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Opinión

Cuba: esperando la carroza

Igual que en el filme argentino, están saliendo a la luz las más profundas y ocultas diferencias dentro de un hipócrita bullicio plañidero.

Miami

Todo el mundo esta esperando la carroza, algunos para bajarse y otros para subirse. En este caso la carroza, como en la película argentina de Alejandro Doria, sería el fallecido proceso revolucionario cubano, que va de salida.

Los actores, igual que en el filme, están sacando a la luz sus más profundas y ocultas diferencias en un hipócrita bullicio plañidero. Y para colmo, la culpa del muerto se la están cargando a quienes no viven allí ni han administrado una bodega en 60 años: el imperialismo norteamericano —parece ser el único que existe—, la "mafia" cubanoamericana y el bloqueo de la malanga y sus derivados.

Al anunciar la posposición de la elección de la nueva Asamblea del Poder Popular y la selección —que no elección— del nuevo presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, se ha hecho una pausa para que la generación histórica se baje poco a poco de la carroza, condecoraciones incluidas.

Puede que la demora haya consistido en cómo y dónde apearse. Después de tantos años ejerciendo un poder casi ilimitado en ciertas áreas de influencia, los "históricos" apenas sabrían vivir de otra forma. Podría haber sido labor tenaz convencer a octogenarios de que su "obra" y sus privilegios serán respetados por quienes los sustituyan.

Quienes están en la parada, esperando para subir, son diversos y al mismo tiempo parecidos, como no podría ser de otra manera en una sociedad total. Una clasificación superficial los pondría en ortodoxos o talibánicos, y "reformistas" o camaleónicos. Los primeros son algunos sobrevivientes de las épocas del extinto líder. Sobreviven haciendo periodismo de barricada y méritos denunciando débiles ideológicos. Los camaleónicos proceden de la misma camada, solo que fieles al general-presidente continúan clamando por lineamentos, reformas y actualizaciones, cuando saben muy bien que eso no será posible antes del paso fúnebre de la carroza.

Hay una tercera ola, enigmática para muchos, que se hace llamar leal. En ella convergen estructuras varias de la sociedad civil —difuminada, fragmentada—, y cuya indefinición política es su definición mejor. Nadie sabe muy bien de qué se trata. Qué fallecido es el que les duele. Por quién y por qué lloran. Eso los hace sospechosos para todos los grupos, incluso en el exilio.

Este tercer grupo es el enlace entre los dolientes de las dos orillas: vivir en la Isla y comer fuera de ella —otra sospecha—. Pero lo interesante es la convergencia: excomunistas y exbrigadistas 2506, católicos y protestantes, ecuménicos y agnósticos, exembajadores, economistas y filósofos. Ellos creen que liderando esa carga de frustraciones, de descontentos teóricos y prácticos, les toca subirse a la carroza y convertirla de fúnebre en festiva, carnavalesca.

Un detalle no despreciable: son el enlace entre ambas carrozas gracias al sustento económico de la orilla norte, donde, por supuesto, también hay gente para bajar y subir del carro.

El exilio se mantiene dividido, algo natural en una sociedad donde cada uno tiene derecho a pensar y actuar como le dé la gana sin sufrir consecuencias por ello. También aquí hay "históricos". La diferencia con sus hermanos en la Isla es que la mayoría no depende de un gobierno que les mantenga privilegios. Sea como hubiese sido, se han encargado de hacer sus propios negocios y carreras de abogados, médicos, banqueros, y no le deben nada a nadie. No le temen al desamparo sino al juicio de la historia; algunos creen que pudieran haber hecho más antes de bajarse del carro.

Por acá también hay quienes aspiran a subirse a la carroza, no la de la muerte, sino la del carnaval de la vida. Los "talibánicos" y los "camaleónicos" de esta orilla tienen marcadas diferencias. Los primeros creen que con el régimen no puede haber medias tintas; ahora mismo se reagrupan en un proyecto que remeda los tiempos de Jorge Mas Canosa y su influencia en el Gobierno y el Congreso norteamericanos. Creen que es hora de pisar la manguera venezolana que oxigena al régimen cubano.

Y está el grupo de los camaleónicos —no hay culpa al tratar de sobrevivir a la depredación política— que un día fueron los más ortodoxos. Ellos piensan que lo mejor es dar todo el oxígeno puro que se pueda hasta que el régimen de sature y colapse por hiperventilación.

Donde los comunistas cubanos tienen razón es en decir que ambos quieren tomar la carroza por distintos métodos de abordaje.

Lo curioso es que "leales" y camaleónicos del exilio ha hecho una asociación nada oculta, y todo el que tenga dos dedos de frente se pregunta de qué se trata todo esto. Porque si es para evitar el derramamiento de sangre cubana, favorecer la reconstrucción del país, instaurar la democracia y el respeto a la propiedad privada, mantener las conquistas sociales —que hoy apenas funcionan—, es bienvenida esa especie de Frankenstein político —y recordemos que Mary Shelley la concibió como una obra de amor.    

Pero si se trata, como en el filme argentino, de ver quién carga con el muerto o con la vieja, tal vez el general-presidente haya tenido razón es posponer su anunciado descenso. Bajarse de la carroza antes de tiempo podría ser fatal para todos, incluido para el exilio más ortodoxo, que no desea un país ensangrentado.

Tal vez nunca los comunistas debieron subirse a la carroza 60 años antes. Pero lo hicieron. Ahora se trata de que bajen los cansados y los malos. Y que suban los frescos y los buenos: convertir la carroza funeraria en un alegre carrito de granizado.

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