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Opinión

Otros horrores del mundo moral

'No es lo mismo azuzar el odio desde el Palacio de la Revolución que desde una computadora en París o en Miami. La intolerancia tiene el mismo nombre, pero muy diferentes apellidos.'

Arizona

Los cubanos estamos familiarizados —trágicamente familiarizados— con el "Himno del desterrado", del pionero en nuestra aún inacabada relación de exiliados: José María Heredia.

La estrofa final dice:

¡Dulce Cuba! en tu seno se miran
En su grado más alto y profundo,
La belleza del físico mundo,
Los horrores del mundo moral.

El último verso del desgarrador poema se relaciona con la también muy repetida frase de José de la Luz y Caballero: "Ese sol del mundo moral", que sirviera a Cintio Vitier para titular su idílico, tal vez ingenuo paseo por el pensamiento cubano.

La larga oración de Luz y Caballero, completa, dice: "Antes quisiera yo ver desplomadas, no digo las instituciones de los hombres, sino las estrellas todas del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de justicia, ese sol del mundo moral".

Aquí cae la relación: la pérdida del sentimiento de justicia es un preciso horror del llamado mundo moral. Hasta aquí habría consenso. El poeta y el pensador de nuestro siglo XIX —sucesivamente— claman contra las injusticias. La polémica comienza cuando tratamos de identificar esos horrores en la Cuba de ahora mismo.

El reconocido novelista cubano Leonardo Padura suspira  en un artículo —"Los horrores del mundo moral"— por las injustas heridas que la canalla le ha infligido. Y tiene razón. Aunque la mezquindad y la envidia, el oportunismo y la calumnia, no bastan para compendiar los "horrores" criollos.

El virus político —extremismo, intolerancia…— es la principal causa en la Cuba actual de que engorden esos monstruos sudorosos y pestilentes. Sobre este Horror con mayúscula, generado por la "revolución" —la "utopía" fracasada—, hay que hacer las inferencias, cada una de ellas.

Porque como se sabe hasta en los rincones —Padura pone el ejemplo de Salieri y su desbocada envidia a Mozart—, en cualquier noche o ciudad siempre se han padecido mordiscos, ponzoñas, venenos... Aunque muchas veces no se ha tratado de envidias del mediocre o denuncias del militante, sino de simple odio, como entre Quevedo y Góngora, cuyas mutuas diatribas —"escupitajos", los llamó Octavio Paz— leemos en los ingeniosos poemas que se cruzaron.

Por ello no creo que Cuba haya batido ningún récord en miserias humanas, aunque lo cierto es que el obsoleto caudillismo-leninismo —más obsoleto, por anterior, que el embargo—, favorece la leña al caldero de pus y amoniaco, de heces y excrementos morales.

Porque no es lo mismo azuzar el odio desde el Palacio de la Revolución que desde una computadora en París o en Miami. Como tampoco es comparable el Poder que aún detenta la "guerrilla histórica", dueña de todos los medios, que aun la ejercida durante las dictaduras militares de derecha, donde zonas de la sociedad civil, de la prensa y de la propiedad privada —como en la España de Franco— permitían ciertas vías de escape.

"Los horrores del mundo moral" crecen cuando se habla de terrorismo de Estado… Imposible comparar un grupo de karatecas vestidos de civil, dándole una golpiza callejera a siete disidentes en Placetas, con un grupo pacíficamente manifestándose contra Pablo Milanés, en la acera de enfrente, como vi al asistir a su recital en la Miami tildada de "cavernícola".

No es lo mismo asediar cruelmente a las Damas de Blanco frente a la iglesia de Santa Rita, que declarar sandeces en la TV, machacar discos o lanzar "escupitajos" anónimos en periódicos digitales…

Quizás ambos obtusos acumulan la misma dosis de malignidad, puedan ser tan perversos, mentirosos, denigradores… Lo que uno —el castrista— causa hasta la muerte del disidente; y el otro apenas irrita la susceptibilidad, hiere el amor propio, obliga a la suspensión de un acto o enturbia la reputación.

Las intolerancias del exilio me causan una risa burlona. Las intolerancias del Partido, el Ministerio de Cultura y la UNEAC, me causaron miedo. Lo supe vencer allá dentro, pero era tan horripilante como las citaciones y seguimientos de la Seguridad del Estado.

Los dos extremismos son deleznables, son actos de injusticia porque no se respeta lo diferente, lo "otro". Pero reitero: no hay comparación posible, salvo cuando —sin querer o sin poder— se está con Dios y se calla ante el Diablo.

En un Estado de Derecho —Estados Unidos, España…—- se lleva a los tribunales a cualquiera, bajo los delitos de difamación y perjurio. En Cuba puedes enfrentarte como lo hiciera Laura Pollán, escribir como Yoani Sánchez, callarte la boca temblorosa como la mayoría, soñar la salida del país como los jóvenes…

El Mal para Leibniz —cuenta Jorge Luis Borges en Siete noches— "es necesario para la variedad del mundo". Borges añade que se trata de un "argumento muy elegante pero muy falso". Coincido. Y no lo creo inmutable, aunque la historia de la humanidad rechace el optimismo.

Es posible atenuar el Mal. "Los horrores del mundo moral" pueden cercarse a nivel social, aunque sobrevivan "seres de pantanos y lodazales" —según la caracterización de Martí.

El fin del totalitarismo en Mantilla y Santos Suárez, en Baracoa y Guane, la instauración de una democracia —por supuesto que defectuosa y debatible—parece el único camino hacia la justicia. Exacto homenaje a José María Heredia. Para que ningún cubano tenga que escribir otro "Himno del desterrado".

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