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Política

Perú, la política en albañales

La corrupción salpica a todo el espectro político, desde el presidente saliente hasta la exalcaldesa de Lima y la actual líder de la oposición, Keiko Fujimori.

Madrid

"¿Por qué te va a perseguir la Fiscalía, si vas a tener de tu lado al Gobierno?", le lanza Kenji Fujimori al congresista Moisés Mamani en el vídeo que ha precipitado la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski, al quedar en evidencia las maniobras para comprar votos en el Congreso, por parte de la Presidencia y de sus aliados, con el fin de evitar la destitución del mandatario.

Una pregunta retórica que revela el grado de descomposición del sistema político peruano, donde la prevaricación y el cohecho son monedas corrientes, vaciando de contenido la separación de poderes.

Basta con nombrar las principales figuras políticas salpicadas por la trama Odebrecht para asomarse a la magnitud del fenómeno: el ahora expresidente Pedro Pablo Kuczynski y sus predecesores Ollanta Humala (que está en la cárcel), Alan García, Alejandro Toledo; Keiko Fujimori, hija del antiguo mandatario, Alberto Fujimori, y líder de la principal fuerza de oposición; la izquierdista Susana Villarán, exalcaldesa de Lima.

Estos casos son apenas la punta del iceberg. No en balde, un estudio reciente del Barómetro de las Américas muestra que solo el 7,5 % de los peruanos tiene confianza en los partidos políticos. Un sentimiento que se traduce en una merma en la ciudadanía del apoyo a la democracia, durante los últimos cinco años, del 59 al 52%.

Estas cifras reflejan el hartazgo ante la corrupción y también ante la parálisis institucional en la que el país ha quedado atrapado desde la llegada al poder de Peruanos Por el Kambio (PPK), hace exactamente 20 meses.

Un presidente amordazado

Es cierto que el oficialismo no lo ha tenido fácil. Con mayoría en el Congreso, la oposición fujimorista ha mantenido una incesante guerra de desgaste, llegando a deponer cinco ministros y obstaculizando todos los proyectos del Gobierno.

A ello vinieron a sumarse las transacciones sospechosas de Kuczynski con Odebrecht, durante su paso por el Gobierno de Alejandro Toledo, las cuales conducirían finalmente al primer intento de destitución el 21 de diciembre pasado.

El mandatario sorteó el proceso gracias a la abstención de un sector minoritario del fujimorismo, liderado por Kenji Fujimori, el hermano de Keiko. Pero su permanencia tenía un precio: el indulto "por razones humanitarias" a Alberto Fujimori, quien cumplía una pena de 25 años por crímenes de lesa humanidad.

Una apuesta de doble filo. Si bien Kuczynski logró fisurar la oposición, volviendo prácticamente irreversibles las discrepancias entre los hijos de Fujimori, no menos cierto es que perdió el respaldo de los sectores opuestos al fujimorismo que lo habían aupado a la presidencia, sufriendo incluso deserciones en su propio bando.

Aislado de tal modo, en lo adelante, la suerte de Kuczynski dependía de la disidencia del fujimorismo. La fuga hacia delante duró tres meses.

El reino de la incertidumbre

Por lo pronto, quien parece haberse salido con las suyas es Keiko Fujimori. Con la revelación del vídeo ha conseguido defenestrar al presidente y a la vez poner contra las cuerdas a su propio hermano.

En efecto, las desavenencias en el fujimorismo se explican por la férrea lucha por el control de la principal fuerza opositora entre Keiko y Kenji. No es de sorprender que en diciembre Keiko prefiriera la destitución de Kuczynski a pactar por la liberación de su padre, como hizo su hermano menor.

No está dicho, sin embargo, que en este escenario la corriente de Keiko Fujimori saque réditos a largo plazo de la jugarreta de esta semana. Es demasiado pronto para dar por condenada a la facción encabezada por su hermano, ahora abanderada en un nuevo partido, Cambio21. Además, la política de alcantarillado, con que se ha destacado, puede tener un efecto revulsivo en el electorado.

Queda entonces por ver qué consecuencias tendrá esta maniobra. Por el momento, Martín Vizcarra, primer vicepresidente de Perú y embajador en Canadá, quien, según la Constitución, debe suceder a Kuczynski, ha manifestado la intención de asumir el cargo.

El destino de su mandato, como el de su antecesor, seguirá dependiendo de las frágiles alianzas en el Congreso y de los equilibrios en el seno del fujimorismo. En todo caso, deberá mostrarse sumamente hábil en el breve lapso de cálculos y recomposición de fuerzas que se inicia en estos días.

De no lograrlo, es probable que termine enfrentando otro proceso de destitución o bien, forzado por la parálisis, convocando a elecciones.

Lo que sí persistirá en los próximos tiempos es el descrédito de la clase política peruana. Quizás el dato más preocupante de la encuesta publicada por el Barómetro de las Américas es que el 38% de los peruanos apoyaría un golpe presidencial. Dicho de otro modo, el respeto de las instituciones no parece ser una prioridad.

Un estado de ánimo nada alentador para la sede de la próxima Cumbre de las Américas, donde, pese a haber sido declarado persona non grata, pretende desembarcar Nicolás Maduro.

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