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Opinión

¿Propicia Obama la perpetuación del régimen cubano?

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La Habana

La aceptación aparente de una dictadura, sea de líder único o con reinado de grupo elitista, no significa que el pueblo la apruebe, mucho menos que le guste vivir bajo su bota. Digan lo que digan los tópicos de uno u otro bando, las dictaduras se sostuvieron siempre sobre una minoría, y no concluyen sino cuando la mayoría de sus dominados deciden ponerle fin. Pero, si en cambio, la derrota del dictador proviene de fuerzas extranjeras, y aún más sin el consenso de sus dominados, el remedio puede terminar resultando peor que la enfermedad.

Si es así, y es así como la historia lo muestra, no veo por qué nuestra dictadura se tornaría aún más inamovible gracias a sus nuevas relaciones con Estados Unidos.

Lo que veo, porque se presenta clarito ante la vista de cualquiera, es que el gobierno estadounidense necesita cambiar sus estrategias con respecto al indeseable colega vecino. Así que le salga bien o mal el cambio (aunque no tiene por qué salirle mal), es atinado probar, toda vez que la estrategia anterior perjudicó más de lo que pudo haber beneficiado sus planes. Elemental, Watson, diría Holmes. A lo que no le veo pies ni cabeza es que nosotros, los propios cubanos, pensemos que este nuevo acercamiento estadounidense nos está condenando a continuar dominados por el totalitarismo in saecula saeculorum.

¿Qué señales concretas nos indican que si los Estados Unidos mantienen el embargo y su trasnochado pugilato con el régimen, tendríamos la posibilidad de conquistar la plena democracia en un plazo breve, digamos en los próximos años?

Después que nuestra dictadura se las ha amañado para conseguir la aprobación y hasta el aplauso de la mayoría de las más sobresalientes organizaciones internacionales, y de una buena parte de los gobiernos de este mundo al que suelen llamar civilizado (incluidos ahora los de la vieja y culta Europa), supongo que el interés de algunos de nosotros porque Estados Unidos siga perdiéndose su participación en la piñata sea de carácter eminentemente económico. Creemos que nuestros caciques se harán más fuertes con el dinero proveniente del Norte. Pero estamos pasando por alto dos pequeños detalles: a) a estas alturas, ellos poseen ya todos los millones y riquezas que necesitan para ser fuertes; b) de la misma manera que los caciques obtendrán el dinero que ya no les resulta imprescindible para reinar, la gente del pueblo también va a mejorar económicamente. Ya sabemos que la gente piensa según como le vaya en la vida, y ese es justo el fundamento de nuestra desgracia, que como nos ha ido tan mal, perdimos hasta la capacidad de pensar.

Se entiende que los actuales activistas de la oposición en Cuba sean los revolucionarios de estos tiempos. Pero no demuestra congruencia alguna un revolucionario (en el mejor sentido del término, no en el que secuestraron para su uso particular nuestros caciques) que permanezca aferrado sin disyuntivas a viejas prácticas que han demostrado su inviabilidad a lo largo de más de medio siglo.  

Creer que la palabra democracia está vacía de significado para los que residimos en Cuba sólo por el hecho de que nos obligan a vivir sin ella, no es equivocación menor que la de quien creyó que el loro es pintor sólo porque defeca verde. Considerar que cuando mejoremos aunque sólo sea un poco nuestra situación económica, no nos va a interesar para nada que nuestros caciques y la parentela continúen en su cumbancha totalitarista y opresora, equivale a desconocer esa regla de supervivencia que ya era muy vieja en los tiempos de Darwin: vencer una etapa siempre impone, por naturaleza, iniciar otra superior.  

Así que tampoco me parecen muy brillantes los últimos tópicos que se escuchan y se leen, según los cuales, enemigos y cómplices del régimen se han puesto de acuerdo para concluir que aquí estamos festejando en masa el presunto desmerengamiento de Obama, porque no necesitamos nada más que lo dispuesto hasta este momento para doblar la cerviz durante otros cincuenta años, con el lomo listo para el látigo y con la boca abierta para seguir viviendo de parásitos a costa de los americanos, sin animarnos a tirarle ni un hollejo a un chino.

Desde un bando, temen, sabe Dios sobre qué base, que nuestras expectativas vayan a quedar cubiertas con el mejoramiento pasajero y dudoso del condumio, o con acciones —de resultados aún más dudosos— para remediar la falta de Internet.

Desde el otro bando, suponen que nos dejaremos marear fácilmente con nuevos estímulos económicos que no llegan al fondo de nuestras aspiraciones, ni incluirían por igual a todos los ciudadanos de la Isla, al margen de nuestros particulares niveles de solvencia, nuestras profesiones o nuestras posiciones políticas. 

Lo cierto es que mejorar nos ayudaría a ver mejor las cosas a través de las cuales podremos seguir mejorando. Desconocer esta llana verdad, o ponerla en duda, equivale a negarnos la capacidad de raciocinio y las mínimas titilaciones del espíritu que diferencian a los seres humanos de los piojos o de las berenjenas.

Por lo demás, confieso que al menos a mí no me hacen vibrar los ampulosos discursos de amor patrio de quienes auguran que pronto Cuba quedaría convertida en nuevo predio del neoliberalismo. La verdad, no creo que tengamos que pasar necesariamente por ese neoliberalismo devastador que pintan los progres, como alternativa obligada para salir al fin del totalitarismo. Pero para ser franco, si no quedara otro remedio, yo en particular lo prefiero. Por una razón sencilla: cualquier otro gobierno, por malo que sea, es preferible a la dictadura fidelista, porque de cualquier otro es posible librarse más pronto y fácilmente.

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