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Crítica

La guillotina, doncella insaciable

Excelente recreación de unos personajes y de unos hechos: Mario Szichman novela el Terror y la Revolución Francesa.

Madrid

La diferencia entre un libro de historia y una obra literaria estriba en que, por más documentada que esté la obra literaria, en este caso una novela, la literatura de calidad trata de acercarnos al ambiente de pasiones que no pueden ni deben transmitir los fríos datos de la historia. Esto es lo que sucede con Eros y la doncella, de Mario Szichman, que, por más que se trate de una novela histórica que revela el seguimiento de una documentación, nos transmite ante todo el clima del período del Terror durante la Revolución Francesa, que alcanza un momento culminante con la muerte de Robespierre el día 27 de julio de 1794, fecha en que empieza y acaba la novela.

En la página preliminar de presentación, datada en Nueva York, octubre de 2012, el autor nos refiere las circunstancias personales de las que surgió la obra, cuando "En octubre de 2011 Tánatos atravesó el umbral de mi casa", situación que propicia el tono luctuoso del relato, que se duele por la incesante labor de la doncella del título de la obra, que no es otra que la guillotina, implacable durante la Revolución.

El título de la novela evoca inmediatamente la famosa obra teatral de Ariel Dorfman, llevada al cine por Roman Polanski, La muerte y la doncella, que analiza las relaciones entre una víctima y su torturador. En este caso la muerte es sustituida por Eros (otro pilar del relato) y la doncella/guillotina no es otra que la agente material de las muertes, ese método para matar de modo más rápido y con  menor sufrimiento que, siendo inventado como recurso piadoso por el doctor Joseph Ignace Guillotin, acabó resultando una vía para ejecuciones en serie, lo que facilitó aumentar el número de víctimas.

La imagen fría y elegante del artilugio ejecutor, como una joven esperando a su enamorado abre la novela: "Estilizada como una escuadra de carpintero, escueta como un atril, virtuosa como un altar, la doncella aguarda la llegada de su amante. La doncella no es ávida, aunque sí insaciable. Su amante lo sabe, y nunca le ha quitado sus raciones. Pero Maximiliano Robespierre no acudirá a la cita, esta, su última noche en la tierra".

A lo largo de la novela, la actividad de la guillotina sobre las figuras ilustres de la Revolución convierte la narración en una especie de Danza macabra, que, empezando por los Capeto, atrae hacia sí a la nobleza y a sus sirvientes, protagonistas del Antiguo Régimen, pero también a los propios revolucionarios y a las gentes comunes en una voracidad incesante. Robespierre, ese ser frío y calculador que se empareja con la misteriosa doncella del inicio del relato, provocará su propia caída cuando organice la fiesta del Ser Supremo, que viene a ser la culminación del intento de sustitución de un orden por otro, suplantando la religión tradicional.

La época de desenfreno, de extremada libertad de costumbres y de derramamiento de sangre en que desemboca la Revolución Francesa con el Terror, nos permite reflexionar sobre diversos lugares y periodos históricos, en los que la vida individual humana ha sido atropellada perdiendo todo valor, en aras de unos objetivos o ideales proclamados superiores. La mirada del precursor de las independencias americanas, Francisco de Miranda, quien fue testigo de este hecho histórico, personaje destacado de otras novelas de Szichman, viene a ser una especie de contrapunto irónico, porque el supuesto "bárbaro" americano presencia la barbarie en el corazón de la cultura europea, suma de la Ilustración. El personaje de Francisco de Miranda tiene menor participación en este relato en su conjunto, pero posee la importancia que subrayo.

En esta novela el hilo narrativo general es débil. Se construye más bien como una serie de estampas de los principales representantes del proceso revolucionario francés, de los cuales Szchiman traza un breve perfil físico y psicológico, narrando cómo murieron. En la recreación del pasado Szichman se detiene en aspectos anecdóticos que permiten reconstruir cómo fueron esos turbulentos años, en los cuales la sustitución de los antiguos valores intentó abarcar todos los aspectos de la vida,  mediante el cambio institucional y social, pero también un nuevo calendario, nuevos modos de vestir, de peinarse, y hasta de divertirse.

Algunos pormenores, como la descripción de las guillotinas de juguete con las que se entretenían los niños de la época o las barajas con dibujos diferentes, que Szichman recoge en su novela, pueden contemplarse hoy en museos,  como el Carnavalet, de historia de París, menos visitado por los turistas.

Szchiman presta mucha atención al arte del período, en especial al pintor Jacques-Louis David (1748-1825), que plasmó en sus cuadros momentos claves de esos años embelleciéndolos, y a Madame Tussaud (1761-1850), cuyas figuras de cera, formadas a partir de seres reales, quedaron como testimonio de los protagonistas de esta historia, y fueron a parar a su célebre museo londinense.

Por las páginas de la novela transitan, además de los que ya nombrados, Dubayet, Mirabeau, Lepeletier, Louvet, Danton, Marat, Carlota Corday, Lavoisier, Fouché y otros, componiendo de este modo Szichman una visión amplia y diversificada. En definitiva, Szichman no nos ofrece una novela más sobre la Revolución Francesa, sino una obra relevante, que desde la excelente recreación de unos personajes y de unos hechos nos conduce a la reflexión sobre cómo evitar que el desdén hacia la masificación de la muerte se vuelva a extender.

De origen judío centroeuropeo, nacido en Buenos Aires en 1945, tras haber vivido sobre todo en Caracas, Szichman ha trabajado como periodista y reside actualmente en Nueva York; autor de una notable obra narrativa, cosmopolita y por tanto acorde a nuestro mundo globalizado, él nos ofrece un interesante punto de vista sobre un período crucial de la cultura occidental.

 


Mario Szchiman, Eros y la doncella (Verbum, Madrid, 2013).

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