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Opinión

¿'Ser negro de la Revolución'?

El régimen intenta servirse de la lucha de la población negra por sus derechos como un recurso más de legitimación. Varios intelectuales le prestan justificaciones y coartadas.

Madrid

La polémica provocada por un artículo de Roberto Zurbano aparecido en The New York Times ha dejado como saldo positivo al menos dos hechos: la impugnación de Víctor Fowler a La Jiribilla por su modo de orquestar la discusión y la declaración del Capítulo Cubano de la Articulación Regional de Afrodescendientes de Latinoamérica y el Caribe (ARAAC) a favor de la libertad de opinión. Ambos textos fueron publicados, en gesto inusitado, por La Jiribilla.

Fowler defiende en su artículo el derecho a pronunciarse libremente, agradece la existencia de un espacio de discusión donde antes había casi nada, pero avisa que el debate no debe quedar solamente dentro de la intelectualidad. "Hay que insistir en que el debate académico a ningún nivel (incluso la publicación de un libro), ni el mejor sistema de conmemoraciones posible, ni la realización de esta o aquella reunión sustituyen al debate público en su capacidad de estremecimiento y penetración en las conciencias", considera. Pues no solo los expertos deben pronunciarse, también los ciudadanos.

Hace Fowler una aguda lectura del texto de Zurbano y repara en dos de sus puntos esenciales: las reformas raulistas y el relevo de poder en Cuba. Me permito aquí parafrasearlo: existe una estructura económica en transformación, algunos sectores no gozan de suficiente movilidad social, y habría que crear proyectos específicos para ellos. La población negra es la más preterida de esos sectores y la subsistencia del régimen ("del proceso", en sus palabras) depende, en última instancia, de su relación con ella.

La discusión versa pues sobre racismo, reformas, relevo político y statu quo. "Ser negro", apunta Fowler, "es haber […] firmado con la Revolución un pacto no escrito". Se refiere, al menos, a los negros que apoyan al régimen. El pacto es "tan de la carne y de los huesos, tan salvaje, que incluso cuando el espacio de la Revolución ha servido lo mismo para propiciar adelantos justos que olvidos lamentables, el pacto se mantiene y es renovado".

Carne y huesos: se trata de un pacto orgánico, visceral. Salvaje (es de suponer que no por sus connotaciones de barbarie) por lo incontrolable o indominado. Salvaje de tan reconcentradamente natural, y así se acoge a legitimación inapelable: es un pacto anterior a cualquier gesto de cultura. Salvaje por irracional. No importa entonces cuánto pueda ocurrir, nada afectará la incondicionalidad de ese pacto.

En el recuento de la política del régimen hacia la población negra existen para Fowler adelantos y olvidos, nunca represión. Menciona varios episodios de discriminación (institucionales los del período republicano, a título de individuos en el presente), y arguye: "Ser negro de la Revolución es pasar todo eso, y más, y seguir confiando y esperando, convencido de que —a pesar de sus innúmeros defectos— ningún otro proyecto de país ha sido (ni será) tal inclusivo con negros y —en general— con 'muertos de hambre históricos', negros y blancos, como este".

La preposición en esta frase —"Ser negro de la Revolución"— no ha sido desmentida como errata y, hasta donde sé, parece no haber escandalizado a nadie. A juicio de Fowler, se era negro en los tiempos coloniales y republicanos, pero a partir de 1959 es necesaria otra preposición, que denote pertenencia. Y aunque las autoridades sufran de olvidos, se es de ellas, se pertenece a ellas igual que los esclavos pertenecían a sus dueños. (La excusa de que la Revolución es más que Fidel y Raúl Castro y un partido único no tiene base en la práctica. De modo que ser negro de la Revolución es ser negro de los hermanos Castro.)

Víctor Fowler propone una esclavitud arrebatadora, apasionante, de telenovela. Igual que en las telenovelas, el amor se jura eterno y la presciencia del articulista le permite augurar que ningún proyecto político podrá ser más inclusivo o avanzado que el que hoy existe. Los negros son del régimen, y es del régimen todo el futuro. O por lo menos, cualquier futuro sin un régimen así sería decadencia.

'Aquí hay leones'

En su artículo figura un episodio autobiográfico que incluye a Roberto Zurbano. Una tarde ambos cruzan el Parque Central en dirección al Capitolio y un policía les ordena que se identifiquen. Después de comprobada la documentación, Fowler pregunta por qué, entre todos los transeúntes, el policía los ha elegido a ellos. "Le pedí al agente que me perdonara y le expliqué que me sentía incómodo porque la persona que me acompañaba era el vicepresidente de los escritores de todo el país y yo mismo había ganado en fecha reciente el premio más importante de poesía a que se podía aspirar en el país."

Incomodidad desde la cultura… El policía es mulato y, ya que hablan de títulos, declara haberse licenciado en Derecho. Comprende cómo podrán sentirse ellos, pero les confiesa que el 95% de los presuntos delincuentes que les describen por el walkie-talkie son negros. Fowler resume: "Al final los tres terminamos conversando que era una lástima que algo así ocurriera y nos despedimos". Él queda pensando en lo ocurrido, le agrada que el policía tuviese estudios universitarios, y la vergüenza por aquellas estadísticas no lo abandona en los días siguientes.

Su primera reacción ante la policía consiste en apelar a privilegios culturales. Él, que aboga por un acercamiento a la discriminación racial que no se reduzca a lo libresco y académico, se refugia en lo académico y libresco con tal de no ser discriminado. Por supuesto que cualquiera en su lugar, con premio o jefatura de la cual agarrarse, habría hecho lo mismo. Lo objetable está en que esas mismas credenciales le alcancen solamente para lástima y vergüenza, y no lleven más lejos sus razonamientos.

Las causas de ese 95% de sospechosos negros, ¿se deben solamente a "olvidos lamentables" o a mayores estropicios de la política oficial? Fowler podía haber cuestionado las demasiadas figuras que constituyen delito en la legislación penal cubana, por ejemplo. Podría preguntarse (ya que los premios literarios permiten asomarse al extranjero) cómo otras sociedades logran mantener una vigilancia exitosa con mucha menos insidia. Lo cual quizás lo habría conducido a sospechar de un calculado exhibicionismo represivo, de un programa oficial de socavación del individuo.

Ciertas consideraciones acerca de lo altamente represivo del régimen podrían haber ayudado a Víctor Fowler a quitarse de encima algo de su vergüenza estadística. Sin embargo, pensar dentro de unos límites marcados, pensar como "negro de la Revolución", obliga a mostrar respeto por dichos límites, y cualquier exploración parte de unos tabúes.  "Hic sunt leones", inscribían los cartógrafos del Imperio Romano en aquellos espacios inexplorados y seguramente peligrosos del mundo. "Aquí hay leones", parece haberse dicho Víctor Fowler con tal de no avanzar. Hay (paso de la cartografía antigua a los horóscopos) un león: Fidel Castro. Y es que, en el fondo, la fórmula aportada por Fowler no es más que una variación de la trampa impuesta en 1961 por Fidel Castro: "Dentro de la Revolución todo…". E igual que ocurriera con los intelectuales, resulta atributo exclusivo de las autoridades, y no de intelectuales o negros, decidir quién se encuentra dentro y quién se encuentra fuera.

El miedo a los leones logra que alguien que aboga por una discusión plena, balbucee unos ejemplos calamitosos de activismo. Fowler los llama "renovación del pacto". Según él, a los negros cubanos les corresponde "seguir respondiendo a la convocatoria (…) lo mismo en una votación del Poder Popular que esperando un ómnibus durante largas horas". No se trata, por tanto, de proponer convocatoria alguna, sino de responder a las que llegan desde lo alto. Es cuestión de alzar el brazo en unas asambleas con guión preestablecido y de esperar horas y horas por una guagua.

Su artículo habla de "la voluntad de mejorar el mundo, de criticarlo con la violencia del amor que entrega todo" (otra vez la telenovela), pero la ausencia de otros ejemplos obliga a cifrar tal capacidad crítica y anhelo de cambio en unas figuras que acuden a las convocatorias políticas como al llamado de la campana del ingenio.  Pura pasividad recomienda Fowler: asistir a los espacios oficialmente establecidos y, en lugar de echar a andar, seguir a la espera.

El mito de la unidad revolucionaria

El Capítulo Cubano de la Articulación Regional de Afrodescendientes de Latinoamérica y el Caribe (ARAAC), del cual Zurbano es miembro, se pronunció acerca de la suerte de este. Fundado en septiembre en 2012, el proyecto declaró su apoyo a la libre expresión y su oposición "a cualesquiera medidas o procedimientos institucionales o personales de carácter obstructivo o represivo contra cualquier participante en tales polémicas que a título personal haya expresado sus opiniones o criterios".

Junto a ese pronunciamiento, dos de sus integrantes, Gisela Arandia y Zuleica Romay Guerra, publicaron en La Jiribilla sus opiniones. La primera escribió el que tal vez sea el texto más provechoso de toda la polémica. Su intención, como avisa al inicio, no es abundar en el caso Zurbano, sino ocuparse de la discriminación racial en la sociedad cubana. Y relacionados con esa discriminación, enumera tres conflictos: "la falta de una voluntad política atrevida", el "pensar que el impacto revolucionario solucionaría de modo automático la problemática racial", y el más trascendente de los tres: "la falta de unidad estratégica (…) de la población negra cubana".

Lejos de cualquier paternalismo, Arandia acentúa la responsabilidad de los ciudadanos negros en la actual situación. Advierte también contra lo libresco: habla del "ardid clásico" de citar a Nicolás Guillén y Fernando Ortiz, avisa contra aquellos que "analizan el tema como si se tratara de un asunto literario cualquiera". Y denuncia el mito de la unidad nacional como una de las coartadas más socorridas para silenciar la discusión, porque dentro de él "la población negra debe aceptar sumisamente el modelo de inferioridad y subalternidad por tiempo indefinido".

A juicio de ella, la paradoja cubana ha estribado en no utilizar aquellos espacios de la institucionalidad que pudieran revertir el impacto del racismo. Valiéndose entonces de espacios informales e institucionales, de intelectuales y de no intelectuales, de negros y de no negros, lo importante es combatir "la poca atención política". Arandia habla en nombre de una asociación ("Miembro del Equipo Político de la ARAAC", reza al pie de su artículo) que busca organizar propuestas diseñadas con "la participación de liderazgos comunitarios y personalidades desde la base de la sociedad, donde puedan converger grupos y personas diversas".

Su propuesta de activismo no se limita a las asambleas generales existentes, sino a la creación de asambleas específicas. En uno de los últimos párrafos pregunta: "¿Surgirá un consenso nacional que permita asumir de manera definitiva la lucha contra el racismo, como parte inseparable de la búsqueda revolucionaria para crear una sociedad más justa?"

La apelación a esa búsqueda, aunque pueda ser sincera, resulta demasiado endeble. Arandia habla en un momento de su artículo de la creencia de los dirigentes del régimen, entonces jóvenes, en una solución automática de la discriminación racial. Falsa solución, a juicio suyo. Pero habría que entender lo falso de tal solución no solo por sus consecuencias, sino por sus intenciones. La declaración de igualdad racial,  una operación uniformizante del régimen, no dejaba diferencia entre negros y blancos para fundamentar un mito tan oportunista como el de la unidad nacional: el de la unidad revolucionaria. Blancos y negros igualados por edicto, a la par que aperturas de campos de concentración para minorías infectas. A la par que otras apelaciones discriminatorias: gusanos, lumpens, mercenarios, grúpusculos, extravagantes, escoria…

ARAAC, ¿organización no gubernamental?

En la polémica en torno a Zurbano el Capítulo Cubano de ARAAC se comportó como una verdadera organización no gubernamental y, puesto que en Cuba existen opositores políticos empeñados en la lucha contra la discriminación racial, cabe esta interrogante: ¿contempla la ARAAC, en su extendido activismo, la posibilidad de trabajar también con ellos?

La fórmula aportada por Víctor Fowler —"Ser negro de la Revolución"— deja fuera a aquellos que no firmen y renueven el pacto con el régimen. ¿Procederá en este punto la ARAAC  como una cabal organización no gubernamental, o antepondrá la pertenencia revolucionaria a cualquier otro desvelo? ¿Estará obligada esa organización a sacrificar su independencia para tener cabida en Cuba?

El artículo publicado por Zuleica Romay Guerra permite aventurar respuesta a estas preguntas.  Presidenta del Instituto Cubano del Libro, Romay Guerra debió escribir su texto con el fin de restarle peligrosidad al pronunciamiento de ARAAC, para atemperar aquello que las autoridades podrían ver como un atrevimiento colectivizante. "El documento contentivo de la posición de ARAAC ante las polémicas del momento es resultado de un ejercicio inherente a la voluntad de hacer Revolución", sostiene ella. (Pese a contar con un Premio Extraordinario de Estudios sobre la presencia negra en Las Américas y el Caribe contemporáneo y un Premio Casa de Las Américas de Ensayo, su prosa es la del típico comisario político.)

Y abunda: "ARAAC es un proyecto revolucionario, defendido por personas conscientes de que el capitalismo no tiene nada que ofrecer a los negros y mestizos de este país". Pasa así por alto una cuestión esencial del artículo de Zurbano y de toda la discusión: la situación de los negros en el capitalismo en construcción bajo el régimen de Raúl Castro. Al parecer, ella goza de presciencia aún más detallista que la de Fowler, pues afirma: "Mi seguridad descansa en el conocimiento que tengo de mi país y sus posibilidades, en la certeza de que en 2020 el gobierno de Cuba no estará formado por politicastros ni empresarios capitalistas".

Su artículo debió ser el contrapeso imprescindible para publicar en La Jiribilla el pronunciamiento de ARAAC. Entre los artículos que allí aparecen, el suyo hace el papel de esos vigilantes en toda delegación que viaja al extranjero. Y, en contrapartida, dentro de la delegación oficial cubana al reciente Examen Periódico Universal (EPU) en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, su presencia fue la de una intelectual. En Ginebra presentó Zuleica Romay Guerra el libro suyo premiado y declaró que Cuba ha avanzado más que muchos países del mundo en la lucha contra la discriminación racial.

No es difícil conjeturar entonces cuál es su tarea dentro de una organización como la ARAAC: oficializarla cuanto se pueda, cargarla de docilidad, marielizarla. Marielizarla: de Mariel, por echar fuera a todos los que no sean negros de la Revolución. Marielizarla: de Mariela Castro Espín, por convertir los conflictos en vitrina.

Hace unos días, a propósito de ese examen de la ONU en el cual Romay Guerra interviniera, fue denunciada por la organización UN Watch una campaña de apoyo al régimen cubano en la que casi medio millar de falsas organizaciones no gubernamentales registraron sus loas a la política de derechos humanos del castrismo. La ARAAC no aparece mencionada en el listado de esas organizaciones, pero podría ser incluida en el futuro. Porque el régimen no solo intentará asordinar cuanto pueda la lucha de la población negra por sus derechos, sino que procurará servirse de ella como un recurso más de legitimación.

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