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Opinión

El régimen cubano y la transición venezolana

'Cuba puede ser hoy, para nuestras débiles democracias, un factor de injerencia tan nocivo como los EEUU de la Guerra Fría.'

Ciudad de México

En una entrevista reciente, la analista venezolana Rocío San Miguel, experta en asuntos militares, definió magistralmente el rol de Cuba en su país. Al respecto señaló: "La sala situacional donde se toman las decisiones estratégicas más importantes —de carácter político y militar, pero también económico y social— está en La Habana. Venezuela es una especie de pecera, un caso de estudio, de permanente seguimiento por la estructura cubana, para mantener a Venezuela como su fuente económica de supervivencia. Todo lo que estamos presenciando en este momento —entre otras cosas, el uso desproporcionado de la fuerza—, la partidización acelerada de la Fuerza Armada Nacional, así como esta propuesta de Asamblea Constituyente, abyecta completamente, espuria completamente, es un modelo cubano".

Semejante influjo constituye una anomalía. Pocas veces en la historia americana —con la excepción del nexo entre la España monárquica y sus colonias americanas— un país menor ha sujetado tan férreamente a otro más rico. Mezclando la influencia del adoctrinamiento —Maduro es un cuadro formado en la escuela del Partido Comunista cubano—, el control policiaco —incluida la vigilancia sobre las elites maduristas— y la febril actividad diplomática y propagandística —mediante embajadas, círculos intelectuales y agentes de influencia—, La Habana sostiene políticamente a Caracas como una suerte de aliado rehén. Cuyo petróleo necesita para apuntalar la economía y gobernabilidad insulares, en la actual coyuntura de sucesión de liderazgo.

Es decir: el régimen cubano es, a la vez, actor —dada su cuota de poder regional e interna— y modelo —por su diseño institucional de raigambre estalinista— para la sobrevivencia autocrática de su par venezolano. Por lo que constituye un factor a considerar en cualquier proceso redemocratizador en la nación sudamericana. Y ningún antecedente —ni el de la Centroamérica de los 80— ofrece lecciones afines.

La duda es si Raúl Castro aceptará, rendido ante evidencias, soltar a su aliado; del mismo modo que un parásito abandona calculadamente al hospedero moribundo cuya suerte rechaza compartir. Porque si alguien tiene hoy un panorama completo sobre los escenarios venezolanos es la inteligencia cubana. Pero sí —y solo si— se sostienen, amplían y articulan la movilización popular, la fractura del oficialismo y la presión internacional, unidos a escenarios de buena negociación política, quizá los militares cubanos y venezolanos decidan que no vale la pena enfrascarse en una guerra civil. Y que siempre es mejor un mal arreglo que una buena pelea.

En Latinoamérica valdría la pena sacar lecciones de estos acontecimientos. De cómo Cuba puede ser hoy, para nuestras débiles democracias, un factor de injerencia tan nocivo como los EEUU de la Guerra Fría. Y de cómo el proyecto progresista de un Estado social de derecho, pendiente en nuestra desigual región, está permanentemente asediado no solo por la empobrecedora agenda neoliberal sino también por la influencia (factual o modélica) del actual modelo cubano sobre diversos sectores antidemocráticos de la política y sociedad latinoamericanas.


Este artículo apareció en el diario mexicano La Razón. Se reproduce con autorización del autor.

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