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Libros

Sabor a grasa, reiteración de productos… Concluye con nuevos retos la Feria del Libro de La Habana

He aquí lo más común, repetido unas cuarenta veces.

La Habana

Como ya va siendo costumbre, desde hace casi diez años para llegar a la Feria del libro en La Cabaña, hay que atravesar primero una atrayente pasarela de timbiriches que con el tiempo han aumentado en número, aunque no en diversidad. 

A mano izquierda tenemos, de allá para acá, una veintena de cubículos de carpa azul y luego, de frente, completando la L, otros tantos de puntas coloridas. La persona que por allí pasee debe ser muy curiosa (o perspicaz) para notar que los primeros, monocromos, corresponden al comercio particular, y los multicolor a la gastronomía estatal de la provincia. Si acaso notará en los inaugurales cierto mayor aire de limpieza, muy sutil, y alguna llamada solícita de un dependiente, que incluso está dispuesto a hablar. Nada más.

Por alguna razón que no alcanzamos a descifrar, ambos bandos ofrecen casi los mismos alimentos, cocinados de la misma manera y con presentaciones similares. He aquí lo más común, repetido unas cuarenta veces:

Cajas con pollo frito, arroz salteado o moro y boniato frito. En los particulares cuestan de 25 a 50 pesos, mientras que por el Estado (sutil diferencia) salen a 1.67 pesos la onza —que cuando sacan sus sumas y sus restas con sus pesas tienen como resultado 30 o 50 pesos—. El sabor es el mismo (¿o debo decir "no es"?). La sal no los acompaña, y acaso un líquido embotellado que ellos llaman "mojo" y vierten como angostura a razón de dos golpes por caja de pollo viste el almuerzo, no dejando rastro de su composición en todo el contenido, sin embargo. Enfrentémoslo: el sabor predominante es a grasa. De hecho, el sabor predominante en toda la Feria es a grasa: en las frituras, en las rositas de maíz, en los chicharrones, en el churro, en el refresco y en la piña colada… Aún así, vencer la tentación que nos empuja hacia esos cuestionados productos es casi imposible, y así lo experimentan los visitantes al recinto, que abarrotan gozosos el lugar por largas horas y bajo el sol permanecen en solaz.

Pero el motivo principalísimo del goce no lo he dicho. La inexcusable razón por la cual la Feria se ve colmada por miles de almas cada día no es otra que las atracciones infantiles. Ahí apreciamos el avance de un año a otro: bien desde los aparatos que te reciben y no tienen mucho que envidiar a aquellos del Parque Lenin, bien por la diversidad de ofertas de juguetes, donde se nota el empeño del comercio privado.

Antes de llegar a la comida, ya el visitante encuentra atracciones varias en la explanada: los carruseles chiquitos, las mallas saltarinas, las lagunitas, los carritos, un dragón y una simpática guagua Transtur que oscilan temerarios en el aire, volviendo locos de contentos a los niños (yo conozco un P1 que a las 5:00 pm hace lo mismo)… Luego, siguiendo el rastro de mallitas saltarinas, se entra por fin a la Feria.

Parada obligatoria en el foso centenario, antaño cruel y hoy lleno de muchachos que corren y un sinnúmero de juguetes de plástico que reproducen toda clase de carritos, espadas, imágenes de Hollywood… Prueba de que, pese a las dificultades, y aunque el material sigue siendo el mismo plástico reciclado de los años 80, el ingenio cubano sabe salir a flote, si lo dejan.

Pero entremos por fin a La Cabaña y al instante entendamos cuál ha sido el tema que delicadamente nos condujo hasta aquí: la vida escolar de los niños y las niñas o, hemos de decir, su parafernalia. Decenas de stands distribuidos en decenas de pabellones colmados de juegos didácticos, figuras para armar, pizarritas, útiles de escritorio, historietas, mochilas, afiches, mochilas, estuches, cantimploras y otra buena cantidad de mochilas.

Esta área industrial y oficial que parece ocupar toda La Cabaña, admite en principio la misma objeción que la zona destinada al alimento: la reiteración. Es que da la impresión de que un solitario stand se ha clonado por toda la fortaleza, no dejando virtualmente predominio a nada más.

"Debería haber más variedad" lamentaba una mujer a quien su hijo pedía un dinosaurio desarmable.

"Me gustaría que hubiera más bebida o más música", comentaba aquel otro hombre en short y camiseta mientras degustaba una pizza cerca de la plaza central del recinto.

Nosotros esperamos que el próximo año sus expectativas se vean cumplidas.

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