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Libros

No se puede reconstruir el pasado

Todo muy habanero, en tono de cháchara trivial, de comadreo sin fin: Mirta Yáñez cuenta una época en 'Sangra por la herida'.

La Habana

Entre lingüistas, profesores, académicos y estudiantes del idioma italiano, participantes de las conferencias sobre teoría y estrategias de la traducción, se celebraba en la Biblioteca Rubén Martínez Villena, el acto donde se hacía entrega a la escritora Mirta Yáñez de la traducción al italiano de su novela Sangra por la herida (Unión, La Habana, 2012) y Premio de la Crítica de ese mismo año.

Irina Bajini, italiana aplatanada en Cuba y a su español, ha sido el alma de esta traslación,  al punto que pudo asesorar a la traductora oficial Teresa Cirillo, en frases como "¡Santo cielo, mal rayo te parta!", "tres zangaletones del Tecnológico" o palabras como "puñeta", "puñetería". Y aunque Mirta no es Pedro Juan Gutiérrez, y su traducción, por ello es menos problemática, no obstante, hubo que hilar fino para llevar al lector italiano su arte, sin ceder a los facilismos del lenguaje comercial, ese que vende best sellers en cualquier lugar del mundo porque están codificados al uso más trivial.

En Sangra por la herida se trata no solo de traducir palabras, frases, sino contextos, lo cual a veces hace casi imposible una real traducción por parte del profesional más avezado.

Y recordaba Mirta, entre las muchas anécdotas que allí se dijeron sobre lo difícil que es traducir,  cómo Camila Henríquez Ureña había dejado petrificada a la clase cuando, en sus años universitarios, la hoy escritora y sus condiscípulos la escuchaban leer fluidamente, sin tropiezos, a Dante en el texto original: proeza inigualable, solo posible de ejecutar a seres privilegiados con el don de lenguas.

La portada de la edición cubana es una foto de La Rampa, años 90, rasgada, rota, que alude, según Mirta, al pasado, "que no se puede reconstruir, porque está roto". La de la edición italiana, se fragmenta en dos rostros de mujer: una joven ilusionada, a la izquierda, y una anciana patética y descorazonada, a la derecha. Un dibujo, la joven, bien contorneado;  una foto, la señora entrada en años, trabajada en gris, difuminada casi.

La dedicatoria del libro es elocuente: "A los amigos que dejaron de pintar, de tocar el piano, de hacer teatro, de escribir un poema, de soñar sus sueños, por las razones que fuesen".

La novela, de estructura coral, rica en personajes, nos habla de la generación que vivió su adolescencia en el fuego revolucionario de los años 60,  entregados al ideal de justicia para todos y que llegan al nuevo siglo desencantados de lo vivido, pasando revista, ahora que ya están cercanos al inexorable final.

Se entrecruzan vida y obra de 14 personajes cuyas acciones y escenarios transcurren en La Habana de los 60 y finales de los 90 del pasado siglo. "¿Qué fue de nosotros?, ¿nadie se acuerda?, ¿quién va a hacer la historia?... los puñeteros sesenta, como todos los que por aquella época abandonaron sus hogares, unos para los estudios en la beca, otros para el impenitente destierro, los de más allá, con poca o mucha suerte, quien podría decirlo, a la guerra y a la muerte."

Viajeros, suicidas, expulsados, locos y fracasados: toda una legión de seres expuestos, desnudados por sus hechos absurdos, truculentos. Narración múltiple, esta novela logra mantener la atención del lector, por su toque de tensión y sospecha. Inventario de calamidades, crónica de traiciones, crímenes morales y de los otros, en fin, retrato de una generación que llega a finales de siglo, desesperada e histérica.

Confesión de muchos, al estilo del filme Rashomon, contado desde diferentes puntos de vista, domina en ella el miedo, la cobardía y la más cabal indefensión: inermes todos estos seres atrapados en un torbellino que arrasaba con todos los valores conocidos para instaurar el terror y el vaciamiento de costumbres, tradiciones, amores. Todo muy habanero, en tono de cháchara trivial, de comadreo sin fin, confidencias que a la larga connotan una desgarradora, trágica mirada al pasado que marca un presente sin futuro para los que se creyeron héroes.

Así, la mística del honor, la dignidad y la pasión revolucionaria  cede la magia para revelarse vulgar tóxico, irreparable falsedad: cada cual construye la epopeya de su decepción.

Con evidente influencia del escritor húngaro Sándor Márai —estructura narrativa previsible, predilección por largos, sucesivos monólogos―, Sangra por la herida, melodrama bien resuelto, con claro método de fragmentación, nos presenta hechos y cómplices de injusticias y delitos, cómplices de su propia sordidez.

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