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Sociedad

Yo, hijo de tabaquero

En la actual lectura de tabaquería los obreros no pueden elegir lo que se les lee, como ocurrió históricamente. Ahora reciben una sola verdad y un solo pensamiento.

La Habana

La periodista Marta Rojas, en su artículo "Lector de tabaquería: un patrimonio cultural de la nación", ofrece datos interesantes de una actividad obrero-intelectual de gran significado para el pasado y presente de la historia sindical y cultural de Cuba.

Después de considerar demostrado que los antecedentes del lector de tabaquería están en el behique, sacerdote taíno que ejecutaba sus ritos animistas, la periodista supone lo lejos que estaban entonces nuestros aborígenes de que "aquello podía convertirse, por caminos impensables, en una realidad cultural, en un modo de trasmitir conocimientos". Y añade que ahora, 500 años después, esa labor de difusión creada en las tabaquerías cubanas ha adquirido el rango de Patrimonio Cultural de la Nación y aspira a ser también Patrimonio de la Humanidad.

La motivación por el tema —que me atrapó inmediatamente— me viene muy de cerca. No solo por ser hijo de tabaquero, sino porque mi infancia y adolescencia la pasé entre torcedores de tabaco. Mi casa paterna, además de hogar era un pequeño taller donde laboraba un puñado de obreros intelectuales, en el que presencié durante años los debates —cada tabaquería era una universidad obrera—, donde adquirí la vocación por la historia y la política que hoy me acompañan. Por esa razón de pertenencia decidí abordar brevemente tres aspectos:

El primero es una aclaración: el debate que generaba la lectura de tabaquería no se limitaba a los grandes talleres, como he podido leer en varios trabajos acerca del tema. El impacto cultural de esa actividad devino tradición de los torcedores, con independencia de la magnitud del taller donde laboraran. En el pequeño taller que funcionaba en mi hogar, como en otros que regularmente visitaba con mi padre, en el pueblo de Jiguaní y en la ciudad de Bayamo, carecían de un lector permanente, pero no del debate. En el taller de Bayamo, una o dos veces por semana, se contrataba a Alberto Mola, un lector profesional, y el resto de los días lo hacían sin el lector.

Durante las horas de labor leían sobre los temas más variados. Noticias, novelas, economía, ciencia y política eran objeto de discusiones entre aquellos obreros que, sin poseer una escolaridad elevada, gozaban de una cultura general muy por encima de los obreros de cualquier otro oficio.

Gaspar Jorge García Galló, en su condición de tabaquero, escribió en 1936: "El tabaquero es un contumaz polemista. Ama las discusiones y esto se explica por su modo de trabajo y por la lectura polifacética a medias. Las discusiones son diarias dentro y fuera del taller y a veces llegan a tomar tal vuelo que participa en ella la galera entera. Cuando una discusión llega a tal extremo, los participantes acuden a diccionarios, obras científicas, redacciones de periódicos y revistas y personas de prestigio entendidas en la materia (...)".

El segundo punto es una precisión: la cultura es un hecho humano y humanizador. La lectura de tabaquería no se limitaba a trasmitir conocimientos. La trasmisión supone un sujeto trasmisor y un objeto receptor de lo que se trasmite. Ni el lector de tabaquería era el sujeto de la trasmisión, sino más bien un facilitador de la misma, ni los tabaqueros eran objetos pasivos, sino actores, que además de pagarle al lector para esa función y elegir los temas y obras de lectura, emitían sus criterios a viva voz y aprobaban o rechazaban con el repiquetear de sus chavetas, lo leído. Era, pues un verdadero hecho cultural que trascendía la trasmisión de conocimientos.

Enseñar, dice Paulo Freire, "no es transferir conocimiento, sino crear posibilidades para su propia producción o construcción". Lo contrario es adoctrinamiento, donde hay un sujeto adoctrinador y una "masa" adoctrinada.

Cada tema debatido —con o sin lector— constituía una clase viva, una enseñanza problemica e indagadora, donde los tabaqueros como entes activos aprendían a la vez que enseñaba: devenían creadores. Esa actividad diaria los inducía a la lectura de la prensa, de obras literarias y a escuchar la radio, todo lo cual los elevaba como ser humano.

Esa característica le brindó a la lectura de tabaquería la categoría de realidad cultural, porque le permitía al obrero cultivarse, crear cultura y colocarse a la altura del tiempo, lo que explica su papel preponderante en las luchas sindicales, políticas y la entrañable acogida que José Martí encontró en los tabaqueros cubanos en Tampa y Cayo Hueso. Todo lo cual encaja en la definición de Jorge Mañach, de la cultura como "el cultivo de lo humano en el hombre" y en la de José Ortega y Gasset, de "vivir a la altura de los tiempos y muy especialmente a la altura de las ideas del tiempo".

El tercer punto es una opinión. La afirmación de que la lectura de tabaquería ha adquirido el rango de Patrimonio Cultural de la Nación y aspira a ser también Patrimonio de la Humanidad, requiere de algunas precisiones:

Ese alto rango adquirido en el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX no es definitivo ni vitalicio. Para sostenerse, tiene que preservar las características que le permitieron escalar tal altura. En un país donde por ley se admite un solo partido político y tanto el lector como lo que se lee responde a la ideología de ese partido, la libertad de expresión que permitió a los tabaqueros participar a la altura de su tiempo, no tiene lugar. Estamos por tanto ante una manifestación que conserva la forma pero pierde el contenido.

En el Primer Congreso de Nacional de Educación y Cultura, en abril de 1971, el líder de la revolución, entre otras cosas expresó: "Por cuestión de principio, hay algunos libros de los cuales no se debe publicar ni un ejemplar, ni un capítulo, ni una página, ¡ni una letra!". Y añadió: "Tendrán cabida ahora aquí, y sin contemplación de ninguna clase, ni vacilaciones, ni medias tintas, ni paños calientes, tendrán cabida únicamente los revolucionarios".

La actual lectura de tabaquería, al convertirse en trasmisión de contenidos ideologizados, está impedida de ser patrimonio cultural, y mucho menos de aspirar a convertirse en Patrimonio de la Humanidad sin antes devolverle la autonomía a los tabaqueros para que decidan lo que se les lee.

Lo anterior me remite al cantautor Pedro Luis Ferrer, quien en su canción titulada "Vamos a mejorar nuestra forma de ser", dice: "Quién se iba a imaginar un paraíso perfecto, con una sola verdad y un único pensamiento".

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