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Economía

Motembo, la Siberia cubana

El lugar donde las escuelas han sido convertidas en cárceles se hizo famoso en agosto. MEO Australia asegura que hay un tesoro petrolero en su suelo.

Sagua la Grande

Cárceles, manicomio, trabajo correctivo. La Siberia cubana se llama Motembo. Una llanura rodea y ciñe —estrangula— a un pueblo incomunicado, ajeno a las carreteras, a medio camino entre las ciudades de Cárdenas y Sagua la Grande.

Una vez Motembo fue famoso por las escuelas junto a las plantaciones frutícolas. Cientos de estudiantes vivían allí, o iban a trabajar temporalmente allí, en plena Siberia de la guayaba y el mango. Las filas de árboles, perfectas como formaciones militares, refuerzan las huestes del tedio, se prolongan infinitas.

Motembo se hizo famoso en agosto —¿hizo su agosto, al fin?— por causa del petróleo. MEO Australia asegura que hay un tesoro de hidrocarburos bajo el paraíso de la mermelada. Se habla de miles de millones de barriles, como para trocar en derroche el apagón cubano. Lo mismo que Siberia —gulag y oro negro—, el pueblo vegeta en su aislamiento calcinado, como la yerba silvestre.

"Las famosas escuelas que tú dices ya no existen —la mujer va hasta a San Pablo, un caserío en el camino de Motembo—. "Las han hecho cárceles casi todas: la José Luis Robau, la Jaguari…"

Jaguari es Houari Boumédiène, el segundo presidente de Argelia. La mujer y yo tuvimos la fortuna de encontrar un camión, la feliz botella. Ella se quedará en su casa. A mí me toca andar unos cinco kilómetros para toparme con el entronque de Motembo. Y de ahí, cinco más hasta el pueblo. De pasada, borrosa, advierto la Jaguari. De Houari a Jaguari ha transitado; de escuela a cárcel. Una valla distingue la entrada hacia alguna parte: "El Partido es la conciencia de esta época". Esta clase de lemas difusos, casi ilegibles, son un lugar común del campo cubano. La gente sonríe. Si tiene cámara, hace una foto.

"Los que vivimos aquí somos gente como cualquiera —mi compañera de viaje alza la voz y consigo oírla, pese al fragor del camión—. Yo quisiera vivir en un pueblo, pero uno tiene lo que le tocó".

"¡Estas son las nalgas del mundo! —insiste resignada—. Corralillo es el peor municipio del país".

En el entronque hay dos tipos. Uno es lacónico, el otro se porta locuaz.

"¿Estás viendo esos mangos? —y señala al frente—. ¡Se perdieron miles de toneladas porque no tenían a quién vendérselas! Era tarde cuando hicieron la gestión. Y se pudrieron".

Habla de la Empresa Agropecuaria Militar Motembo, una anomalía eficientísima. El Ejército cosecha mangos. Como no tiene quien los recoja, machaca la pulpa de los presos. Antes los estudiantes, ahora los presos hacen la mermelada. Se alojan en los mismos cuartos, hurgan las mismas filas de árboles uniformes como regimientos.

Se detiene un jeep, uno de la empresa frutícola. Así llego al pueblo, bajo amable custodia. No será la última botella de la jornada.

En la calle principal de Motembo hay una venta callejera, un portal con catres. Hebillas de plástico, juguetes de plástico reciclado, ferretería de mala calidad, he ahí la mercancía. Echo al ruedo el rumor del petróleo. La gente se interesa. Algunos conocen el asunto y lo toman por chisme: "No se ha dicho nada oficial". Otros oyeron el comentario de alguien que conoce a uno bien relacionado, amigo de otro que lo leyó en internet. Hay unos pocos que no saben nada. Un carretón de plástico, en el fecundo catre, reproduce el aspecto de los convoyes colonizadores del far west. Pero Motembo es Siberia: gulag y oro negro.

"Vete hasta allí —un viejo señala la mitad de la cuadra—, y verás una casa que cocina con el gas de su propio patio".

Tras la cancela ya diviso el pozo. "Cuidado, no hagas fuego", reza un aviso. La gente de la casa goza del gas de su propio suelo, que parece inagotable. Saben de la pretensión de MEO Australia, la reciben con cierta prevención. Para ellos, Motembo es el hogar.

"No vivimos mal —dice Mayibi, la dueña del pozo, la administradora del Círculo Social—, pero es cierto que estamos aislados y con pocas oportunidades para los jóvenes".

Indago sobre el gulag, porque el petróleo no extraña a nadie. Aquí descubrieron nafta en el siglo XIX, bebieron nafta durante todo el siglo XX. MEO Australia es el único atónito, el único que se desayuna.

"Las escuelas que viste son prisiones —confirma la nuera de Mayibi—. La empresa militar es muy rentable, y su fuerza de trabajo son los presos".

Me confirman, a cada paso, la rentabilidad de las plantaciones, pese a las pérdidas recientes.

¿Y queda alguna escuela funcionando? "Una sola —me explica un maestro del pueblo—. Quedará alguna abandonada también, aunque parece que la empresa la cogió para criar animales".

Salgo de Motembo en otro camión, uno que cargó áridos antes de cargarme a mí. Voy blanqueándome bajo el sol. El camión es altísimo y puedo divisar todas las prisiones. Cinco o seis, cuento. Los establecimientos económicos junto al camino, los más insignificantes, dicen "Zona militar".

Más allá, en la Carretera del Circuito Norte, subsiste el hospital psiquiátrico Aurora Rivero. Se dice que lo destinan a locos sin remedio. A los locos que nadie visita ni se les ve deambular entre los edificios. Retenidos, amarrados a la cama, duermen bajo el resistero. Por eso, por lejano e irremediable, se me ocurre que no sembraron este manicomio en Motembo por razones terapéuticas. Allí está para que nadie lo vea, en el sitio más lejano que pudiera buscarse, en la Siberia cubana.

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