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Narrativa

Alaska (fragmento de novela)

No hay un edificio de Manhattan que no esté duplicado como miniatura en La Habana. Sus mapas son superponibles, a pesar de excluirse mutuamente. Los náufragos de una y otra ciudad tienden a caer puntualmente en su complementaria.

Providence

 

Manhattan parece un clítoris. Un corte longitudinal de un clítoris, en la mesa de disección. Bajo el microscopio óptico, un instrumento arcaico. Vintage. Con soluciones decimonónicas para teñir tejidos, entre la luz ubicada abajo y la lupa que lo magnifica todo arriba, desde el ojo. Un clítoris o una glotis, glandulitas insignificantes durante milenios de historia occidental.

 

Cuba se fundó allí, en Manhattan. No existía antes, excepto como geografía. Es un disparate decir la Nación y su Exilio, cuando fue siempre fue al revés: el Exilio y su Nación.

 

Porque el Exilio fue primero. Después, se inventó una nación que por carambola cayó en nuestro archipiélago caribe. El Exilio fue nuestra verdadera metrópolis. Los cubanos sin Cuba nos colonizaron con sus cerebros antes de que Cuba concibiera ser un país.

 

Desde Manhattan imaginaron lo inimaginable. New Habannan. Halaron la Isla de la barbarie para imponerles su libertad de exiliados (los cadáveres en esta ecuación, como en cualquiera, son cosas coyunturales). Nos nordificaron.

 

Todavía se nota este halón casi físico de tan moral en la forma de la Mayor de las Antillas. En efecto, la forma larga y estrecha de Cuba está curvada apuntando hacia el Norte. La Habana es nuestro punto de inflexión nacional. En el otro extremo de este magnetismo geopolítico, se asoma hacia el sur Manhattan. La glotis que pende sobre su garganta de fruta inmadura. El clítoris que gravita hacia su falo natural.

 

No hay un edificio de Manhattan que no esté duplicado como miniatura en La Habana. Sus mapas son superponibles, a pesar de excluirse mutuamente. Los náufragos de una y otra ciudad tienden a caer puntualmente en su complementaria.

 

Entre ambas siempre hubo contrabando y expediciones, como un puente perverso que pretendiera violentamente reconectarlas. Como si las dos no fueran la continuidad de un mismo exilio amniótico.

 

Guerreros en balsa hacia la Isla. Balseros en fuga desde la guerra en la Isla. Mártires todos, por supuesto, porque la vida ni por azar coincidió nunca con las coordenadas de Cuba. Solo a Manhattan se le concedió ese don de génesis, de parir país.

 

Hoy todo ha vuelto a su estado natural. Las recurrentes revoluciones en la Isla fueron exclusivamente para eso: para rescatar una suerte de Restauración primigenia. Para abolir el daño estadístico que el crecimiento de Cuba infligía a los cubanos sin Cuba, quienes habían creado una patria a imagen y semejanza de la libertad. Y durante décadas la estuvieron perdiendo.

 

Ahora todo torna a ser más que evidente.

 

Somos cubanos de Cuba porque no somos cubanos en Cuba.

 

En Manhattan y en el mundo, nunca hemos dejado de habitar Cuba, porque nuestra presencia cosmopolita regenera Nación.

 

Solo al regresar a Cuba nos encontramos de nuevo en tierra de nadie, ignota, ignorable. La Nación nativa como territorio temible, una suerte de frontera última. The last frontier, lo alaska, latitud de astros desconocidos o en una disposición de la que desconfiamos. Habanaska. Falso cielo. Aurora barbárica.

 

Hoy es obvio que es solo en la Isla donde reside la diáspora despótica de una cubanía sin concepción, inconcebible. Patria es, por fin, como en los orígenes, humanidad.

 


Orlando Luis Pardo Lazo nació en La Habana en 1971. Ha publicado Boring Home (Premio Franz Kafka, 2009) y editó la antología Cuba in Splinters: Eleven Stories from the New Cuba (OR Books, Nueva York, 2014). Este texto es un fragmento de su novela inédita Alaska.

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