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Narrativa

El hobbit

'A otros les gustan los cruceros, la extravagancia de irse a la pampa o a los hielos, o a la selva amazónica, incluso al litoral. A mí no. A mí me gusta internarme, mejor dicho, veranear, en la Clínica Católica.'

Isla Negra

 

Debo confesarlo: tengo un hobbi(t): Cuando tengo dinero, me gusta ir a la Clínica de la Universidad Católica. Es tan bonito allí... Se respira paz y sobre, todo, prosperidad, confort. Uno se imagina que así podría llegar a ser el cielo: habitaciones privadas, calefaccionadas, con baño, servicio de hotelería y transmisiones en directo, personaliizadas, donde Dios habla para ti, por TV cable.

A otros les gustan los cruceros, la extravagancia de irse a la pampa o a los hielos, o a la selva amazónica, incluso al litoral. A mí no. A mí me gusta internarme, mejor dicho, veranear, en la Clínica Católica.

Encuentro que es maravilloso poder recostarse y salir a caminar en un hombro pagado, dejarte agujerear y sacarte una radiografía mientras te tomas un café capuchino o languidecer en una cama mullida, caliente, custodiada por un crucfijo. Allí, ni siquiera te importa si Dios te abandona o te ama. Ni siquiera te importa si Dios existe. Allí no se escuchan los gritos de las postas médicas, los dolores de los otros, los hedores, los esputos y las manchas de sangre.

Allí, todo es inoloro, indoloro e insípido. Ni siquiera en el cuerpo de urgencias de la Clínica católica tienen apuro, nadie tiene urgencias, todos parecen caminar al ritmo de la eternidad.

Así, cuando tengo unos pocos pesos, me voy a la Católica. Si tengo la fortuna de haber juntado más, incluso me hago operar y disfruto que me abran en dos. Si tengo menos, no puedo renunciar, aunque sea, a la sala compartida, entre cuatro.

Una vez, ordeñando vacas flacas, en la sala compartida (no común), me tocó la gracia. La Gracia se llamaba Jacinta y era una monja brasileña. Vino a verme en la mañana y me preguntó, mostrándome una hostia, si yo quería comulgar. Le dije que no, que no estaba bautizada. Pero antes le pregunté "su nombre, hermana". —Jacinta.— "Qué lindo, hermana, tiene nombre de flor". (Coqueteando con una monja.) "Sí, me gustaría convertirme y comulgar." Y la hermana, cortando y salando, matando y salando, me dijo que iba a hablar con el Padre y me iban a bautizar allí mismo.

El Padre llegó hasta la sala y le preguntó a una monja convaleciente si ella podía ser mi testigo en la fe. La monja dijo que no, que si fuera una extremaunción, lo entendería, pero un bautismo, no. Le preguntó a una gorda de la cama de al lado y ella también dijo que no, que era evángelica. Le preguntó a una que se había puesto un bypass gástrico y dijo que no, que era atea. El Padre salió echo una furia, como bola por tronera y regresó con dos limpiapisos, dos personas humildes, que hacían el aseo. Y con una jeringuilla, lanzándome un chorro de agua sobre la cabeza, me bautizó finalmente. Así nací a la vida nueva. Así fui tentada por una monja y vendí mi alma al Diablo.

 


Damaris Calderón Campos nació en La Habana, en 1967. Entre sus libros de poesía publicados: Las pulsaciones de la derrota (Ediciones LOM, Santiago de Chile, 2013), La soñante (Efory Atocha Ediciones, Madrid, 2014) y Entresijo (Bokeh, Leiden, 2017). Este texto pertenece al libro en preparación Los establos poéticos.

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