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Opinión

La 'red social' cubana y Mussolini

Más seguidor del 'fascio' italiano que de Voltaire y Martí, el castrismo garantiza la crisis.

Los Ángeles

"No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo".

Esta frase bien podría ser considerada como la piedra angular de la libertad de expresión en la cultura occidental. Se le atribuye al enciclopedista francés Voltaire, uno de los fundadores teóricos de la democracia moderna (por su culto a la tolerancia y la libertad individual), y figura fundamental de la Ilustración y el llamado Siglo de las Luces.

Más de un siglo después, en tierras del Nuevo Mundo, otro pensador extraordinario, nuestro José Martí, trazó una regla de oro del periodismo, en particular con una frase definitoria: "La palabra no es para encubrir la verdad, sino para decirla".

Sin embargo, el reciente anuncio de la creación de una "red social" en la internet controlada por el gobierno de los hermanos Castro, casi al mismo tiempo que el régimen rechazaba la solicitud que le hizo la ONU de que aceptase el derecho de los cubanos a la libertad de expresión, confirman que en la Isla en que nació y cayó en combate el padre de la independencia de Cuba no rige su máxima liberal, sino una tomada de Benito Mussolini, quien resumía la filosofía fascista en otra frase: "Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado".

Dos meses después de proclamar el carácter socialista de la revolución, y con todos los medios de comunicación ya estatizados, Fidel Castro dijo: "Dentro de la revolución (léase Estado) todo, contra la revolución, nada, ningún derecho".Fue enjunio de 1961, en la Biblioteca Nacional de La Habana, cuando se dirigía a un grupo de intelectuales a quienes dejó claro que en lo adelante nadie más que él podría hacer críticas en el país.

¿Pura coincidencia de frases? No exactamente. En su juventud, Castro fue un gran admirador de Mussolini, al punto de que recitaba textualmente fragmentos de discursos y escritos del dictador italiano, según han contado su profesor en el Colegio de Belén, el padre Armando Llorente, y su colega de estudios de entonces, José Ignacio Rasco.

El castrismo se acaba de negar a aceptar varias recomendaciones del Consejo de Derechos Humanos de la ONU encaminadas a que fuesen eliminadas o modificadas las leyes de corte fascista que actualmente impiden la libertad de expresión, el acceso a internet y la actividad de los periodistas independientes y los opositores del Gobierno.

Por otra parte, la oficialista Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), que en la práctica funciona como una sección del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido, dio a conocer la puesta en marcha de una "red social cubana" supeditada a dicho departamento partidista, que solo es accesible desde los llamados Joven Club de Computación y Electrónica, una red de locales estatales establecida en 1987 por Fidel Castro en todos los municipios del país.

Actualmente con unos 600 centros en los que se imparten clases de computación, éstos ofrecen acceso a la intranet cubana, que solo tiene sitios online controlados o censurados por el gobierno. La UPEC precisó además que no se permitirá la creación de blogs fuera de las sede de estos clubes oficiales.

'Solo es verdad lo que me es útil'

Lo peor del caso cubano es que no solo se aplica el concepto fascista de "nada contra el Estado", sino que en materia periodística el principio martiano de no ocultar nunca la verdad fue sustituido por otro del filósofo William James, padre del cinismo pragmático estadounidense, según el cual "solo es verdad lo que me es útil".

Con tal paradigma "ético", lo que es verdad pero no le es útil a los Castro, es mentira. Y lo que es falso, pero le es útil a la dictadura, es verdad. Si es cierto solo a medias, o una pura invención, no importa, lo que vale es que sea útil a la dictadura. Por eso decir la verdad en la Isla es "propaganda enemiga".

Más de media centuria después de lanzar Castro su versión criolla de la frase de Mussolini, el régimen continúa asfixiando uno de los más elementales derechos del individuo moderno: la libertad de informarse, opinar y expresar lo que piensa.

Todo esto revela el carácter "aperturista y renovador" de los cambios raulistas de que hablan los políticos y los medios de comunicación, sobre todo en América Latina y la Unión Europea.

Pese a que algo es mejor que nada y en algunos aspectos se nota cierta flexibilización en materia económica, en el ámbito político y de las libertades individuales, se evidencia que mientras alguno de los Castro viva, y la Junta Militar siga ostentando el poder en forma absoluta, nada va a cambiar sustancialmente en la mayor de las Antillas.

Y es que, tal y como ocurre en el fascismo, en el socialismo que se empeña en "actualizar" el Partido Comunista de Cuba (PCC) realmente no hay sitio para el individuo. Aunque  últimamente apenas se menciona a Carlos Marx, aún sigue intacto en la Isla el dogma doctrinario diseñado por el filósofo germano que de hecho establece que los individuos por sí solos no tienen otro valor que el de ser sumados para formar "las masas".

Los ciudadanos 'satos'

En Cuba la única individualidad que cuenta es la de los patricios de la élite que integra la nomenklatura militar y civil, el aparato dirigente del PCC hasta el nivel municipal, y las celebridades que se portan bien y elogian al régimen. Las personas comunes y corrientes, incluyendo "la clase trabajadora en el poder", como reza la propaganda que tanto gustaba a Lenin, carecen de derechos. Constituyen la plebe, los ciudadanos "satos" del Caribe.

Esos que no alaban a la "revolución" —el Estado para Mussolini— no están autorizados a decir lo que piensan si antes no lo aprueban los inquisidores del PCC, ni pueden conectarse desde sus hogares a la internet, esa revolución tecnológica del siglo XXI que está transformando al mundo y que es una de las más trascendentales que ha habido en toda la historia de la humanidad.

Quienes se atreven a opinar o a buscar la forma de conectarse a los sitios prohibidos en la red pueden ser despedidos de sus empleos, ir a prisión y luego ser deportados a España, o son hostigados e incluso apaleados por las brigadas de respuesta rápida, una copia tropicalizada de las camisas negras de Mussolini y las camisas pardas de Adolfo Hitler. Es así de simple.

Y es esta simplicidad la que, al menos mientras los Castro dicten las órdenes, va a continuar obstaculizando cualquier cambio que realmente pueda sacar a Cuba de la crisis que la estrangula.

 

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