendrá que darse en lo humano, lo social, y tiene un nombre: reconciliación. Reconciliar a Cuba con Cuba; con su pasado, su presente y su futuro. Ningún cambio político o económico podrá ser efectivo si el investido no salda cuentas con su propio pueblo.

Por paradójico que parezca, debe empezarse por la reconciliación de Cuba con el futuro, con el mundo del siglo XXI. La Isla no puede seguir comerciando en base al intercambio de servicios y mediante una planificación férrea, voluntarista, sin una moneda que la respalde, unificada. La inversión capitalista —la única funcional— es un paquete con derechos y deberes.

Díaz-Canel y quienes lo acompañarán deben saber que los cubanos que hoy los aplauden y reverencian no los quieren por lo que fueron, sino por lo que harán. Quieren decidir sus vidas ahora, no dentro de otros 60 años. De tal suerte, si bien le han "perdonado" a los históricos hipotecar el presente, a los nuevos no les dejarán pasar la ausencia del vasito de leche. Habrá que conciliar el discurso con el recurso. 

Por último, la reconciliación con el pasado podrá ser la más difícil. Es, además, la más importante y de la que dependen las otras. La historia no comenzó en 1959, como hasta ahora ha pretendido el régimen. Todos los cubanos tienen derecho a vivir y trabajar por Cuba. Quienes adeuden a la ley, deberán enfrentar la justicia, que en este caso tendrá que ser especial sin dejar de ser apropiada. Reconciliarse con el pasado es aceptar y reparar los errores; preguntarse y resolver por qué tantos cubanos viven fuera de su patria. Y rescatarlos, como inversores o simples ciudadanos. Hay que relanzar un dialogo franco donde quepan todas las generaciones enemistadas, incluso aquellas que se han caído a tiros. 

Es hora de que la soledad del poder de paso a un concierto polifónico de criterios y de oportunidades. De otra manera no se logrará el progreso y el bienestar. 

¿Qué pasará en los próximos meses? Puede que nada. Pero también pueden suceder cosas. Como en la vieja parábola indígena norteamericana, el escogido Díaz-Canel luchará contra dos fuerzas opuestas: una que lo llevará al cambio y la transición, y otra que lo mantendrá apagado, a la sombra. Todo dependerá de la mano que mejor lo alimente.

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