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Sociedad

Trajinadores y trajines: 'bullying' a la cubana

Allí donde no existe separación de poderes y el poder se ejerce de arriba hacia abajo, el acoso es silenciado en algún eslabón de la cadena de mando.

Miami

Es una verdadera epidemia en EEUU: varias mujeres están demandando por acoso, intimidación y todos los sinónimos que la palabra bullying tiene en inglés, a hombres de todas las profesiones y rango social. Es una ola que parece imparable, y ya moja hasta las sabanas de la Casa Blanca. Con razón o sin ella, con evidencias o con solo palabras, más allá de las denuncias, se han puesto a discusión los límites legales y éticos del poder humano.

Como escribiera Elías Canetti, hay una sutil diferencia entre fuerza y poder; en el juego del gato y el ratón, cuando el primero caza, muestra fuerza; cuando juega a su antojo con el roedor sin comérselo, enseña todo su poder; solo él decide hasta cuando vivirá el ratón.

Las sociedades occidentales de hoy son cada día más plurales, menos atávicas; van empoderándose todos los sectores raciales, sociales, y de género, tradicional e intencionalmente excluidos. Gracias a la inmediatez y la accesibilidad a la información, una suerte de "democracia del éter", los abusos, los acosos de cualquier tipo, pueden ser denunciados e incluso judicialmente procesados cuando antes solo tenían el silencio y la vergüenza interior como refugio.

En Cuba el llamado bullying en su versión escolar es conocido como trajín. Trajinador y trajín forman una dupla de psicópata y neurótico que habita cualquier aula y grado de la enseñanza. Como depredador social, el trajinador busca y encuentra su trajinado, quien suele ser un chico o chica dependiente y necesitado de atención. La diferencia de cómo resolver el bullying y el trajinaje está en que en al primero se le dice al chico o al adulto que denuncie el caso ante una autoridad superior —maestro, abogado, policía—. A un trajinado insular se le pide que "resuelva" por sí mismo la situación.  

Esa matriz latina de solucionar el acoso a nivel horizontal y no vertical, viene desde la cuna; son los mismos padres quienes alientan la defensa propia. No es malo enseñarles a los hijos cómo y cuándo toca preservar la dignidad. Pero también es su tarea indicarles que hay una autoridad superior con el deber de reaccionar, juzgar y castigar el abuso. Que ese mecanismo falle, es otra discusión.

Aunque en la Isla como en cualquier otra parte del mundo, el bullying o acoso del jefe hacia la secretaria, del médico a la enfermera, del funcionario a la mecanógrafa es frecuente, las soluciones son disímiles por la escasa difusión de los hechos y, aún más, por la propensión a disculpar casi siempre al acosador y culpar a la acosada o acosado.

Además, en la estructura social totalitaria, donde no existe separación de poderes, y como sociedad feudal el poder se ejerce de arriba hacia abajo, casi nunca en la horizontalidad institucional, el acoso es silenciado en algún eslabón de la cadena de mando.    

Por idiosincrasia latina o quizás por otra oscura razón, la sociedad cubana ha ido creando individuos que aceptan ciertos acosos e intimidaciones sociales y políticas; que ciertas reglas, impuestas "desde arriba" son ineludibles porque están hechas por "los que saben". Tras un largo y tenaz proceso de indefensión social aprendida, a veces nuestros compatriotas admiten acosos y abusos como si los merecieran o no tuvieran más remedio que tragárselos por su propia sobrevivencia.    

Es preocupante la actitud de tolerancia con el bullying social, cuyo paradigma es el llamado acto o mitin de repudio. Si participan niños, eso toma un cariz vomitivo. Hasta hace algunos años, humillar con palabrotas o golpear mujeres sí que era un acto repudiable. Pero el mensaje esta ingeniosamente invertido para los repudiantes: si los repudiados se sienten ofendidos, que se fajen si son hombres o "mujercitas"; que "resuelvan" por ellos mismos. No es el Estado quien debe frenar la ira del pueblo, que tan espontánea se manifiesta; son ellos, los "apátridas", los "gusanos", "lacayos del Imperio", quienes pretenden "trajinar a la Revolución".

Como en cualquier aula de este planeta, mientras los trajines hacen sus delicias con los trajinados, una masa informe y conforme observa y calla —y no pocas veces participa—. El trajinador suele lograr durante un buen tiempo, y con su desalmada conducta, aplacar todo intento de rescate de la dignidad ajena.

Pero a veces suceden cosas. Imponderables. Estrellas alineadas sin previsión; aquel chico a quien le rompían las libretas, quitaban la merienda y daban golpes por debajo del pupitre, vino con la cabeza mala. Delante de todos, tomó venganza por su cuenta. Y entonces los conformes silentes se unieron e hicieron pagar al trajinador, de una vez, por todos sus abusos. El trajinador, como cualquier otro psicópata, se pregunta cómo ha podido ser, si todo lo tenía bajo control, todos lo amaban. Olvida el detalle: Roma y Berlín acabaron así.    

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