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Poesía

Consortes

'Los de allá veo,/ los de ahora,/ los que nacieron/ del fuego en Troya./ Entre los escombros, ciegos/ inmóviles entre las ruinas.'

Woodstock

 

Apaga la luz,
observa el reposo del tiempo
entre ondas congeladas
adornando los vidrios.
Nada falso escapa.
La oscuridad es testigo
de la lucha entre las sombras.
El cortejo se adentra
a espacios afilados,
entre sus dientes
y el firmamento,
la niebla.

Cáscara y fantasmas
se desprenden
sembrando la noche.
Con cuchillo,
punzón,
y tijera
entras al reino.
Muda,
sin forma,
sin piel ni tejidos
así entras.

Crees que estás segura
en este augurio
de señales que trazan
la apoteosis.
Estamos al borde,
al borde siempre
de esa risa inocente,
de creencia en leyes temporales.
Odiseo,
Homero a Ítaca vuelve
aunque con miedo.

Los de allá veo,
los de ahora,
los que nacieron
del fuego en Troya.
Entre los escombros, ciegos
inmóviles entre las ruinas.
Estuve en Troya,
pisé a Ítaca,
me devolví a la isla
cuando todos salieron huyendo
hacia los barcos.
Corté maletas,
mi ropa dejé atrás.
Roma esparcida,
como aura tiñosa
roe desperdicios.
La isla en que nací está destruida
para mí,
no para ti.
He contado edificios carcomidos,
cerberos sin pieles en las calles,
verdes hombres
que al paso cortan hasta piedras.
Una isla
donde el mar azul me hablaba,
donde su latido igual me alcanza
aunque no tenga residencia en el océano.
Isla viva,
que el ocaso no llegue.
De ti salen copias de reptiles osados,
espíritus que repiten
un tanto fustigados
la caída de tus muros,
los tantos sanatorios
donde viven los cuerdos.
Donde voy
la niebla no me deja avanzar,
espía mi corazón
que ya se ha vuelto líquido
de tanta espera.

En la distancia entablo
la conversación con sordomudos.
Las mujeres de Troya tratan
de aplacar el fuego.
Acompáñame,
dime que si vuelvo
los insectos no olerán
mi perfume putrefacto.
Rómpanse tímpanos de hiel,
auténtica agonía de gente
que no tiene,
que suda sin parar,
que se levanta al campo
sin dientes
ni espejo.
Mira adentro lo que ha pasado.
No, Homero no dirá sus versos,
ni mirará la isla,
la Troya desvastada
como hizo en otros tiempos.
Héctor es cada hombre
desplazado en el círculo
de aqueos.
En esas tierras, cortes y círculos
lamentos, bultos, peticiones.
La huida deseada en cada lengua,
en esas frasecitas que desdicen
el desarticulado golpe de los labios.
Si hay protesta, hay sangre
y barrotes en cajas solitarias.
El reino de los locos,
penumbra de demonios.
¿Qué poder les dio esa religión
que han copiado de cíclopes?

La niebla ha dejado que entre
por fin.
Tengo náusea,
tengo escalofríos,
tengo miedo a enceguecer.
Mis ojos permanentemente abiertos
entre dos mundos preguntan
a esa reina de consortes,
imagen que atrae y desquicia,
¿no ves la trampa en esa condecoración
de los reptiles?
Hay peligro,
quítate las plumas,
quítate el vestido,
rápate el pelo y di
la palabra asesino.
Dentro de tu camastro
no te acurruques con tus panteras.
La azotea debes abandonarla,
corre que el fuego ya está cerca.
No mientas por pena,
no mires la llama
y tampoco creas que puedes
apagarla.
Espanta, troyana, quítate todo
y huye.
Esos galardones del templo
del brujo inservible
revolcado en la arena
y el plasma
injertarán remolinos
que han de cortar
tus manos.
No descartes
la claridad de la noche.
No te pierdas porque te alumbra ahora.
A veces a tu lado, a veces en el otro.
La luna también traiciona.

 


Magali Alabau nació en Cienfuegos en 1945. Sus últimos libros publicados son Volver (Betania, Madrid, 2012) y Amor fatal (Betania, Madrid, 2016).

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