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Brasil

El ultraderechista Bolsonaro gana la Presidencia brasileña con su promesa de mano dura

Logra el 55,42% de los votos. El izquierdista Fernando Haddad se queda con un 44,58%.

Brasilia

El exmilitar Jair Bolsonaro ganó este domingo la Presidencia de Brasil prometiendo mano dura a los brasileños hartos del crimen y la corrupción, en un giro dramático hacia la derecha en la mayor economía de Latinoamérica, informa Reuters.

Con más del 97% de los sufragios computados por el Tribunal Electoral, Bolsonaro lograba un 55,42% de los votos. Su rival, el izquierdista Fernando Haddad, se quedaba con un 44,58%.

El repentino salto de Bolsonaro, machista, homófobo y racista, fue impulsado por el rechazo al Partido de los Trabajadores (PT) que dirigió a Brasil durante 13 de los últimos 15 años y fue desbancado hace dos años en medio de la peor recesión y el mayor escándalo de sobornos y corrupción en la historia del país.

Haddad se postuló en representación del encarcelado fundador del PT y expresidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, pero no logró alcanzar al candidato de extrema derecha después de la primera ronda hace tres semanas.

A muchos brasileños les preocupa que Bolsonaro, un admirador de la dictadura militar brasileña de 1964-1985 y defensor de su uso de la tortura contra opositores de izquierda, pisotee los derechos humanos, limite las libertades civiles y restrinja la libertad de expresión.

Bolsonaro llegó a afirmar hace dos años que "el error de la dictadura fue torturar y no matar".

El exmilitar, de 63 años, ha prometido combatir el crimen en las ciudades y el cinturón agrícola de Brasil dando a la Policía más autonomía para disparar a delincuentes armados y facilitando las leyes a fin de permitir que los brasileños compren armas, una demanda de uno de sus mayores partidarios, el poderoso lobby de los agricultores.

Durante toda la campaña, Bolsonaro mantuvo un estilo provocador. Hace tan solo una semana dio su "pésame" a lo que llamó "prensa vendida" y dijo que Lula da Silva "va a podrirse en prisión".

En contraste, también abrió la puerta a retroceder en propuestas polémicas como la de retirar a Brasil del Acuerdo de París sobre el clima, recogió la AFP.

A menudo apodado "el Donald Trump brasileño", Bolsonaro impulsó su campaña a través de las redes sociales.

A comienzos de septiembre recibió una puñalada en el abdomen que lo mantuvo tres semanas al hospital, pero no lo apartó de internet.

Fortalecido tras el arrasador primer turno en las urnas, mantuvo su estrategia y rechazó acudir a los debates con su rival, redoblando su ofensiva en las redes sociales, donde suma millones de seguidores.

Nacido en 1955 en Campinas, cerca de Sao Paulo, en una familia de origen italiano, este antiguo paracaidista forjó su carrera principalmente en Río de Janeiro, donde fue elegido concejal en 1988 y obtuvo su primera banca como diputado federal dos años después.

Fue durante casi tres décadas un diputado intrascendente, más conocido por su retórica inflamada que por sus logros: consiguió aprobar apenas dos proyectos.

Católico, tiene cinco hijos de dos matrimonios: cuatro varones —tres dedicados a la política— y una niña que, según dijo una vez, significó "una debilidad" de sus capacidades.

Aquella no fue su primera declaración misógina. En 2003, le dijo a una diputada izquierdista que ni siquiera "merecía ser violada". Luego explicó: "No merecería ser violada porque es muy mala, muy fea".

Cientos de miles de mujeres se manifestaron antes de la primera vuelta contra Bolsonaro, pero eso no frenó su ascenso.

También hicieron correr tinta sus declaraciones homofóbicas. En una entrevista con la revista Playboy, en 2011, dijo que preferiría que sus hijos "muriesen en un accidente" a que fueran homosexuales.

De cara a la segunda vuelta, con el Palacio de Planalto más cerca, Bolsonaro intentó mostrar un perfil más amable, como en la publicidad electoral en la que se emocionaba al confesar que revirtió su vasectomía para tener a su hija Laura.

Bolsonaro venció también las reticencias de los mercados, anunciando que, de ganar, nombraría ministro de Hacienda al economista Paulo Guedes, partidario de las privatizaciones y de medidas de austeridad para sanear las cuentas públicas.

Su último golpe maestro fue conquistar a la poderosa bancada del agronegocio en el Congreso y a líderes de iglesias evangélicas, que lo vieron como la mejor alternativa para evitar el retorno de la izquierda.

 

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