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Crítica

Las alusiones de Rodolfo Häsler

'¿Cuántos poetas de este vigor artístico desconocemos en la actual poesía de habla hispana?'

Miami
Rodolfo Häsler.
Rodolfo Häsler. Fekt.org

Entre los poetas de habla hispana que suelen distinguirse por los desplazamientos alusivos se halla Rodolfo Häsler (Santiago de Cuba, 1958); como disfrutamos en Lengua de lobo, su más reciente cuaderno de poemas, que obtuviera el XII Premio Internacional de Poesía Claudio Rodríguez y acaba de presentar en la Feria Internacional del Libro de Miami.

Desplazarse de la mención a la referencia, del nombre a la alusión en las diversas formas del rodeo, es una desafío artesanal, cuyas sutilezas exigen —vale recordarlas— un sentido del límite donde los abismos del énfasis o de perífrasis burdas, suelen emborronar no pocos versos, no siempre coloquiales, no siempre de autores triviales.

Los poemas de Lengua de lobo suscitan sonrisas afirmativas cuando se identifica la leve pincelada que remite a Odilon Redon, o nos vuelve cómplices de un verso de Salvador Espriu o Gastón Baquero, del romántico alemán que conocemos por su seudónimo de  Novalis, cuyos textos tradujo Rodolfo Häsler.

De alma romántica y sueños —le diría Albert Béguin—-, la poética de este escritor opta por insinuar, casi nunca mostrar transparencias sino veladuras, ligeras brumas. Ahí radica su artesanía verbal. La que lo individualiza y proyecta hacia un círculo de lectores donde se ama la levedad, el refilón, lo que exija conexiones de memoria y afectos, de sensaciones que se lubrican por resquicios y no por canales, que ruedan hacia las sorpresas del recuerdo.

Estamos ante un haz de recreaciones verbales de recuerdos, casi siempre de instantes cosmopolitas, sin topologías estrictas pero desde una contención afectiva que no se desborda, no cae en formas enfáticas. "En el hotel Oloffson se vive para atrás", dice. Y en efecto, nunca sale de esas visiones, de "la sala donde espío a Redon". Es dueño de un uso de la coma donde la pausa leve conspira contra separaciones tajantes, favorece ilaciones, bajo el miedo —a veces obsesivo— de que las miradas hacia atrás bíblicamente lo conviertan en estatua de sal, como enuncia por primera vez en "La aparición de la sangre".

Bajo el deseo pictórico que gustosamente predomina, con lo que el sentido visual prevalece, su sintaxis —la respiración versal— de los poemas une a la orfebrería de la puntuación —con el magistral uso de la coma—, un meditado juego de personas, desde la tercera que "Se despierta con una manzana de oro/ en la mano" hasta la conminación de la segunda o el lirismo de la primera; con especial acierto en el uso de la segunda persona como desdoblamiento de sí mismo —extrañamiento—, según se aprecia en "Rijeka—Fiume en el lindero del mar". O "En el autobús se dirige a Gaza", donde el juego de personas intensifica la carga afectiva, termina en una alusión —su artificio favorito— a Judas y "el beso insoportable de la infamia".

Varios poemas refuerzan las señales de que estamos ante un escritor que medita con parsimonia cada verso. Tal impresión elude excesos, zonas donde su voz no andaría suelta. Entre ellos "Beirut se despereza en el mar", "Visión abierta de Hildegard von Bingen" (la fascinante, desenfadada escritora y abadesa de los siglos XI y XII), "Zompantli" (con una simpática alusión a Remedios Varo), "Algo se mueve", "Hotel Majestic", hasta los paisajes espirituales de la visión que me parece caracteriza con mayor nitidez la singularidad estilística de Rodolfo Häsler: "Ljubljana".

"Devastación del hotel Packard" cierra el cuaderno con una vuelta que hace piruetas contra estampas costumbristas y turísticas; que evita los salobres ridículos del que lloriquea al pasear por el emblemático Paseo del Prado en La Habana, que conociera de niño, con su padre pintor. Tal mesura afectiva ante nostalgias y melancolías da título al cuaderno. Dice: "tontear frente al hocico del lobo,/ lengua de lobo, la lengua feroz/ encerrada en una cajita,/ en una gaveta de escritorio/ en una habitación del hotel Packard". Y ni siquiera sabe —o no le interesa saber— que hoy es uno de los más lujosos y exclusivos hoteles de la capital cubana.                

La relectura de "Devastación del hotel Packard", como la de casi todos los poemas de Lengua de lobo, provoca mi alegría como degustador de versos, advierte contra derrotistas que lloran el supuesto fin de los lectores de poemas, comparte la invitación a leer Lengua de lobo… Sabe que el daño causado por la masificación de versificadores —común en cualquier lengua o ciudad— no impide sacudirse, alzarse, volar en poemas dignos de su nombre. Rodolfo Häsler también lo ha experimentado. Quizás por ello nos emplaza, nos deja una muy elegante forma de la provocación literaria, que tal vez le hubiera gustado a Marcel Proust, donde apenas una sugerencia colma la atención, conduce a través de un detalle hacia la imagen abarcadora, sea de un sentimiento o persona, de una madeleine o anhelo.

Lengua de lobo descuella en un paisaje a veces banal, donde solemos resignarnos en recitales y presentaciones a que la urbanidad se trague nuestro fastidio, aburrimiento, lástima. Pero al mismo tiempo señala —por lo menos para mí— nuestra ignorancia: ¿cuántos poetas de este vigor artístico desconocemos en la actual poesía de habla hispana?

Tal vez por ese no saber —tan caro a su querida sor Juana Inés de la Cruz— se confía tanto en el azar. Un azar que difumina la soledad de internet, los espejismos de la globalización, para montarse en el poema de Rodolfo Häsler que pasea en el Buick Riviera 1958 de su padre, entre el Malecón y el fin de la calle Línea, con la silueta libresca del edificio Focsa y muchos deseos de que sobresalga la lengua de lobo.
       
       

En Aventura, noviembre y 2019  


Rodolfo Häsler, Lengua de lobo (Hiperión, Madrid, 2019).

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