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500 años de La Habana

Maneras de perderse en La Habana como un reptil

En mis escapadas de la Seguridad del Estado me llamo Juana, soy de aquí, quiero independizarme, trabajo en un restaurante de mesera o soy huérfana.

La Habana

En mis múltiples mudanzas por La Habana, en mis escapadas de la Seguridad del Estado, ya que la misma se ha encargado de intimidar a mis caseros, he aprendido a moverme como un reptil. Y no precisamente de una manera reptante, sino dando grandes zancadas, para perder los rastros. Del reptil he tomado su mutabilidad, el camuflaje, el silencio. 

Santos Súarez, Víbora, El Canal (Cerro), Tropicana-Ceguera (Playa, casi Marianao), Ayestarán (Cerro), 26 (Nuevo Vedado) y ahora… No se puede revelar por motivos obvios. Recorrí todos estos lugares en el lapso de tiempo de cinco meses. Todas estas zonas, unas mejores que otras, tenían algo en común: los tipos de gente se repetían. Los vecinos se aferran a la vida ajena como el hollín a la puerta calle. Ellos son los que dan la pista, los que están al tanto de todos tus movimientos. Por esta manera de ser del cubano, tan indiscreta, he tenido que recurrir al travestismo camaleónico. Por tanto, posibles respuestas, me llamo Juana, soy de aquí mismo de La Habana, lo que quiero es independizarme, trabajo en un restaurante de mesera y soy huérfana.

Los alquileres de La Habana en los últimos tiempos han sufrido un deliberado aumento de precio. Vivir en La Habana es caro, más cuando tienes que cambiar de hogar cada cierto tiempo. Trabajas para pagar la renta, tal pareciera una reminiscencia de Nueva York. Pero La Habana no es Nueva York, ni Boston, ni mucho menos Chicago. Esta capital se llena de un ego más grande que su propio corazón. Y revienta, claro que revienta, de la inflación tan grande de todo. Desde los alimentos, el combustible, los inmuebles, el internet, la electricidad, la climatización, la vestimenta, el transporte, la diversión, y más. La Habana no es precisamente lo más grande, lo más grande son sus precios. Tan risibles en comparación con lo que ganamos. Tan risibles para un extranjero que gasta más en Cuba, país del tercer mundo, que en uno del primero. 

Precisamente en una lagartija me convierto, cazadora de las moscas que revolotean a mi alrededor. Y no es mi intención dejar escapar a ninguna.

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