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Opinión

Un congreso de la transversal

'El Hombre Nuevo, ya en la cincuentena, toma las riendas de la cultura. Una generación de torquemaditas que acaso consiga provocar nostalgia por los anteriores censores.'

Miami

La cultura oficial cubana (cualquier cosa que esto signifique) concluye su proceso de aggiornamento con el reciente IX Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). O sea, escritores, pintores, trapecistas y bongoseros entran en caja en la era Díaz-Canel, lo cual no significa cualquier cosa.

Para alguien más o menos familiarizado con los asuntos insulares, basta notar que el congreso celebró su clausura en el 58vo. aniversario de las "Palabras a los Intelectuales" de Fidel Castro, condenó vehementemente la amenaza anexionista de la Ley Helms-Burton, convocó a luchar contra la banalidad y eligió como presidente al compañero Morlote.

Muchos dirán que esto es más de lo mismo. Pero aquí se alcanza un hito: lo mismo ya no puede repetirse sin aniquilar lo mismo. El adocenamiento, el oportunismo, la bobería, la estéril insularidad, el miedo que han caracterizado al oficialismo agotan su proceso de retroalimentación. Nada para construir. Nada para deconstruir. Ni quinquenio gris. Ni quinquenio Prieto. Enquistado en una irreversible condición paródica, lo mismo se ha vuelto enemigo de lo mismo.

Como es de rigor en el país, el congreso es un involutivo paso adelante. El ajuste del modelo cultural correspondiente al ajuste del modelo político-económico. Con un matiz. Si la presidencia de Miguel Díaz-Canel es la máscara de la continuidad, la presidencia de Luis Morlote (así como la concesión del Ministerio de Cultura a Alpidio Alonso Grau) nos sigue mostrando la misma cara de lo mismo, con una agravada mueca de amenaza. Miguel Barnet, el saliente presidente de la UNEAC, es un intelectual en funciones policíacas. Morlote es un policía a secas.

El Hombre Nuevo, ya en la cincuentena, toma las riendas de la cultura. Una generación de torquemaditas que acaso consiga provocar nostalgia por los anteriores censores. El castrismo siempre puede empeorar lo impeorable. Barnet pertenece a la última hornada de las letras y las artes castristas que podía reclamar talento, formación y obra, a pesar de su abyección. Lo que viene ahora, precisamente, es el Golem recosido con las piltrafas de la cultura nacional.

Las ponencias, la cobertura de la prensa oficial y las celebraciones dan fe de una inteligencia embotada en el reduccionismo de la consigna, corrompida en la negación de la realidad. Hay momentos en que presenciamos una pomposa disolución en el disparate. Ya esto ha perdido incluso sus referentes marxistas-leninistas, la fuerza para movilizar el nacionalismo mesiánico, la capacidad de controlar el propio discurso. Lo que se infiere tiene una connotación más ontológica que política: el estado de permanente pesadumbre, de regresiva estupefacción, de un pueblo agobiado por la obligación de callar, la urgencia por comer y la necesidad de escapar.

Abunda el material para la sátira de este congreso. Me quedo con una nota publicada en la página digital de la UNEAC, que firma Diana Iglesias Aguilar. Titulada "Congreso de la UNEAC repercute en la sociedad cubana", recoge una entrevista al "poeta y profesor" manzanillero Luis Carlos Suárez durante una visita de varios creadores a una instalación en la provincia Granma.

Por su estado incompleto y desordenado, la instalación no identificada pudiera estar en proceso de construcción o haber sido abandonada hace años. Bajo la inclemente canícula, los visitantes parecen escuchar, con ceñuda fatiga, a un interlocutor que, según presumo, se halla fuera del lente. Es una foto de nada acerca de nada. La ilustración de un suceso que ocurre y no ocurre.

Se lee que Suárez llama a evitar que las empresas mixtas o extranjeras importen a Cuba "sus códigos, su identidad constructiva". Al final, Iglesias exalta a Suárez como "defensor de lo que nos transversaliza al vivir en una isla y amenazados por el enemigo más feroz de la humanidad". En efecto, los visitantes se ven bastante transversalizados.

¡Larga vida al compañero Morlote!

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