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Minería

La minería en Cuba: industria, degradación medioambiental, impacto en la salud y huella en la cultura

La minería propició en Cuba la definición de pueblos de gran mestizaje racial y cultural, además de diversidad religiosa.

Madrid
Moa, Holguín.
Moa, Holguín. Wikimedia Commons

La primera actividad industrial desarrollada en Cuba fue la minería. Dirigida a la extracción de oro, hierro y cobre, comenzó en Santiago de Cuba en 1530, con la apertura de Santiago del Prado, primera mina de cobre de Latinoamérica. Sin embargo, una vez descubiertos los tesoros minerales de las colonias continentales, el Gobierno no puso grandes esfuerzos en el desarrollo de esta industria en la Isla. Por ese motivo, no llegó a aprovechar y estudiar con profundidad los suelos cubanos que, en solo 114.000 km² de superficie, ofrecen gran variedad y cantidad de minerales como hierro, níquel, manganeso, cromo, cobre, oro, zinc y plomo.

A pesar de haber sido la primera industria cubana, la minería ha tenido un lento camino de ascenso, con mayor desarrollo durante el siglo XX y lo que va del XXI. Por ejemplo, las importantes reservas de níquel del Oriente del país, solo comenzaron a ser explotadas durante la República. En la década de los 50 se extraían unas 15.000 toneladas anuales; sin embargo, hoy Cuba es el noveno productor mundial de níquel, y desde 2014 extrae una media anual de 56.000 toneladas. De hecho, en 2011 llegó a producir más de 70.000 toneladas.

A pesar del poco avance que en los siglos anteriores tuvo la minería cubana si se compara con el de otros países, ha dejado una huella indeleble en aquellas zonas del país donde se ha ejercido. En primer lugar, porque constituye una actividad productiva intensa, de gran impacto en el entorno natural. En Cuba el método de explotación más característico ha sido el de la minería a cielo abierto, uno de los que mayores consecuencias ambientales tiene. Sus influencias negativas persisten por mucho más tiempo del que es trabajada la mina, y se resumen en la degradación total de la flora, la fauna y el relieve del terreno, provocando los conocidos "paisajes lunares", así como la contaminación de las aguas, el aire y el suelo.

Lógicamente, tales condiciones tienen efecto directo sobre la salud de las comunidades vecinas y, muy especialmente, sobre los mineros. Tal es el caso actual de los que habitan en Moa, una de las zonas cupríferas más importantes del país, donde son notables las emisiones de polvo y gases como el amoniaco y el ácido sulfúrico. En consecuencia, las enfermedades respiratorias agudas encabezaban las cifras oficiales de la última década, con el 57% de los reportes. Asimismo, el agua potable debe ser tratada en esta región con altos contenidos de cloro.

Moa es conocida por el polvo rojo de sus tierras, y es habitual que sus residentes presenten una piel amarillenta, caries, delgadez y vejez prematura.

Por otra parte, resulta importante entender la relación indisoluble que establece la comunidad con la industria cuando esta constituye su principal fuente de empleo, lo que conlleva a que la vida del pueblo, sus condiciones y costumbres giren en torno al proceso productivo. Además, el trabajo en la mina afianza los vínculos de la comunidad, y la identidad de un colectivo que tiene en la industria su vehículo de existencia.

En Cuba, la minería propició la definición de pueblos de gran mestizaje racial y cultural, pues asimiló una significativa fuerza de trabajo inmigrante, en la misma medida que, desde el siglo XIX, su administración estuvo mayormente en manos de empresas extranjeras, en especial de los Estados Unidos. Junto a los españoles y estadounidenses, gran parte de los obreros provinieron de Alemania, Rusia, Polonia, Checoslovaquia, China y Japón.

Esto definió los tipos de vivienda, el empleo de la madera como material constructivo y el uso cotidiano de vocablos derivados de lenguas extranjeras, muy notable en el caso del inglés en las comunidades de fuerte presencia norteamericana. La migración estadounidense a Cuba, así como las estrechas relaciones comerciales y culturales establecidas con ese país, justifican la abundancia de apellidos ingleses en el Oriente cubano, así como el uso de palabras inglesas en el hablar cotidiano que aún perviven. Dentro del contexto laboral, también influyó la nomenclatura de herramientas y maquinarias así como de marcas comerciales, generalmente transformadas por su pronunciación. Ejemplo de ello en el contexto minero son: buldó o buldócer (niveladora) por bulldozer; dragalina (tipo de excavadora) por dragline; escrepa (tipo de pala) por scrapper; güinche (malacate) por winch y güinchero para el operador.

En adición, impusieron su diversidad religiosa. Se ha llamado la atención sobre la notable diferencia que existe entre los pueblos mineros del sur de Oriente, fundamentalmente católicos, y los del norte como Moa, Nicaro y Felton, donde predomina el protestantismo introducido por los inmigrantes estadounidenses. En términos generales, se ha afirmado que "hay una cultura que carece de calidad material, que está presente en las costumbres, creencias, lengua, la idiosincrasia de la sociedad, y que revela una identidad regional", solo descifrable desde su relación con la industria que la ha motivado.

Aspectos relacionados con la explotación aborigen, la esclavitud negra y las luchas sociales y obreras insertan a la minería en un fenómeno social mayor y común al resto de las industrias cubanas desde el período colonial. Se registran muchas protestas, en especial de los cobreros, que se remontan a 1533 con el primer alzamiento de esclavos de las minas de Santiago del Prado. Esto llevó a que los cobreros alcanzaran la libertad en 1801, es decir, 85 años antes de la abolición de la esclavitud en Cuba.

Otro elemento que tuvo su seno en la comunidad minera y se extendió por todo el país, fue la veneración a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. Luego de su aparición en las costas de Holguín, fechada a inicios del siglo XVII, la imagen original de la Virgen fue depositada en la capilla del hospital de los esclavos de la mina de Santiago del Prado. Hacia 1648, se le construyó una ermita sobre el cerro de Maboa, junto al poblado minero de El Cobre, en Santiago de Cuba. Esta iglesia fue sustituida por el actual Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, inaugurado en 1927, que constituye un sitio de peregrinación de los devotos de la virgen y de Ochún, diosa del panteón yoruba que se le asocia en el sincretismo religioso acaecido durante la esclavitud.

En este santuario es costumbre que los visitantes se lleven consigo una calcopirita o "piedra de El Cobre", como recuerdo y como amuleto, convirtiéndose en una especie de talismán que acompaña a muchos cubanos creyentes o no. De este modo, se han ido tejiendo múltiples lazos que certifican la riqueza cultural de una isla prodigiosa.

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En Adiós, querida Beba, publicado en abril de 2020 en el blog Desde La Habana, dedicado a una ex vecina nuestra de La Habana que ese año falleció en Miami, recordé que ella nació en 1928 en Minas de Matahambre, que debe su nombre a los grandes yacimientos de cobre descubiertos en la zona a principios del siglo XX, y que se convertiría en una importante fuente de empleo. Considerada una mina-escuela, por allí pasaron infinidad de mineros y geólogos cubanos y foráneos, hasta que cerró en 1997.

Desde que en 1912 un campesino encontró una piedra brillante en la falda de la Loma del Viento, al recién descubierto yacimiento minero llegarían oleadas de extranjeros procedentes de Estados Unidos, España, Rusia, Polonia, Checoslovaquia, Haití, Brasil, África, China y en particular de Japón. En aquel ajíaco etnocultural, oyendo hablar disímiles lenguas, conociendo costumbres y tradiciones muy diferentes a las nuestras, creció Beba (Amada Alsar San Juan era su nombre completo).