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Sociedad

Insólito homenaje para vanguardias: pollo, congrí y baño sucio

'El cubano merece que le den latigazos, así siempre sonriente, aguantando, nadie se queja', dice un borracho.

La Habana

Sucedió en el restaurante Las Avenidas, en la céntrica esquina de Infanta y Carlos III. Los protagonistas pertenecían a un centro de investigaciones alimenticias del Instituto de Veterinaria. Era un almuerzo colectivo, celebrando éxitos en los objetivos de trabajo a lo largo del año recién finalizado: 14 ponencias fueron seleccionadas para el Fórum Nacional, dos científicas alcanzaron premios al más alto nivel del país.

Parte del local, una barra, reunió como cada tarde su pléyade de bebedores. Alguien soltó la lengua: "Lástima de tantas personas festejando, mayormente mujeres, y no se puede entrar a los baños porque la peste te empuja hacia fuera".

Manteles limpios, encima pollo, congrí, viandas, ensaladas y bebidas. Conversación entre compañeros que al parecer se llevan bien… exiguo obsequio para uno de esos colectivos llamados en Cuba "vanguardias". Todo marcharía satisfactoriamente hasta que alguien necesitara ir a los servicios sanitarios.

El espacio asignado para las mujeres estaba clausurado, el de los hombres funcionaba como "unisex", pero sus dos tazas estaban atiborradas de heces fecales.

Los hombres apenas podían orinar aguantando la respiración. ¿Se merecían estos trabajadores destacados semejantes condiciones?

Es casi excepcional que Las Avenidas consiga llenar sus capacidades; por tanto, el personal, solícito, se movilizó con el objetivo de servir rápido a los más de treinta comensales. Sobraban sonrisas, menos, claro, a la hora de una necesaria visita a los servicios. Nadie parecía preocupado por tal asunto, aunque desde el bar seguían las voces críticas:

"Es que el cubano merece que le den latigazos, así siempre sonriente, aguantando, nadie se queja, entonces nos merecemos lo que tenemos", dijo otro bebedor ocasional.

Casi al cierre de la actividad apareció la mujer encargada de cuidar los baños. Cobra un peso cada vez que alguien entra. "No me avisaron con anterioridad. Eché varios cubos de agua, cloro y detergente, al menos los últimos alcanzaron a disfrutar de la limpieza", dijo.

Efectivamente, el panorama cambió, pero ya para provecho de los pertinaces bebedores del bar, lejos de cualquier calificativo de "vanguardia".

Entre los comensales, había varios doctores en ciencias, másteres y licenciados que habían trabajado en investigaciones vinculadas a la producción de alimentos para animales y personas, además de en el control aduanero de productos que puede entrar o salir del país, según el área de trabajo.

No se escuchó queja alguna relacionada con las condiciones en que fueron homenajeados. Los jefes, complacidos, tanto en el restaurante como en el centro de investigaciones, acabarían marcando una nueva cruz en sus respectivos planes de trabajo. ¡Que viva el socialismo, pues!

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