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Ensayo

Conversando con Octavio Paz

El centenario del escritor mexicano es 'una fiesta de la palabra insubordinada, del discurso fuerte'.

Miami

La maravilla intemporal del gerundio decide esta conversación, que aderezaré con algunas referencias cubanas, bajo tres señales y una experiencia lúdica.

Primera señal

Pocos pensadores del siglo XX enaltecieron y practicaron la inteligencia constante de la duda como Octavio Paz. Sus exaltaciones de la crítica como signo que define al intelectual genuino, sin amarrarse a prontuarios ideológicos de cualquier signo, juntaron el epojé de la fenomenología y el raciovitalismo de Ortega y Gasset, de base neokantiana frente a Hegel y sus discípulos constructores del futuro, más o menos deterministas en sus predicciones, sobre todo los marxistas. Aprehender su duda —la "razón crítica"— sigue siendo un reto cotidiano, un signo de libertad de pensamiento contra los ogros estatales, a veces nada filantrópicos como el mexicano[i].

Esa "razón crítica", que no excluye sino complementa la "razón vital", tiene además un evidente apoyo en el "estar ahí" de Heidegger. Este ingrediente se  vincula a la "razón poética", desde luego que con la certeza de la muerte, de estar atrapado en la temporalidad. De ahí sus ensayos sobre Mallarmé y Duchamp, en el sentido de fundar nuevas analogías, tal vez menos perecederas que el poeta porque es una construcción de lenguaje que se defiende de erosiones, que se desgasta con menor rapidez. El poema es sureto al lenguaje denotativo, que sufre en el día a día las depredaciones de los políticos, las trivializaciones de los medios de comunicación.

Las evidencias de cuán coherente fue con su "razón crítica" abarcan desde ensayos filosóficos hasta artículos de política local e internacional, desde conferencias hasta entrevistas... Muchas ilustraciones argumentan la señal. Baste remitir a la compilación realizada por Yvon Grenier, bajo el sugerente título de Sueño en libertad[ii]. En cualquiera de las secciones se hallan pruebas concluyentes de su afán de libertad, que transmite como pocos intelectuales latinoamericanos. Y a todo riesgo, en particular contra los derivados del fanatismo y de los diversos populismos que aún —tal vez por mucho tiempo— ensombrecen a América Latina, al planeta.

Un pasaje de Postdata[iii], correspondiente a 1969, quizás sea la mejor ilustración de este sesgo porque no exige glosas. Decía Paz allí: "Si la política es una dimensión de la historia, es también crítica política y moral (…) La crítica: el ácido que disuelve las imágenes. En este caso (y tal vez en todos) la crítica no es sino uno de los modos de operación de la imaginación, una de sus manifestaciones. En nuestra época la imaginación es crítica. Cierto, la crítica no es el sueño pero ella nos enseña a soñar y a distinguir entre los espectros de las pesadillas y las verdaderas visiones. La crítica es el aprendizaje de la imaginación en su segunda vuelta, la imaginación curada de fantasía y decidida a afrontar la realidad del mundo. La crítica nos dice que debemos aprender a disolver los ídolos: aprender a disolverlos dentro de nosotros mismos. Tenemos que aprender a ser aire, sueño en libertad".

Segunda señal

Escasos son los intelectuales latinoamericanos que hayan sido tan dignamente independientes. Su honradez agnóstica y muchas veces escéptica, pero sin hipocresías y demagogias, casi se constituye en paradigma, difícil de cumplir pero con la gracia, tal vez leída en la actualización que realiza Albert Camus del mito de Sísifo[iv]; de ese segundo donde Sísifo logra imaginar el paisaje, antes de volver a subir la piedra, cumplir el castigo de los dioses por su osadía.

Con Paz y Camus —que, por cierto, fueron amigos en el París de posguerra— se puede tener en la cabecera la frase de Píndaro que preside el ensayo del rebelde[v] escritor francoargelino: "No te afanes, alma mía, por una vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible". Ese intento por agotar lo posible, en la soledad de su escritura sin edulcoraciones, tiene en las polémicas que suscitan sus caracterizaciones de lo mexicano, un incendio interpretativo, como puede leerse, entre infinidad de artículos y ensayos, en El laberinto de la soledad y su actualización en Postdata[vi] .

Los cubanos tenemos un recuerdo imborrable de su independencia intelectual, que siempre agradeceremos. Ocurrió tras obtener Heberto Padilla el Premio de Poesía Julián del Casal, en 1968, con el libro Fuera del juego —que hoy valoramos como uno de los mejores en el ámbito hispano dentro del estilo coloquial. La acidez contra la burocracia y los autoritarismos, las denuncias de Stalin y las represiones, el desenfado expresivo con que aquellos poemas asumían la libertad del escritor, tuvieron una brutal respuesta. Primero el ostracismo, después la cárcel y unas grotescas "confesiones" en la primavera de 1971…

Casi inmediatamente, Octavio Paz publica un artículo en la revista Siempre, donde denuncia el atropello, defiende la libertad de expresión y les pide a los intelectuales la actitud que admira en Padilla, que lamentablemente mantiene una terrible vigencia, hasta con los mismos rasgos, en el nuevo milenio: "Nuestro tiempo es el de la peste autoritaria: si Marx hizo la crítica del capitalismo, a nosotros nos hace falta hacer la del Estado y las grandes burocracias contemporáneas, lo mismo las del Este que las del Oeste. Una crítica que los latinoamericanos deberíamos completar con otra de orden histórico y político: la crítica del gobierno de excepción por el hombre excepcional, es decir, la crítica del caudillo. Esa herencia hispanoárabe".[vii]     

Tercera señal

Mucho hemos aprendido los críticos literarios de cualquier lengua de sus indagaciones sobre poesía moderna y contemporánea, de sus comentarios a textos y poetas… Pero esta generosa y constante zona de su escritura, como sucede, por ejemplo, con el Alejo Carpentier musicólogo, ha sido opacada por sus cuadernos de poemas y los deslumbrantes ensayos. Lo cierto es que hasta hoy ningún crítico mexicano y pocos en el ámbito hispano muestran textos tan valiosos. En ellos la subordinación del instrumental de análisis a las obras que valora  se potencia por su olfato para ir a lo esencial caracterizador, a los versos decisivos para la singularización de una voz, de un grupo, de un movimiento artístico.

Los hijos del limo[viii] quizás sea el argumento más revelador de su maestría como crítico literario a nivel de la cultura occidental, aunque desde antes de Cuadrivio[ix] —donde caracterizara la obra poética de Rubén Darío, Ramón López Velarde, Fernando Pessoa y Luis Cernuda— ya destacaban sus precisas exégesis bajo una hermenéutica ecléctica, sin aferrarse a ninguna escuela.

Aquellas conferencias del romanticismo a la vanguardia, escritas por invitación de las Charles Eliot Norton Lectures de la Universidad de Harvard en 1971, por donde ya había pasado en 1944, son decisivas para cualquier discernir sobre la poesía contemporánea occidental. Si la frase "bibliografía obligada" no estuviera tan depredada por los clichés académicos, sería exacta para marcar la imposibilidad de ignorarlas, de no rendirse a su desenfado, a las relaciones que establece su erudición entre poemas, poetas y lenguas aparencialmente desconectadas. A lo que debe añadirse una despiadada crítica a los compartimentos ficticios que la mayoría de los historiadores literarios han establecido desde el siglo XIX, donde a veces la comodidad expositiva esconde la haraganería, donde a veces el esquema solo indica la mediocridad de quienes lo estampan y se lo estampan a sus estudiantes.

Coincido con las sabias apreciaciones de Rodolfo Mata respecto a los prejuicios que alguna zona de los textos de Paz han generado, sobre todo entre algunos investigadores ortodoxos que no han valorado que se trata de un ensayista que además es un poeta, no un historiador, referencista o antropólogo. Mata asevera: "Las principales críticas que ha recibido la ensayística de Octavio Paz provienen de quienes buscan en ella un rigor en la sistematización, orden, jerarquía y definición de conceptos. Si se considera al ensayo como un producto híbrido entre la ciencia y el arte, que toma de la primera su trabajo con los conceptos y su aspiración a la verdad y del segundo su manejo de las formas y la actividad creativa del espíritu que eso acarrea, las peticiones de esa índole  resultan desmedidas. Por otra parte, siendo Paz poeta, se entiende que su producción ensayística maneje con maestría el aspecto creativo del lenguaje y su capacidad de sugerir más que de demostrar. Paz está perfectamente consciente de su postura cuando define a la crítica moderna como 'pasión crítica', 'algo que es más que una opinión y menos que una certidumbre'"[x]. Su real-maravillosa biografía Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe[xi] quizás sea quien más ha sufrido esas equivocaciones.

"Más que una opinión y menos que una certidumbre" —son sus palabras—, pero que ni siquiera en breves reseñas resbala hacia los nocturnales relativismos apreciativos donde todos los gatos son pardos, donde la "deconstrucción" oculta la mediocridad o la biografía del autor enmascara deslices verbales, gazapos y sapos metafóricos.

El prólogo a Poesía en movimiento[xii] muestra cómo supo, hasta por el número de renglones que le dedica a cada poeta, establecer una jerarquía. Allí el tabasqueño José Carlos Becerra, por ejemplo, ocupa el relevante sitio que le corresponde. Allí es raro hallar algún elogio desmedido, inverosímil, tan abundante en otras antologías o prólogos. Sus juicios de valor pueden resultar polémicos, pero sabemos que siempre tenía un inconmovible sentido del canon. De ahí que se buscara no pocos fustigadores en los cenáculos de bombos mutuos, tan abundantes en cualquier mes o trastienda globalizados.                

Y la experiencia lúdica

Sus mejores escritos exhiben unos relámpagos sintácticos y metafóricos sencillamente cautivantes, entre vertiginosos cortes a la lógica trivial, al pesado transcurrir que nunca suelta la falsa, hilvanada coherencia expositiva. Para mí solo Borges alcanza el dinamismo de su prosa ensayística, aunque por otro singular desvío estilístico: clinamen, como sugiere Harold Bloom[xiii] siguiendo la idea de Epicuro que Lucrecio difundiera, para significar un rumbo ligeramente distinto al de otro escritor, sea precursor o coetáneo.

Al compartir aquí la pregunta que me ata a su embrujo verbal —¿por qué con la obra poética y ensayística de Octavio Paz estaré siempre conversando?— trato de argumentar que su centenario sirve apenas como deliciosa excusa para releerlo. A diferencia de otros escritores cuyas efemérides no suelen motivarnos con la misma fuerza —a veces solo por el compromiso arqueológico—, el 31 de marzo de este 2014 es una fiesta de la palabra insubordinada, del discurso fuerte.

Y no se trata —argumento— de una impresión, sino de un rastreo estilístico por sus signos más evidentes, como el constante entrecortar de la frase mediante el punto y seguido, las oraciones unimembres, el poco uso de los complementos nominales y las subordinadas. Lo que además se enriquece con su figura preferida: la paradoja, de estirpe surrealista. Modulada por los juegos de la paronomasia, los sumergimientos en las etimologías, las sinécdoques ingeniosas que recuerdan el conceptismo de Gracián, dentro del complejo orbe barroco; aunque en él apenas podemos hallar algún énfasis, porque muy bien aprendió el sentido taoísta del sugerir, como profundo conocedor del haiku, admirador de Basho, según muestra en Sendas de Oku de Basho[xiv]. Casi siempre bajo esas ironías y analogías donde el erotismo no se sabe a dónde pertenece en Occidente, pero sí que se sumerge en filosofías orientales, en el budismo, como puede leerse en Vislumbres de la India[xv], país donde fuera embajador entre 1962 y 1968, cuando renuncia, como se sabe, en protesta por la masacre de Tlatelolco.

Porque hace mucho, mucho tiempo, había un adolescente habanero que tuvo el privilegio de que la entonces secretaria de José Lezama Lima, Carmen de Céspedes, lo llevara a la casa del amigo de Octavio Paz en la calle Trocadero 162, bajos, puerta de la izquierda. Y después, antes de abandonar el país, ella le regalara su colección de la revista Orígenes, con varias colaboraciones del poeta, además de una excelente biblioteca donde estaba la edición de 1958 de Libertad bajo palabra. Tal suerte y la de pescar algunos de sus libros en librerías de viejo, armaron mis primeras conversaciones con el ejemplar escritor "sin mandato" mexicano.

En los peregrinajes de mi exilio, cuando he tenido que decidir cuáles libros caben en las dos o tres cajas que puedo arrastrar, siempre han estado aquellas ediciones, luego multiplicadas y hasta exhibidas con vanidad y pedantería, como la edición príncipe de Blanco, que algunas tardes de domingo releo para disfrutar y darme fuerzas, para vitalizar mi razón crítica y creer más en las paradojas existenciales que el erotismo —su La llama doble[xvi]— conjura. 

Relato un último privilegio: la única vez que platicamos, ¿cómo decirlo?, sin que mediaran sus letras, porque siempre, desde luego, han sido personales… Fue nada menos que en un sitio emblemático de la élite cultural mexicana: el antiguo Colegio de San Ildefonso, tan cerca del Zócalo de Ciudad de México, sobre la Tenochtitlán azteca que disfrutamos en Fernando Benítez, entre murales de Juan Clemente Orozco y recuerdos de la Preparatoria donde Carlos Pellicer hilvanara sus primeros paisajes poéticos.

La feliz casualidad ocurrió el viernes 26 de agosto de 1988, en la clausura del XVII Congreso de Literatura Iberoamericana, a donde fui invitado por el ensayista y profesor argentino Alfredo Roggiano, tras algunas colaboraciones mías en la Revista Iberoamericana, que él dirigiera desde Pittsburgh con los hoy tan añorados aciertos de ecumenicidad y rigor intelectual.

Paz estaba junto a su esposa, Marie-José Tramini, y de inmediato reconocí a la mujer que inspirara, entre otros, el erotismo de Blanco, ese mandala que se despliega en por lo menos cuatro senderos, hasta fundirse en un objeto verbal donde el espacio, la visualidad de la hoja —Mallarmé, Apollinaire, Huidobro, Mario y Oswald de Andrade…— forma parte de la nueva realidad artística, que al adentrarse en el lenguaje incluye silencios y combinaciones, juega y crítica bajo el signo de Eros.

Como en otro ensayo estudiaré las relaciones entre Octavio Paz y José Lezama Lima, los sesgos poéticos donde coinciden y se alejan, apenas cuento aquí lo obvio: que tras yo referirme a su poema "Nocturno de san Ildefonso", hablamos de la revista Orígenes, de la correspondencia entre ellos, del poema que Lezama le escribiera y del prólogo-poema que Paz entregara para la edición mexicana de los poemas póstumos de Lezama: Fragmentos a su imán[xvii], publicación que por cierto precedió a la cubana.

Lo curioso, que revelo por primera vez y por una razón bien diáfana, es que conversamos sobre Cintio Vitier y Fina García Marruz, con los que también mantuvo una amistosa correspondencia. La razón ejemplifica cómo Octavio Paz, a diferencia de muchos de sus detractores, sabía sobreponerse a diferencias de credos e ideologías en sus relaciones personales. Bien lejos de su ideario cualquier genuflexión ante un caudillo o dictadura, ante los sacrificios totalitarios del presente para el fraude de forjar el "hombre nuevo". Pero aún recuerdo con cuánto cariño me preguntó por la salud del matrimonio cubano, por sus poemas y ensayos de ese entonces. Mensaje que transmití puntualmente y que obtuvo la misma simpatía, entre sonrisas y silencios.

Nada menos que seis números de Orígenes prestigió Paz con sus colaboraciones. La primera corresponde al número de invierno de 1945, en realidad aparecido a finales de diciembre de 1944. Fueron cinco poemas: "Misterio", "La rama", "Viento", "Espiral" y "Nubes"[xviii]. Orígenes exigía, desde luego, que las colaboraciones fueran inéditas.

Este gerundio de gratitud desea terminar o comenzar con unos de aquellos poemas que por primera vez salieron en La Habana. Hoy sigo conversando como hace medio siglo con el poema "Espiral", escrito en Nueva York el 16 y 17 de agosto de 1944, meses antes de que Orígenes lo publicara. Octavio Paz tenía treinta años cuando ya, como el ciclón en Lezama, se identifica con el caracol, las aguas y sirenas, los movimientos en espiral del sino individual y del universo inextricable. Son cinco tercetos eneasílabos. Dicen:

 

Espiral

 

Como el clavel sobre su vara,

como el clavel, es el cohete:

es un clavel que se dispara.

 

Como el cohete el torbellino:

sube hasta el cielo y se desgrana,

canto de pájaro en un pino.

 

Como el clavel y como el viento

el caracol es un cohete:

petrificado movimiento.

 

y la espiral en cada cosa

su vibración difunde en giros:

el movimiento no reposa.

 

El caracol ayer fue ola,

mañana luz y viento, son,

eco del eco, caracola.

 

[i] Octavio Paz, El ogro filantrópico (Seix Barral, Barcelona, 1979).

[ii] Octavio Paz, Sueño en libertad. Escritos políticos (selección y prólogo de Yvon Grenier, Seix Barral, México D.F., 2001).

[iii] Octavio Paz, Postdata, conferencia dictada en la universidad de Austin, Texas, el 30 de octubre de 1969. Cf. Nota 6.

[iv] Albert Camus, Le Mythe de Sisyphe (Gallimard, París, 1942).

[v] Albert Camus, L’Homme Révolté (Gallimard, París, 1951).

[vi] Octavio Paz, El laberinto de la soledad (Cuadernos Americanos, México D. F.,1950), Postdata (Siglo XXI, Ciudad de México, 1970), Vuelta a El laberinto de la soledad (Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1981).

[vii] Octavio Paz, "Las 'confesiones' de Heberto Padilla", en Siempre, junio de 1971. Se recogió en El ogro filantrópico. Cito por el noveno volumen de las Obras completas (Fondo de Cultura Económica, México, 1995).

[viii] Octavio Paz, Los hijos del limo (Del romanticismo a la vanguardia) (Seix Barral, Barcelona, 1974.)

[ix] Octavio Paz, Cuadrivio (Joaquín Mórtiz, México D. F., 1965).

[x] Rodolfo Mata, "Octavio Paz: um percurso através da modernidade" en Maria Esther Maciel (org.), A palavra inquieta. Homenagem a Octavio Paz (Editora Autêntica, Belo Horizonte/ Memorial da América Latina, São Paulo, 1999).  

[xi] Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1982.)

[xii] Octavio Paz; Chumacero, Alí; Pacheco, José Emilio; Aridjis, Homero. Poesía en movimiento: México 1915-1966 (SigloXXI,  Madrid).

[xiii] Harold Bloom, Poetry and Represion, Revisionism from Blake to Stevens (Yale University, New Haven, 1976).

[xiv] Octavio Paz y Hayashiya Eikichi, Sendas de Oku (Seix Barral, Barcelona,1981).

[xv] Octavio Paz, Vislumbres de la India (Seix Barral, Barcelona, 1995).

[xvi] Octavio Paz, La llama doble (Seix Barral, Barcelona, 1993).

[xvii] José Lezama Lima, Fragmentos a su imán (Era, México D.F.,1977).

[xviii] Orígenes, año 2, no. 8, invierno, 1945, pp. 15-18.

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