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Crisis migratoria

Praga, ¿el Miami de Europa Central?

República Checa se ha consagrado como uno de los pocos sitios de segura acogida para los migrantes cubanos.

Praga

"Invéntame un viaje que no me descubra la visa vencida, ayúdame a inventar algo para salir de España, o ven a buscarme", le pide su amiga, imperiosa. "Búscame, que sin papeles no hay modo de seguir en Madrid".

"Quiero ayudarla y no me atrevo, si nos encuentran me acusarían de tráfico de personas", me dice Yaser. Y le responde a su amiga, apenado: "Ven por tu cuenta, te espero aquí".

"Aquí, en Praga", le indica, "te espero". En Praga, que se ha consagrado como uno de los pocos sitios de segura acogida para los migrantes cubanos. El más hospitalario, acaso, además de Estados Unidos. Y sin que interceda por nosotros ninguna convención jurídica parecida a la Ley de Ajuste Cubano.

"Es el mismo recurso del asilo, viejísimo, que funciona mejor para unos que para otros. En la República Checa favorecen a los cubanos a causa del trauma comunista que padecen quienes viven de este lado del antiguo Telón de Acero".

Me dice una abogada extranjera, no checa, no cubana: "Hay gente en peligro de muerte, sirios, iraníes, africanos, y lo piensan bien antes de otorgarles asilo. Se juzga cada caso con precaución. A los cubanos les basta la nacionalidad".

Puedo decirle a la amiga de Yaser que su viaje, Madrid-Praga, me lo inventé, lo emprendí, da resultado. Un cubano circula en bus por el abigarrado país Schengen con su carné de identidad cubano. "Un servidor lo hizo", puedo decirle a la amiga de Yaser, e inclinarme, heroico showman de las fronteras. No en avión, no en tren de alta velocidad. El carné, "cualquier documento oficial de identificación", sirve si vas en guagua. Te dejan subir. Compras dos tramos. Primero llegas a París, digamos. Un día basta para completar el itinerario hasta el Miami de Europa Central. Y no es Bravo el río que te convida a ahogarte, es el Moldava.

Como no puedo decirle a la amiga de Yaser se lo digo a Yaser, el cajero de Havana Grill & Café.

"Ahí están la Bodeguita y una discoteca que abrieron, la Macumba. Pero no son totalmente cubanos. Tienen dueños checos".

Me dice Alberto Enrique, un habanero que sale a la plaza de San Wenceslao con un sombrero de copa. Qué oficio valiente el suyo: convida a los transeúntes a comer algún platillo checo y ellos se niegan, le dicen "no, gracias", y van a encenderle una vela a Jan Palach. Me dice Alberto Enrique que no sabe a quién le encienden esas velas, que él encendió alguna a la Virgen de la Caridad. Me dice que si no sabes el idioma los checos ya te tratan un poquito mal. "Y hacen falta cinco o seis años para aprenderlo, porque es el cuarto idioma más difícil del mundo".

—¿Cómo saliste de Cuba?

—Vendí mi casa y ya. Se acabó. Fui a Rusia como todos los que no tienen visa. Y de Rusia salí para Serbia. Luego brinqué para Hungría, donde me cogieron preso. La persona que andaba conmigo se equivocó de camino, imagínate tú. Pedimos asilo en Serbia y allí estuvimos unos meses, esperando en vano. Brincamos de nuevo la frontera y así vinimos para acá. Yo sabía que aquí sí daban papeles a los cubanos.

Alberto Enrique bailaba y exhibía músculos en La Habana. En Praga trabajó en una carpintería de aluminio antes de conocer el desempleo. "Viví del Estado, que me pagaba la casa y algo para la comida", me dice.

"La escasez de la ayuda es notoria. No sé qué condiciones tendrán los albergues de refugiados, pero no dudo que los cubanos los hallen buenos. Otros países más ricos, España o Francia, no ofrecen ni eso".

Me dice la abogada. Hablamos en un tranvía a punto de detenerse en Náměstí Míru, una plaza con una iglesia gótica, a una cuadra del Havana Grill & Café.

Los cubanos de Praga, como los emigrados de cualquier parte, han reconstituido La Habana a trozos, con cada tabla del naufragio. La operación reproductiva, típica de la primera generación, tiene una feliz expresión comercial en la República Checa.

En el vecindario de Franz Kafka, la Bodeguita del Medio ratifica su capacidad mimética. Esta es la Bodeguita eterna, fundada a 60 años de su original. Le queda algún platillo cubano entre tantas muestras de la cocina internacional. A la entrada hay un álbum gigantográfico que recuerda las opíparas estancias de los magos David Copperfield y Václav Havel.

La Bodeguita praguense plantó un aviso en la acera que dice "Tonight Latino Dance Show". Como en la Macumba checa, aquí se baila salsa rusa. "Un checo", dice la amena abogada, "es una criatura híbrida, un gólem hecho de ruso y de alemán".

Havana Grill & Café, sin adorno, vende yuca frita a una cuadra de Náměstí Míru. Hay tres o cuatro mesas. Ciertos parroquianos vienen y cargan la comida, ¿para qué más sillas? Prefiero sentarme cerca del cajero, cerca de la cocinera. La clientela checa se va a un balconcito de vidrio.

"No nos gustan las entrevistas ni las fotos. Es que una vez hicieron un reportaje y no le gustó a mi papá, el dueño".

Me dice Yaser, como podría decírmelo tras su mostrador en Cuba. "Mira, es que tengo langosta en la carta", me diría. "Ay, es que el administrador no lo permite", me diría si su merendero fuera estatal. En Praga, lo mismo, por costumbre.

"Yo vine cuando el comunismo, a trabajar. Me anoté allá en La Habana y me eligieron. Desde entonces he ido y venido muchas veces. ¿Te gusta la hamburguesa?"

Me dice la cocinera, que me ha revivido la leyenda de los obreros cubanos en la Europa socialista, mano de obra gentil, baratísima, también en Praga. Aquellas brigadas de alquiler acaso tienen su historia épica o patética por escribir. Esa idea me provoca mientras muerdo la hamburguesa. Confirmo que me gusta y la cocinera se alegra, me dice que la preparó ella misma con carne importada de Sudamérica.

La clientela checa come yuca en el balconcito de vidrio. Hacen ruido, roen la yuca, animados por la comida y las caras exóticas. Creen que la yuca que les dan procede del Cordón de La Habana.

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