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Alimentación

¡Llegó la jamonada!

La mayoría de los cubanos tiene que comer lo que vende el Estado en moneda nacional, sin saber dónde está hecho ni qué contiene.

La Habana

Todas las carnicerías que venden los productos por la libreta tienen más días libres en el mes que días de colas. El pollo, pollo por pescado, picadillo y mortadela son las únicas ofertas subsidiadas y escasas en el mes. El resto de los días, si no está vacía la pizarra, lo común es encontrar productos liberados como "jamonada especial", picadillo, "jamón viki" y "salame" en precios que oscilan entre los 10 y los 30 pesos cubanos (CUP).

Como los de la canasta básica, estos alimentos son vendidos sin envoltura, sin una indicación de qué ingredientes contienen, ni dónde fueron elaborados. Para averiguar su calidad o si se es alérgico a alguno de los componentes, el consumidor solo tiene una opción: probarlos a ver qué pasa.

"Yo los compro porque no me queda otra opción", asegura Magda, una jubilada. "Y todavía están caros para lo que yo gano. Pero, la verdad, todavía no sé en qué se diferencia la jamonada normal de la jamonada especial. Será el precio, porque la calidad..."

Tomás, que rellena fosforeras frente a una de esas carnicerías, comenta: "La mayoría de la gente compra y ni pregunta. A veces alguien le dice al carnicero que el picadillo estaba bueno, mejor que el de la vez anterior. Se supone que es el mismo picadillo, por el mismo precio, pero sabe diferente. A mí me pasa con la jamonada, a veces sabe mejor y hasta tiene otro color, pero se supone que es la misma".

Ni siquiera los carniceros saben dónde se elaboran los productos que venden, de manera que el consumidor está desorientado si quiere averiguar lo que está comiendo. De ahí surgen miles de especulaciones, muchas veces fantásticas.

"Las croquetas de cinco pesos el paquete las hacen con agua de pescado", dice confiada Maritza, "y el café de la bodega lo mezclan con semillas de naranja agria".

La inestabilidad en la consistencia y sabor del mismo producto da lugar a criterios como el de Osvaldo, quien trabaja como "mensajero" en un mercado. "Mis clientes me comentan siempre cuando los productos vienen mejores o peores. Yo no tengo respuesta para los cambios de calidad. No creo que sea porque cambia la fábrica donde los hacen, así que bromeo con mis clientes y les digo que cambiaron 'la mezcla'. Eso se ve mucho en el picadillo, por ejemplo".

Silvia, una joven doctora, afirma no consumir ninguno de esos productos cárnicos. "Prefiero comer vegetales, que por lo menos sé de dónde vinieron. Aunque con eso también hay que tener cuidado, porque las frutas las maduran con químicos muchas veces. Pero las jamonadas esas del mercado, ni loca".

Pero la mayoría de las personas no son como Silvia, sino como Magda: comen lo que hay, aunque no sepan de qué está hecho. Y no preguntan.

"Lo que hay aquí es un problema de protección al consumidor", explica Ernesto, especialista en una empresa de elaboración de alimentos que vende en pesos convertibles (CUC) y en CUP. "Nosotros no vendemos productos diferentes en las dos monedas, vendemos el mismo, con el mismo paquete que lleva todos los datos del producto y de los fabricantes. Eso también es una norma de protección al consumidor que se viola constantemente".

Para Ernesto, la pregunta más importante no es qué ingredientes llevan los embutidos que se venden en CUP. "Los ingredientes son los mismos que se importan para los que se venden en CUC. La diferencia está en las proporciones y, claro, también se elaboran en fábricas diferentes", explica.

"Lo que la gente tendría que preguntarse es por qué el que paga en CUC tiene derecho a saber los detalles del producto, incluyendo el fabricante al que pueden reclamarle por la calidad, y el que paga en CUP ni siquiera sabe lo que se está comiendo", concluye.

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