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Emigración

Muerte, estafas, abusos: sigue el drama de los cubanos en la frontera Colombia-Panamá

Esta es la historia de Luis Alberto Ávila García y de otros emigrantes que, con todo en contra, perseveran en su objetivo de llegar a EEUU.

Turbo

En agosto de 2016, en la localidad de Turbo, Colombia, 86 emigrantes cubanos se agolparon frente a las oficinas de Migración para exigir un trato digno. Esa protesta dejó al descubierto el drama sufrido por cerca de 6.000 isleños que durante meses llegaron a la región para intentar cruzar la peligrosa frontera con Panamá en un viaje hacia Estados Unidos.

La fuerte presión internacional y de la prensa hizo que Colombia y Panamá flexibilizaran el trato a esos emigrantes y la mayoría logró su sueño de llegar a Estados Unidos, pero ahora las reglas se han endurecido de nuevo.

Según datos aportados por la administración del muelle de pasajeros del Waffe, en Turbo, entre el 1 de enero y el 25 de noviembre de 2017, un total de 790 cubanos salieron de forma legal desde allí hacia la localidad colombiana de Capurganá, fronteriza con Panamá. Pero desde el 26 de noviembre la guardia panameña redobló los controles para interceptar isleños en la frontera, y Migración Colombia dejó de expedir los salvoconductos que permitían a los cubanos el tránsito hasta el vecino país.

Este cambio ha abocado a decenas de cubanos a confiar sus vidas a los traficantes de personas y aventurarse por rutas aún más peligrosas que la llamada Montaña de la Muerte, de la selva del Darién. Hoy a ningún emigrante se le vende boleto para viajar de forma legal a Capurganá. La causa es la falta del salvoconducto colombiano.

Como "El Paso de la Muerte" es conocido el trayecto de 80 kilómetros que separan Capurganá y la localidad panameña de Metetí. En él han perdido la vida decenas de emigrantes. Los cubanos —a diferencia de los africanos, asiáticos o latinoamericanos—, además de sortear la muerte, los peligros de la selva, los robos y a los grupos armados ilegales, sufren la persecución del Servicio Nacional de Fronteras de Panamá (SENAFRONT).

En endebles embarcaciones de madera, sin la mínima seguridad y pagando 250 dólares, los cubanos se aventuran en mar abierto o intentan sortear los controles migratorios por peligrosas trochas que atraviesan la selva del Darién. Algunos, solo logran una anónima lápida marcada con las siglas NN, como la bebé de 18 meses y su padre que murieron ahogados el pasado 26 de marzo en Puerto Obaldía, Panamá.

Los tres intentos de Luis Alberto Ávila

En su primer intento, a Luis Alberto Ávila García solo le tomó un mes cruzar nueve países. Al llegar a Turbo le fue fácil adquirir su salvoconducto, lo que le permitió comprar un boleto con destino a Capurganá por solo 23 dólares. Así le fue fácil llegar a Ciudad de Panamá y continuar su viaje sin mayores contratiempos.

En diciembre de 2016 arañó su sueño americano en la frontera estadounidense. Pero en Tapachulas, México, fue detenido y, después de dos semanas en los calabozos del centro de detención migratoria Siglo XXI, fue deportado a Cuba.

En ese intento Luis casi pierde la vida. Cuando cruzaba el río Tuira, en Panamá, una crecida se les vino encima. Él nadó con fuerza y logró llegar a la orilla, pero a los dos ecuatorianos que venían detrás "se los tragó el río". Ese recuerdo a veces lo asalta en las noches.

Obsesionado con llegar a Estados Unidos, Luis salió nuevamente de Cuba el 11 noviembre de 2017. Esta vez tenía estrategias para evadir los controles en México, pero al llegar a Turbo se encontró con que Migración Colombia ya no expedía salvoconductos y supo que en Panamá las autoridades habían desplegado puestos de control fronterizos para capturar a los cubanos.

Durante dos días, Luis deambuló por las calles de Turbo intentando contactar un "coyote" (traficante de personas). Un joven en moto lo recogió en el parque aledaño al muelle del Waffe. Sin mediar saludo, le pidió 20 dólares y le ordenó subirse. La moto dio varias vueltas por calles embarradas y paró en una esquina sin iluminación. De la oscuridad salió otro joven, de no más de 20 años, que con voz áspera le dijo "sígame".

Luis fue llevado a una pequeña habitación de madera, techo de lata y sin ventanas, en la que había otros emigrantes hacinados. 250 dólares le costó ser parte de ese grupo que en cualquier momento partiría hacia Capurganá.

Una madugada, a las 4:00, fueron llevados a una playa de Turbo. En silencio total, el coyote hizo subir a 28 emigrantes en una frágil embarcación de madera y partieron. A los 30 minutos apagaron el motor de la pequeña nave y soltaron ancla en alta mar. Luis vio el sol salir y ocultarse achicando agua.

Ya entrada la noche hicieron transbordo a otra embarcación con un motor de 200 caballos de fuerza. Con fuerte oleaje y lluvia nevegaron durante cuatros horas por el Golfo de Urabá. Cuando Luis pensó que ya no podía ir peor, el capitán les anunció a gritos "nos quedamos sin combustible. Iré al pueblo y compraré gasolina".

Con la mano señaló la playa y les ordenó nadar, no sin antes prometerles que en la mañana los rescatarían.

Cuando todos se habían lanzado al mar, el motor rugió de nuevo y Luis, desconcertado, vio perderse la lancha en el horizonte. 15 minutos, que fueron eternos, les tomó alcanzar la playa. Al ver llegar el mediodía sin que nadie los rescatara los emigrantes decidieron buscar el poblado de Capurganá.

Según datos de la Capitanía de Puerto en Turbo, en lo que va de 2018 la Armada Nacional de Colombia ha rescatado 433 emigrantes en altamar o abandonados en las playas. Asimismo, ha practicado 24 detenciones e inmovilizado 12 embarcaciones.

Después del rescate, los emigrantes reciben atención médica, hidratación, alimentación y en algunos casos ropa. Después son entregados a Migración Colombia, que los libera tras firmar una "deportación voluntaria". Ese documento los compromete a abandonar el país en diez días.

DIARIO DE CUBA acompañó en un operativo de interdicción marina a la Armada Colombiana y habló con emigrantes rescatados. Esto permitió comprobar el trato digno por parte de los guardacostas, acorde a los tratados internacionales firmados por Colombia.

Tan pronto llegó a Capurganá, Luis contacto al "guía" —como llama al coyote— que lo llevó a pasar la frontera en su primer intento. A su juicio, es hombre de palabra, no estafa a los migrantes y a algunos los ha ayudado a cruzar sin dinero.

"¿Quién los mandó a venir a Panamá, cubanos de mierda?"

Tres días les tomó llegar al pie de la "Montaña de la Muerte" siempre caminado de noche y en jornadas de seis horas, para evadir los controles. El quinto día, al llegar a Metetí, en Panamá, el deseo incontrolable de comunicarse con su familia y decirle que había pasado bien el Tapón del Darién lo delató. El mismo campesino que le había ofrecido ayuda para comprarle el chip telefónico reveló a la guardia panameña su refugio.

Luis fue llevado al centro de SENAFRONT en Metetí, donde recibió atención médica y alimentos. Llegada la noche, uno a uno, 12 emigrantes fueron llamados a firmar un documento en el que certificaban el buen trato de las autoridades panameñas. Cuando todos lo hicieron, les ordenaron seguir a un guardia, "y ahí empezó el infierno".

El grupo fue encerrado en un calabozo de dos por dos metros. Cinco días estuvo sentado Luis sin poder estirar lo pies. "Solo nos daban agua y, cuando les pedíamos comida, la respuesta era: '¿quién los mandó a venir a Panamá, cubanos de mierda? Acá nos lo queremos'".

Luis dice que poco recuerda de aquellos cinco días. Menciona la alta temperatura y los escalofríos por culpa de la virosis que infectó a varios de los emigrantes. Cansados de tanto maltrato, una noche estalló la protesta.

Según su relato, en la mañana todos fueron sacados a golpes, incluida una mujer embarazada. "¿Por qué las autoridades panameñas me trataron tan mal? Yo no soy un bandido", lamenta Luis y rompe en llanto.

Migrante experimentado

Es domingo en la mañana y Luis camina por las estrechas calles empedradas de Capurganá. A lo lejos ve acercarse una silueta conocida, piensa que la mente le juega una mala pasada, pero el grito "primo" le aclara la cabeza. Es Damián, su familiar, que acababa de llegar.

El lunes Damián intentará llegar a Panamá por agua. Ha invitado a su primo a ir con él, pero Luis no acepta, para él es imposible continuar su viaje sin Yoilis, su compañero de tragedias durante cinco meses.

En la pequeña habitación de un hotel pasan el día entre consejos de Luis y preparando el morral de Damian. En una hoja de cuaderno, el emigrante "experimentado" ha dibujado un mapa y, al margen, ha colocado indicaciones: "apenas bajes la montaña te encontrarás un gran tronco; toma a la derecha, camina unos 200 metros y llegarás a la carretera". Damián guarda el papel en una pequeña cartera de plástico que guinda de su cuello.

Entre un fuerte oleaje y protegida por la oscuridad, la pequeña embarcación inicia su viaje. Durante tres horas los emigrantes tratarán de evadir a la guardia panameña y a la colombiana. Un segundo antes de que la lancha se pierda en el horizonte, Luis grita a Damián: "que tus Orishas te protejan".

Luis lleva ahora un mes "varado" en Capurganá. Allí, al igual que otros diez cubanos, ha encontrado la solidaridad de gente humilde. A cambio de ayuda en las faenas diarias, a los emigrantes cubanos no les ha faltado un plato de comida y un techo donde pasar la noche y guarecerse del clima. Pero el plan sigue siendo cruzar la frontera o "morir en el intento", avisa Luis.

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