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Opinión

Democracia unipartidista

La nomenclatura no tiene intenciones de desmontar su régimen de partido único. Su propósito es adornarlo y sellar las grietas.

La Habana

Con la toma de posesión de los 17 integrantes de la Comisión Nacional Electoral echó a andar la maquinaria "democrática" del castrismo.

De más está decir que se trata de un nuevo capítulo donde la legitimidad del sistema llega a través del fraude y el miedo.

Se sabe que en el proceso electivo no habrá problemas con el abstencionismo.

El ambiente asegura una participación masiva. Los ciudadanos con edad para ejercer el voto lo hacen aunque sea con una disimulada mueca de desprecio. Ausentarse no es rentable. Nadie quiere caer en desgracia por actitudes que indiquen un menoscabo de la conciencia revolucionaria.

Con esos truenos, una apertura política en Cuba bajo la batuta del general-presidente sigue siendo algo tan fantasioso como un cuento de los hermanos Grimm.

Como bien explica el periódico Granma, para el venidero abril serán elegidos los delegados de las asambleas municipales del Poder Popular, de donde saldrán sus presidentes y vicepresidentes, los miembros de sus comisiones permanentes y de los Consejos Populares que por un período  de dos años y medio ejercerán el gobierno.

Este planteamiento habría que finalizarlo con una pregunta impostergable: ¿Cuáles son los resultados en beneficio de la población de los funcionarios elegidos en cada una de las circunscripciones?

De veras que muy pocos, más allá de las promesas incumplidas y de los aplazamientos de las soluciones por las más burdas razones.

Año tras año, la mediocridad y el clientelismo de la burocracia que se alterna en los puestos políticos a nivel municipal y provincial acentúan o pasan por alto los dramas existenciales de miles de familias en todo el país.

El desempeño de los funcionarios del Poder Popular, tanto los que están o los que alzarán con el triunfo en los comicios de la próxima primavera, raramente tienen algo en común con la transparencia y la honestidad.

Al dejar el cargo, casi todos han resuelto gran parte de sus necesidades a costa del desvío de recursos y otras triquiñuelas que alimentan los molinos de la anarquía.

La verdadera contrarrevolución se agazapa en esas trincheras donde no falta la patriotería y los simulados compromisos con la ideología vigente.  Esos rejuegos que intentan presentar como un ejercicio de democracia participativa apenas sirven para disimular el fracaso del modelo.

Quién saldrá electo en esas votaciones es lo de menos.

El quid de la cuestión radica en que las cosas seguirán igual o peor para los electores y mejor para los que consigan ser electos para "sacrificarse" por el socialismo. Son las reglas del juego. Y es obvio que no van a cambiar por el momento.

Está claro que la nomenclatura no tiene intenciones de ir desmontando el muro del unipartidismo. Su propósito es sellar las grietas y adornarlo con los materiales disponibles. 

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