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Crítica

Mañach y su fin de 'la cura'

Con prólogo de Duanel Díaz y epílogo de Gastón Baquero, aquí están los ensayos que Jorge Mañach escribiera sobre su ilusión y desilusión con la revolución cubana de 1959.

Miami

En su Colección Archivo Cubano, la joven Editorial Casa Vacía se anota otro mérito. Publica muchos de los artículos de Jorge Mañach sobre la Revolución cubana y otros del periodo 1954-60, bajo el hoy triste título de La cura que quisimos, tomado del artículo homólogo publicado en Bohemia, el 23 de agosto de 1959.

La compilación —quizás debió ser completa, a cargo de Carlos Espinosa—aparece prologada breve e inteligentemente por Duanel Díaz, uno de los mejores conocedores del talentoso intelectual sagüero, algo evidenciado en su libro Mañach o la República (Letras Cubanas, La Habana, 2003). Y sitúa como epílogo el ensayo de Gastón Baquero "Jorge Mañach o la tragedia de la inteligencia en la América Hispana", de plena vigencia, por perspicaz y caracterizador —publicado en Cuba Nueva,1962, desde su exilio en Madrid—; generosamente escrito tras la muerte de Mañach cuando apenas había cumplido 63 años, el 25 de junio de 1961, sumergido en su tercer exilio; esta vez en Puerto Rico, a donde había llegado muy enfermo de cuerpo y sobre todo de alma —animus— el 2 de noviembre de 1960.

Si la justamente célebre Indagación del choteo (conferencia pronunciada en 1928) es un ensayo cuya sagacidad no ha sido superada por ningún otro intento de acercarse a los cubanos —no a lo cubano, aquella ilusión del Romanticismo—, por lo que permanece entre los textos inexcusables para hablar de nuestra nación en la primera mitad del siglo pasado, la mayoría de los artículos de Mañach aquí agrupados pronto se despeñaron por un triste error políticamente empecinado en encontrar en Fidel Castro y sus guerrilleros la cura para los principales males de aquella república de democracia e independencia truncas, donde sus ideas socialdemócratas —como las de su admirado José Ortega y Gasset, cuyo ideario, estilo y frustración política compartió— fueron una y otra vez aplastadas.

Quizás ahí radique el principal sesgo de los mejores artículos: ser una trágica evidencia de un sueño —léase, por ejemplo, el titulado "El ángel de Fidel"— que huía ciegamente para no convertirse en pesadilla y que, para evitar la caída, buscaba referencias de cuando la revolución de los años 30 se fue a bolina, de cuando el sargento Batista y sus mafiosos políticos perdieron los últimos escrúpulos, de cuando el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) se queda sin su líder Eduardo Chibás, que comete suicidio en 1951, poco antes del golpe de Estado del 10 de marzo de 1952…

La contextualización de cada artículo añade un puntual valor histórico —ver "Campesinos en Filosofía y Letras" o "Meditación del 26 de julio"—, y siempre la lectura de Mañach tiene el encanto de la inteligencia verbal, de ser la mejor prosa de su generación, aún lastrada por la retórica decimonónica modernista, como se lee en Juan Marinello. Frente a tales antigüedades, Mañach nos regala muchas veces el placer de observar sus juegos irónicos, la frase rápida y certera cuando desea advertir sin énfasis, según se lee en "Déjennos en paz", donde el graduado de Harvard y buen conocedor —véanse sus traducciones— de la cultura del país vecino, le critica a EEUU su intervención en los asuntos internos de Cuba, a propósito de la voladura en el puerto de La Habana del barco La Coubre, cargado de armas.

Un artículo simboliza sus expectativas de que al fin Cuba enderezaría su rumbo democrático sin politiqueros ni corrupciones: "La revitalización de la fe en Cuba", unido a "La Revolución cubana y sus perspectivas". Mañach, aunque a veces se muestra reticente ante las acciones del nuevo régimen, se deja llevar por el mismo entusiasmo que arrastraba a la mayoría de los cubanos y sus intelectuales: Virgilio Piñera o Guillermo Cabrera InfanteJosé Lezama Lima o Heberto Padilla... Entonces fueron muy pocos los que tuvieron vista larga. La clarividencia fue bien escasa, cuando no obedeció a compromisos con el antiguo régimen, intereses egoístas o escepticismos medulares.

La cura que quisimos certeramente incluye también la entrevista para Bohemia Libre (18 de junio, 1961), donde Mañach se arrepiente de su fe en la revolución, texto que completa el arco del entusiasmo. Descenso a la curva de perigeo e ingreso desde 1960 a nuestra legión de desilusionados, la que aún en 2018 recibe nuevos pasajeros.

Al recomendar la lectura de este valioso volumen, debo añadir mi desacuerdo con algunos juicios de Rafael Rojas. El relevante historiador y filósofo social afirma —en la reseña-comentario a este libro publicada en su blog— que la actividad política de Mañach, así como la de Baquero como jefe de redacción, no afectó negativamente su tiempo para escrituras de mayor hondura. El primero no cuenta con un ensayo de la envergadura de los anteriores a su elección como senador (1940) y el segundo no cuenta con un poema fuerte como los que sí había escrito antes de 1944, entre otros "Palabras escritas en la arena por un inocente", y escribiría después en España: "Marcel Proust pasea en barca por la bahía de Corinto", para sólo citar un ejemplo brillante de estos últimos.

Pero no significa que tal dedicación a los asuntos de la polis no haya sido realizada como deber y con cierto gusto, junto a que fuera un trabajo remunerado. Parte de la polémica en Bohemia entre Mañach defendiendo la poéticay los textos de revista de avance (1927-30) y José Lezama Lima a Orígenes (1944-56) fue sobre las tareas de la intelligentsia, que nunca han excluido lo ancilar, como fundamentó Alfonso Reyes apenas citando a Aristóteles, pidiendo excusas por "descubrir el Mediterráneo".    

Además, no parece muy pertinente aludir a que Gastón Baquero, lamentablemente, fuese "simpatizante" —para otros "cómplice"— de su coterráneo (los dos eran de Banes) Fulgencio Batista, también mulato y de origen humilde… Tampoco entiendo bien el criterio de Rojas sobre la vida intelectual solo hecha de fisuras. Salvo que su noción de fisuras sea la de un fenómeno —en el sentido que le otorga Edmund Husserl— de una complejidad abismal, metafórica, que al singularizarse invita a pluralizar sus sesgos, incluyendo la ironía ante la existencia, el error, la risa.

En el ensayo incluido en La cura que quisimos, Baquero considera "sólidamente malos" los escasos poemas que escribiera Mañach. Yo diría lo mismo —robándole la deliciosa expresión— sobre ciertos poetas cubanos que Rojas defiende. Pero no por eso dejo de leer a Mañach y a Rojas, dos ensayistas que favorecen el sentido controversial imprescindible, al pensar sin orejeras ni mandatos.


Jorge Mañach, La cura que quisimos. Artículos sobre la Revolución Cubana (Editorial Casa Vacía, Richmond, 2017).

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