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Opinión

Fernando Rojas y la telenovela de la familia

'Si van a estar en la redes, se les acabó el no ser interpelados. Estarán tan blindados en Twitter como cualquier otro tuitero.'

Madrid
Fernando Rojas.
Fernando Rojas. DDC

Las redes sociales han hecho posible que la hija de un viceministro del régimen cubano alardee de su estancia en EEUU, que sus fotos turísticas hayan sido enarboladas como denuncia de la hipocresía del viceministro, que a este le hagan increpaciones en Twitter y que él responda, en Twitter también. ¿Podría pedirse más?

Fernando Rojas, viceministro de Cultura, no desmintió que se tratara de su hija. Tuvo a bien aclarar que reside en La Habana y aquellas eran fotos de un viaje. Es decir, ella no era uno de esos hijos de dirigentes que desconfían de la sociedad que sus padres timonean y prefieren irse lejos, a vivir bajo otras leyes.

No hay yate en las fotos en que esa joven celebra su felicidad de conocer lugares. Son imágenes que bien podría hacerse cualquiera que resida fuera de la Isla. En su ropa veraniega no alcanzan a detectarse señales de lujo. Un tuitero preguntó al viceministro Rojas de dónde sale el dinero para esas escapadas, que no puede ser de su sueldo. Le preguntaron por el negocio privado de su esposa, un spa en La Habana. Alguien quiso saber si habría tope de precios en los servicios de ese spa.

Amén de la libertad económica para unos y no para otros, lo que estaba en discusión era la libertad de movimientos para unos y para otros no. Ministros y viceministros y otras autoridades han conseguido hacer tan bajo el nivel de expectativas de la población cubana que la sola idea de viajar resulta un privilegio desmesurado. Con su desempeño, Fernando Rojas coarta tanta libertad de movimiento y opinión, que su hija no puede menos que quedar en esas fotos como una privilegiada niña rica.

Agobiado por las increpaciones que le hacían en Twitter, y supongo que lamentando haber tomado la decisión de "salirle al paso" a quienes lo increpaban, él echó mano a las bajezas habituales. Aquellos que lo acusaban eran culpables de haber abandonado su país… Acusándolo a él acusaban a Cuba… Hacían esas acusaciones en tanto mercenarios… Alguna organización estaría pagándoles para que echaran a perder a él y su hija la alegría familiar de ver mundo…

Desesperado por cerrar la discusión, contestó a un tuitero: "Prestas demasiada atención a mi familia. ¿Te lo pidieron o es un pedacito estalinista que tienes?". Llama la atención esa exigencia suya de hacer distingos entre quien es él y quien es su familia. Llama también la atención el uso del estalinismo como descalificación. Al paso que vamos, no está lejano el día en que un militante del Partido Comunista de Cuba (PCC) insulte al adversario tildándolo de comunista.

Fernando Rojas pasó por la Vocacional Lenin, cursó estudios universitarios en Moscú, es militante del partido único, lleva demasiado tiempo como viceministro de Cultura, y no termina de cumplírsele el sueño de llegar a ministro. Es un konsomol con problemas de crecimiento. Hará cuanto esté a su alcance, en represión y censura, para lograr su sueño. Quedó manifiesto en las discusiones en torno al Decreto 349 y en su campaña contra Tania Bruguera.

Él, sus cómplices y los antecesores de todos ellos en sus puestos, son quienes implantaron en la historia cubana esa política de no hacer distingos entre individuo y familia. Ha sido ese régimen que él constituye y defiende el que se dedicó a averiguar la procedencia social en cada biografía. Durante décadas, mientras estuvo en pie el marxismo que él estudiara en Moscú, el régimen rastreó el más mínimo rezago burgués dentro de las familias para, una vez detectado, proceder a su aniquilación. Y ahora, desnortado e incapaz de apuntar a ningún futuro, se encarga todavía de decidir quién entra y quién sale del país. El juego sádico con los lazos de familia le resulta esencial. Es un régimen de secuestradores, presto a imponer separaciones para lucrarse de ellas luego.

Los creadores del cederismo, del ojo represor que llega al interior de cada casa y cada familia, fueron también los creadores de la criba de todo el que viva "por encima de sus posibilidades". Son esos dirigentes muertos o casi muertos, de los cuales Rojas y Díaz-Canel aseguran ser continuidad. Si ha existido entre cubanos estalinismo, fue importado por ellos, porque ninguna de las dictaduras anteriores produjo cosa igual.  

Otro episodio de Fernando Rojas en Twitter

Hace unas semanas, una tuitera echó en cara al viceministro Fernando Rojas el ostracismo padecido por Virgilio Piñera. La tuitera residía en el extranjero. La salida del viceministro consistió en lamentar que ella no hubiera regresado al país en los últimos años para ser testigo del resurgimiento de Piñera en la cartelera teatral habanera.

Una maniobra así deja claro cómo administra el régimen lo problemático de su pasado. Aprovechó la debilidad de Virgilio Piñera para aplastarlo, y se aprovecha ahora de su importancia, que tanto hizo por restarle. Saca provecho de él igual que saca provecho de la gente que tuvo que exiliarse o emigrar.  Explicación o disculpa oficial por todo lo que hizo contra él, no va a haber nunca. Pablo Milanés está esperando a que las autoridades se disculpen por haberlo encerrado en la UMAP.

Y así como administran la memoria de autores problemáticos, administran el resto de la historia. Ahora resulta que son los enemigos de la revolución quienes extienden el enjuiciamiento de un individuo a toda su familia y quienes pueden ser acusados de estalinistas.

La muy citada frase de Marx sobre la historia que se da primero como tragedia y luego como farsa, podría traducirse para el caso cubano como: primero tragedia, y luego telenovela. Así se entiende que el gran separador de familias Fidel Castro pudiera apelar a la unidad de la familia a la hora de reclamar al niño Elián. Que, en otro capítulo de esa telenovela, la mujer de un espía de los apodados "Cinco Héroes" fuera inseminada a distancia y a través de la frontera. Que Fernando Rojas se enoje porque la cogen con su hija, porque se la secuestran en imagen. 

Lo siento por la muchacha, que no podrá alardear de sus placeres por simples que sean estos, y tendrá que esconderlos como alegría culposa si no quiere más ataques sobre su padre. Lástima por ella, pero así son las leyes del juego que el viceministro Rojas impone sobre los demás, y su coherencia de ideólogo ha de ser juzgada bajo esas mismas leyes, por restrictivas que sean.

Algo semejante cabe decir en cuanto al negocio de su esposa. Las sospechas que le dedicaron varios tuiteros se corresponden perfectamente con la política oficial de acoso a los pequeños emprendedores. Son los correligionarios de Fernando Rojas, no otros, quienes se sobresaltan ante cualquier enriquecimiento, por lícito y mínimo que sea.

En cuanto al propio viceministro, desde hace años corren rumores acerca de una oportunidad ministrable suya, aunque también corren rumores sobre lo imposible de ese ascenso dada la existencia, en el exilio y en las publicaciones, de su hermano Rafael Rojas. Puede que estos últimos no sean rumores muy verosímiles, pero dan idea de lo contagiosa que resulta la culpa dentro de la familia, a los ojos de las autoridades revolucionarias.

En la telenovela del castrismo, Fernando Rojas jimiquea a nombre de su familia. Él y otros como él son continuidad llorona. Lo tienen muy difícil: si van a hacerse presentes en las redes sociales, tal como parecen haber decidido, se enfrentarán a un continuo escrutinio. Escrutinio que se extenderá a todos los descendientes suyos identificados a los que puedan llegarles privilegios de nomenclatura.

Si van a estar en la redes, se les acabó el no ser interpelados. Estarán tan blindados en Twitter como cualquier otro tuitero. De querer publicitar sus alegrías, tendrán que ser coherentes y cada vez menos felices, o abiertamente felices pero cada vez más corruptos e hipócritas.

Es que, como dejó dicho otro Carlos (Puebla, no Marx), llegó el comandante, mandó a parar, y entonces se acabó la diversión.

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