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Vivienda

Un cuarto de siglo hacinados en un albergue

Una tormenta se llevó sus casas. Hoy ven desmoronarse también el lugar al que fueron enviados 'provisionalmente'.

La Habana

A unos metros de la habanera 5ta Avenida, muy cerca de la rotonda de Playa, está Villa América, que fue la más elegante de todas las posadas construidas en los alrededores del Coney Island, antes del triunfo de la Revolución.

Cuando la "Tormenta del Siglo" devastó en marzo de 1993 La Puntilla, en Miramar, decenas de familias perdieron sus viviendas y el Gobierno ordenó convertir la posada en albergue. Villa América, de 26 cuartos, acogió a 26 familias que se han multiplicado con el paso tiempo.

Una de las primeras en llegar al albergue fue María del Carmen Grell, una negra robusta que dice haber pasado la vida entera como trabajadora de Servicios Comunales, limpiando calles. Asegura que antes, cuando era posada, Villa América estaba en mejores condiciones que ahora.

"Llegué el 23 de julio de 1993. Son 25 años esperando porque me den una vivienda. He visto como se ha ido desmoronando poco a poco, primero comenzaron las filtraciones del piso de arriba y las tupiciones. El techo se ha caído en varios lados y un pedazo casi me mata. Vivo en total hacinamiento con mis dos hijos jimaguas, que llegaron aquí de meses y se han vuelto hombres esperando".

El cuarto de María es pequeño, con un baño. El moho y las aguas albañales lo han convertido en pocilga. Ella añadió una cocina en un lugar donde antes hubo un closet.

A la pregunta de si en 25 años nunca le han prometido una vivienda, responde: "Muchas veces".

"Hubo una vez en que repartieron casas. A mi hermana, que vive en el cuarto de al lado y a mí nos ayudaron con la mudanza y cuando nos instalamos descubrimos que teníamos que vivir juntas. Protesté y averigüé, y resultó que mi casa Albergue Municipal la había vendido, entonces tuve que regresar aquí, bajo la promesa que pronto me darían otra", relata María.

"Pero mira, 25 años empotrada aquí. Mira el moho… ¿no sientes el olor a fosa? El agua de la fosa hay días en que me da por las rodillas y tengo que andar sobre bloques. ¿No sientes el olor del hongo? Así vivimos, en todos los cuartos".

Llega un vecino del piso de arriba que se llama Nelson. Me invita a subir a su cuarto a verlo. Es en la planta alta y el largo pasillo muestra las puertas cerradas de los cuartos en los que en otros tiempos entraban parejas envueltas en besos y caricias. Hoy albergan rostros desvaídos.

Nelson vive en hacinamiento como María del Carmen. Sus dos hijos duermen en el piso. El olor a humedad y moho también invade su pequeño espacio.

Cuenta que una vez a él también le dieron una casa, le dijeron que recogiera todo, que lo irían a buscar el lunes, pero después la casa se esfumó y no le hablaron más del asunto. Él tampoco quiso preguntar.

"¿Para qué? Albergue municipal es el que manda. No es bueno estar en mala con ellos".

Se abre una puerta y un anciano asoma la cabeza. "Es Carmenati", dice Nelson. "Es el que peor vive".

Pero Carmenati se rehúsa a hablar. "¿Para qué? Si nunca van a resolver nada".

Regreso con María del Carmen Grell. Recuerda que por Villa América han pasado 15 brigadas de mantenimiento, pero no han arreglado nada.

"Se han robado el cemento y los materiales. Disimulan haciendo pequeños trabajos mientras cargan en un camión hasta las tasas de baño destinadas a los cuartos". Me muestra la suya, rota hace 17 años.

En un improvisado escaparate en la cocina, donde guarda la ropa envuelta en moho y humedad, me señala una camisa, para ella muy importante.

"Me la regaló Díaz-Canel cuando yo limpiaba su calle en el reparto Náutico. Un tipo chévere… me decía 'negra, no cojas tanto sol'. Guardo esa camisa de recuerdo".

María del Carmen Grell, la más veterana de los albergados en Villa América, me acompaña afuera para enseñarme la fosa.

"Hoy está tranquila. Recemos para que no suba y se meta en la casa, porque entonces tendré que ir a cargar los bloques… y hoy he limpiado tanta calle que estoy prácticamente muerta".

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