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Política

La soledad del régimen cubano: dos experiencias y dos libros

Con sus respectivos libros, Armando Chaguaceda y Dimas Castellanos demuestran cuán amplia y variada es la oposición política al régimen.

Madrid

Por lógica elemental, mientras más cerrado es un modelo ideológico —mientras más homogéneo, repetitivo y regulado es— mayor es el espacio que queda fuera de él y mayor es, por tanto, la diversidad de las ideas que, siendo excluidas, se le oponen. El Gobierno cubano, desde hace muchos años, ha expulsado la diferencia, ha inhabilitado la réplica y ha proscrito la discrepancia. Ha dedicado tantos esfuerzos a protegerse contra todos los que no repiten lo mismo que su "dirigencia histórica" que —al menos en el plano de las ideas políticas—, se ha quedado completamente aislado, cerrado en sí mismo y sin nadie a quien "convencer".

En contraste con esa degradada homogeneidad del oficialismo, el pasado viernes se presentaron en Madrid dos libros que volvieron a mostrar cuán amplia y variada es la oposición política al régimen cubano: Crónicas de Krakozhia, de Armando Chaguaceda, y La revolución fracasada, de Dimas Castellanos. Fue un agridulce recordatorio de cuánto del pensamiento cubano ha sido desalojado del país. Lamentable, porque nos recordó las enormes dificultades con las que hemos tenido que lidiar los cubanos en los últimos años. Pero también reconfortante, porque mostró claramente la soledad en la que se ha ido quedando el Gobierno, víctima de su propia trampa al expeler a todo el que intenta actuar con algún mínimo grado de autonomía.

En la presentación, Dimas Castellanos —nacido en los años 40 e hijo de tabaquero— recordó la vitalidad cultural y política de las tabaquerías cubanas de la época y relató cómo ese mismo espíritu se extendía a la vida familiar; cómo se formó desde joven en el cuestionamiento político, en el debate libre y cómo ese ambiente le motivó a vincularse con las juventudes del Partido Socialista Popular (PSP). También cómo participó, siendo muy joven, en los primeros años de la promesa "revolucionaria". Curiosamente, las mismas razones que le llevaron a "participar en todo lo que tenía que ver con la Revolución" —como él resumió esa etapa de su vida— fueron las que luego le llevaron también a ser apartado: disentir, intentar pensar por sí mismo, ser consecuente con su propia formación y con sus orígenes.  

Armando Chaguaceda nació mucho después, a mediados de los años 70, en condiciones completamente diferentes; pero la evolución de su vocación política también le llevó a una situación que tiene mucho en común con la de Dimas Castellanos. Como él mismo relató, se educó dentro del modelo ideológico de "la Revolución", con el que su familia se identificaba. Transitó por las diferentes instancias del sistema educativo gubernamental y, como la mayor parte de su generación, también tuvo una etapa de ingenuo optimismo hasta que topó "con los límites que la propia formación proveía" y terminó siendo igualmente repelido por la intolerancia y la estrechez del molde ideológico impuesto por "la Revolución".

Lo irónico de los regímenes totalitarios es que, en el límite, su mayor "éxito" implica también su fracaso. Crecen alimentándose de la diferencia, eliminándola o ahuyentándola; y cuando más cerca están de "derrotar" todas las alternativas y controlar los más mínimos resquicios  de autonomía personal, ya no queda nada ni nadie a quien gobernar. El Gobierno cubano hace demasiado tiempo se viene acercando a ese límite.

Junto a sus textos, Castellanos y Chaguaceda nos trajeron también a Madrid dos experiencias de vida, lamentablemente compartidas por varias generaciones ya. Ambas, experiencias de emigrantes de Krakozhia, de inconformes expelidos de su ambiente de origen y que siguen intentando explorar otras opciones para encontrar las manera de superar un punto de partida con el que ya no se pueden identificar. Ambas, también testimonios de un fracaso. Pruebas empíricas de los estrechos límites de la llamada "Revolución cubana", de su incapacidad para aglutinar en la diferencia y de la improductividad ideológica del totalitarismo. 

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