"Tú todavía estás bien", me dice la mujer del Sephora.
"Pero espera." Sus labios perfectamente delineados, el color
melocotón aplicado con tanta devoción. "Tú espera,
en algunos años, cuando las hormonas te abandonen, poco a poco,
tú vas perdiendo el brillo: tarde o temprano, te lo digo, todo
se marchita." La mujer del Sephora me mira, penetrante. Su ojo
profesional intenta adivinar mi edad.
"43"
le digo antes de que se anime a preguntar. Con la cabeza dice
que sí, como en señal de aprobación, pero advierte que el uso de
ciertos productos no se deben postergar. "Tú todavía estás bien",
repite, "pero es RESPONSABLE actuar ya". Se voltea y agarra
la poción mágica que está en promoción. La sostiene como si
fuera un bebé y procede a mostrar su aplicación. Se esmera al
llegar al cuello,
"zona de peligro" que las mujeres, según ella, solemos ignorar.
"El cuello es importante porque revela la edad". Y Dios nos
libre, sinceramente, de decirnos la verdad.
Miro más allá de su boca cremosa que hipnotiza, más allá de las
luces falsas del Sephora, busco
un resplandor, busco lo azul… encuentro una luz más generosa.
Afuera veo una gaviota envuelta
en una ráfaga de viento, tan liviana dando vueltas
frente a la inmensidad, borrosa.
Le digo a la mujer del Sephora
que tengo la piel deshidratada PORQUE SOY DE UNA ISLA.
Insistente, le explico que mi piel
SIGUE SIENDO DE LA ISLA. Que después de casi veinte años
ESTA PIEL NO SE ASIMILA.
Cual soldado que regresa de la guerra, le muestro mis heridas:
toda la aridez acumulada en mis brazos, en mis piernas, en mi
LENGUA. Lo digo así para que me entienda. Lo digo así para
que me ayude a entender qué es lo que busco en el Sephora.
Ahora la mujer se dulcifica. Suelta el hidratante
que podría cambiar mi vida y por primera vez, me mira. Detrás
de sus pestañas postizas, yo
la veo llegar hasta mi falsa orilla. Náufraga de esto y de aquello,
la mujer del Sephora ya no
quiere hablar de productos de belleza, ahora quiere que sea yo la
que le venda algún producto de
mi memoria de la isla. Pero yo no suelto prenda. Algo adentro se
me seca y me quedo mirándola
perpleja. Es que estoy cansada
de historias y productos que no cambian nada.
Afuera, la gaviota aterriza, torpemente, en medio de un grupo de palomas.
Presiento, de repente, que en algún lugar mi imagen se hace
trizas. Que alguien me descubre, la máscara resbala y lo real
me asesina. Salgo con las manos resecas y vacías, mientras intento
olvidar
toda esta tontería, todo el viento que me invento para que
avance, alta y engreída, mi POESÍA.
No lo logro. No se logra mucho estos días.
Margarita Pintado Burgos nació en Bayamón, Puerto Rico, en 1981. Ha publicado los poemarios Ficción de venado (2012), Una muchacha que se parece a mí (2016), Simultánea, la marea (2022) y Ojo en Celo/ Eye in Heat (2024). Codirige el espacio de poesía Distrópika. Junto a Lorenzo García Vega escribió la novela experimental Ping-Pong Zuihitzu. Es profesora de lengua y literatura en la universidad Point Loma Nazarene, en San Diego.