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Crítica

Lanzarse del carro. Tres libros-hebras de Casa Vacía

Tres miradas a libros de Lorenzo García Vega, Luis Carlos Ayarza y Javier Marimón publicados por la nueva editorial.

Fayetteville

Desde el pasado verano existe la editorial Casa Vacía, con base en la ciudad de Richmond, Virginia. En estos pocos meses, el sello que lleva el poeta Pablo de Cuba Soria ha lanzado volúmenes de tan alta calidad que me hacen pensar que los lectores, vestidos con los fastos de rigor, agradecerán. Repaso aquí tres de las más gratas sorpresas que esta primera mesada me ha suscitado.

Sinalectas, de Javier Marimón

Hace años que la poesía de Javier Marimón nos lleva hacia demasiadas interrogantes. ¿Es esto lo que hemos llamado escritura? ¿Cuál es el ejercicio intelectual detrás de las sinalectas, algunas leídas primero en Facebook, y que ya han alcanzado, por fin, su cuerpo escrito en forma de libro? Es todo una ficción, desde luego, y como toda ficción (una que persevera en su no condición) es de lo más cerebral que nos es dado apreciar como lectores.

Y si como lectores nos ordenamos a partir de certezas, convendrá que las abandonemos. Entre los desconciertos mayores de la poesía de Marimón están los desciframientos de sus nexos con la poesía escrita. ¿A quiénes lee Marimón, qué deseducó su pensar poético? Sus textos nos conducen hacia tantos y tan pocos que nombrarlos es penetrar en eriales minados, adentrarse con precauciones en uno de esos juegos electrónicos donde te van restando vidas.

Así, la poesía es apenas un gesto, el roce de dos cuerpos desconocidos, sin la energía de quien desea llegar a algún sitio confortable. Hebras, hilachas, su huella es apenas un mínimo tajo, "la huella iridiscente de ese encuentro", por decirlo con Omar Pérez. Un suceso azaroso, la humareda negra de su carro incendiado en el background de una selfie en una tarde de San Juan. Quizás la clave está en que su poesía ya está instalada en el silencio y por ello ese intenso blanco mallarmeano de las páginas de este libro. Hemos pasado del Marimón más incontinente (Formas de llamar desde Los Pinos) al Marimón más spleen y filamentoso, y al mismo tiempo más narrativamente tenso.

Enjambre de zepelines, de Luis Carlos Ayarza

El gusto del colombiano Luis Carlos Ayarza por el texto reflexivo breve lo conduce a trazar una diagonal hacia un punto en que el análisis se subjetiviza, se enmascara y es ya otro elemento de la tabla periódica de los géneros para los que no tenemos herramientas de definición. En el fondo quizás Ayarza no hace sino cumplir con el viejo rito lector: dejarnos saber no solo que es un frecuentador de estanterías ("una cercanía que no está dada únicamente por la distancia física, sino justamente por el encanto latente en las cosas", apunta), como esas polillas aludidas en su texto introductorio, sino que además es un sibarita de la literatura, y que una cosa va con la otra.

En este libro (otra vez hebras), lecturas e imágenes se completan y complementan. Nuestro tiempo, entre tanto selfie y tanta pantalla, es uno de imágenes que, sabemos, se resisten a ceder protagonismo. George Didi-Huberman nos habla de Dante reparando en las lucciole que erran débilmente, y qué son tantas pantallas diminutas sino luciérnagas modernas que permiten la configuración del gran espectáculo luminoso y ambiguo del mundo de hoy. Por eso, sentarnos a dialogar sobre historias filmadas es ubicarnos en el centro de una condición que hoy nos es menos ajena que nunca, que ya es tan propia de lo humano como lo ha sido la letra impresa desde su invención.

Pero en Ayarza, películas y series son entendidas como provocaciones para despertar una secuencia propia de hechos que se confunden con la vida y que ya no pertenecen más al territorio de la memoria más caprichosa, que destaca y omite sin mucho gobierno.

Su viñeta sobre cierto abrigo de Brodsky es un réquiem por la memoria perdida de lo leído, una de esas piezas a las que se vuelve por el placer de reencontrarse con la buena prosa de un contemporáneo.

Cuaderno del Bag Boy, de Lorenzo García Vega

De Lorenzo García Vega me atraerá siempre su tono menor, su sintaxis de voz baja "como un estrépito de baratijas", donde cada hebra parece llamada a abrir una posibilidad nueva de desviarnos, de discurrir una historia que no sospechamos. Hay que dejar atrás la voz amarga de  aquel diario primero, Rostros del reverso, para disponernos a entrar a su nuevo registro de los sueños. No vamos a ser capaces de dilucidar la pertenencia de García Vega a un segmento específico de los largos casilleros de la literatura. No cuenta, pero narra a su modo. No escribió más poesía, pero a qué definiciones ajustarnos en su caso.

Sabemos que García Vega va a ser siempre ese bag boy, esa voz que se reitera, que nos abruma porque se autoagrede con demasiadas preguntas y que su escritura se rehace a partir de espejismos, aunque la pregunta más pertinente sea dónde están los espejos. Pero si te asustó su Homenaje a Duchamp, este se emparenta más y mejor con Vilis en su rauda cetrería de peripecias porque quizás en el fondo lo sobrevuela todo ese verso de Joyce Mansour que el autor cita: "No hay palabras, sino pelos".

El escritor que más adjetivos peyorativos ha cosechado en la historia de las letras cubanas; "el más exiliado de los exiliados", como le ha llamado Antonio José Ponte, quien también señaló la "estructura peregrina" de sus libros. Un autor al margen de lo vulgar, sobre todo del lector que no cruza la raya de las ficciones vulgares. Pron: "su finalidad es liberar a la literatura de su aparente obligación de ser referencial".

La penúltima vez que nos encontramos, de visita García Vega en la universidad donde yo cursaba mis estudios de doctorado, me tocó trasladarlo del hotel al salón de su lectura. Apenas puesto en marcha el carro, al grito de "¡La insulina!", abrió la puerta y bastón en mano se lanzó a la carrera de vuelta al hotel, ante el azoro de todos los que lo acompañábamos.

Siempre he imaginado a García Vega de esa manera, lanzándose con violencia de algún carro, el carro de Orígenes, el del Caribe, el de la literatura, el de la poesía y el sereno estoicismo de quienes están en el mundo para asignar premios, géneros, entradas de diccionarios.


Javier Marimón, Sinalectas (Casa Vacía, Richmond, Virginia, 2016).

Luis Carlos Ayarza, Enjambres de zepelines (Casa Vacía, Richmond, Virginia, 2016).

Lorenzo García Vega, Cuaderno del Bag Boy (Casa Vacía, Richmond, Virginia, 2016).

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