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Religión

Ñañigos del siglo XXI

Ser abakuá está de moda entre adolescentes y jóvenes capitalinos de barrios pobres y mayoritariamente negros.

La Habana

Los marginales de arrabal se conocen a la legua. Tienen su manera muy particular de caminar. Un lenguaje reinventado cada noche con nuevas jergas. Y un saludo distintivo: el beso en el rostro entre varones. Al mejor estilo de la mafia italiana.

A falta de AK-47, algunos cargan vetustos revólveres, armas de fuego caseras, que lanzan los proyectiles hacia cualquier dirección, o pistolas rusas Makarov hurtadas de almacenes militares.

De cualquier manera, tener una pistola en Cuba es un lujo. Lo habitual es portar armas blancas. Desde una afilada chaveta de zapatero, un punzón, un machetín recortado o una navaja de barbero.

La mayoría de los guapetones habaneros de calibre se refugian en las sectas secretas abakuá. Otros en la masonería. Ninguno va a misa los domingos. La religión católica no es lo suyo.

Ser abakuá está de moda entre adolescentes y jóvenes capitalinos de barrios pobres y mayoritariamente negros. El ñañiguismo es una religión afrocubana de larga data. Sus antecedentes se ubican en la región nigeriana de Calabar.

Según cuentan, la organización tiene como base un mito africano que narra la historia de la violación de un secreto por parte de una mujer: la princesa Sikán encuentra al pez sagrado Tanze y reproduce su bramido en el tambor sagrado Eku.

En Cuba la asociación nació entre los negros esclavos en los inicios del siglo XIX. La primera sociedad abakuá de blancos surgió en los primeros años del siglo XX. Su creador fue Andrés Facundo de los Dolores Petit, conocido también por sus aportes a la regla del Palo con la elaboración del cuerpo conceptual y ritual de la variante Kimbisa.

La sociedad secreta abakuá cubana es la única de su tipo en el continente americano. Solo se practica en La Habana y Matanza. Se supone que hay medio centenar de templos.

Los sellos son la representación de cada juego o potencia abakuá. Existen alrededor de 130. En estas sociedades solo son admitidos hombres. No se puede ser gay. Tampoco un tipo flojo o de pocas agallas.

Pero Benito, un viejo abakuá, cree que algunas cosas han cambiado para mal dentro de la religión. "Cuando yo me inicié, a mediados de los años 50, además de una buena conducta social, primaba el respeto a la familia, a tus amigos y al prójimo. Nada de golpear a tu mujer. O abusar de una persona indefensa. La ética, caballerosidad y valores humanos eran fundamentales. Esto ha dado un vuelco con los años. Y algunos plantes han sido absorbido por marginales violentos e incultos que han convertido esta religión en un hobby".

Muchos jóvenes del bajo mundo pertenecen a la secta secreta. Se suelen saludar cruzándose la mano, un gesto habitual entre abakuás, o sustituyendo el apellido por el nombre de su juego.

Algo así como Fernando el Enmaranñuao. O Joel el Bekura. "El colmo es que hasta en la prisión Combinado del Este se ha formado un plante. En ninguna regla de esta sociedad se dice que para ser ñáñigo hay que ser un ladrón o traficante de drogas. Eso, al contrario, va en contra de nuestro principios", alega un abakuá habanero.

Sin embargo, jóvenes de La Habana subterránea lo interpretan de otra manera. Y forjan su hombría a punta de navaja o cometiendo delitos reprobables. Cuando charlan entre ellos lo que importa cuán duros son. Se jactan de haber estado varios años en prisión sin una mancha negra en su conducta. Y si su mujer les fue infiel, luego de propinarle una brutal paliza, rompieron con ella.

Viven en estado de guerra perenne. Su hoja de méritos engorda según sus batallas urbanas. Que en los barrios marginales de La Habana es sinónimo de guapería, de un buen numero de bofetones propinados o cortadas en el rostro a los tipos que los incordiaban.

Viejos ñáñigos, como Benito, consideran que están equivocados. "Para ser abakuá solo hace falta ser un hombre de principios, no un delincuente".

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