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Opinión

Un selfie en las ruinas

Los despojos de la revolución: un atractivo turístico tan fuerte como las playas, los habanos, la música y el ron de Cuba.

Estambul

En el documental Arte nuevo de hacer ruinas, de los realizadores alemanes Florian Borchmeyer y Matthias Hentschler, basado en el cuento homónimo del escritor Antonio José Ponte, el autor evoca "esa perversidad en sacar sentido del placer de algo que está decayendo". El documental es una exploración de antiguos edificios de La Habana y sus habitantes. Desde luego que alude metafóricamente a la propia historia de Cuba, y más específicamente a la de su larga y decrépita revolución.

El filósofo esloveno Slavoj Zizek, un icono de la contracultura del siglo XXI, a quien los medios catalogan "el Elvis (Presley) de la teoría cultural", ha referido en entrevistas y conferencias la falta de vergüenza del régimen cubano respecto al estado ruinoso del país

Zizek, que visitó la Isla en el 2001, recuerda cómo un funcionario le mostraba el mal estado en que se encontraba el país como una evidencia de la capacidad de resistencia del régimen ante las dificultades, dándole a esas mismas ruinas un valor ético y moral.

Zizek bromea diciendo: "En teoría de psicoanálisis jactarse de la pérdida en sí misma, considerarla como un símbolo de autenticidad, es un 'movimiento de castración'. No en balde el líder se llama Fidel Castro, cuyo nombre [en tal contexto], puede traducirse como fidelidad a la castración".

Lo que Zizek explica desde la psicología, otros lo miran desde la curiosidad. Es un morbo irresistible que compulsa al ciudadano del mundo a querer descubrir cómo es que tanta gente, un país entero, ha podido sobrevivir prácticamente desconectado de la aldea global que es hoy el planeta tierra. Con los mínimos bienes materiales y por tanto tiempo. Y aunque el turismo que vende Cuba es el de las playas, los puros habanos, la música autóctona, el ron y las mulatas, las ruinas de la revolución y de su gente son hoy por hoy atractivos temáticos buscados por muchos extranjeros.

Desde fuera de la Isla…

Fuera de la Isla, sólo basta presentarse como cubano para que cualquiera, pero en especial personas instruidas de entre 25 y 50 años, mayormente interesadas en otras culturas y por lo general ideológicamente de izquierdas, te asalten a preguntas. Lo he notado en todos los lugares en los que he estado, desde California a Estambul, entre europeos, americanos y asiáticos. Siempre terminan confesando que quieren ir a Cuba antes de que cambie. Quieren ver y vivir —aunque sea superficialmente— el singular experimento comunista-caribeño. Ven en la Isla algo único y diferente.

Hay turistas potenciales con un interés genuino, aunque algo romántico. Gente que no considera al régimen cubano viable para sus países o para el futuro, aunque sí sienten alguna afinidad hacia este, y sobre todo curiosidad, mucha curiosidad.

Después de terminado el viaje, estos ciudadanos educados regresan con una experiencia que contar a los amigos. Está el izquierdista trasnochado e irresponsable que sólo admira al gobierno dictatorial porque ha sabido "enfrentarse" a Estados Unidos sin renunciar a sus presuntos presupuestos ideológicos. Pero aquellos decentes y más razonables usualmente se decepcionan tras su primera visita al comprobar que los cubanos quieren irse en masa de su país y prefieren ser partícipes de un consumismo capitalista al que nunca han tenido acceso.

Esos visitantes se espantarían aún más si pudiesen comprobar cómo los que han promovido el discurso de la resistencia a toda costa son los que mejor viven en la Isla. Y sin grandes responsabilidades, como la de un gerente de empresa o un dueño de negocio en cualquier país capitalista. Esa élite, a fin de cuentas, tiene la protección del autoritarismo y el control absoluto del Estado, del Partido Comunista.

Hombres y mujeres que no podrían vivir sin internet y sin dispositivos electrónicos se muestran fascinados por ese lugar tan raro donde la tecnología y la conectividad son casi inexistentes. La imagen que este turista del siglo XXI tiene de Cuba es la de un paraíso donde el consumismo desmedido de sus países no existe. Sólo aire puro, gente de sonrisa fácil, que desconoce los vicios de la globalización, y música sensual y sonidos arrebatadores por todos lados; autos viejos, puros, ron, taxis de hace 60 años y mucha libertad sexual.

Una isla que representa una suerte de pureza ante el frío alcance de una era tecnológica e hípermaterialista. En ese sentido, es notable el cambio de percepción con respecto al viejo perfil de "paraíso del proletariado". Hoy Cuba es para los cazadores de fotos y autores de selfies, un sitio perdido en el tiempo. Es el paraíso de los olvidados.

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