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Política

'Batallas de ideas' en Lima

Con el repliegue del populismo es inaceptable que las dictaduras castrista y chavista siga participando en las cumbres junto a gobiernos democráticos del continente.

Los Ángeles

Una guaracha del dúo cubano Los Compadres debe estar sonando luego de la VIII Cumbre de las Américas en los oídos de Raúl Castro y la cohorte de oportunistas y represores de la nomenklatura dictatorial. La guaracha decía: "Como cambian los tiempos, Venancio, qué te parece…"

Y sí que cambian, aunque deben cambiar más aún. En esta cumbre el jefe de la delegación de EEUU no se reunió con su homólogo de Cuba (como Obama sonriente con Raúl Castro), sino con Rosa María Payá. El secretario de Estado en funciones, John J. Sullivan, y el embajador de EEUU en la OEA, Carlos Trujillo, no conversaron con funcionarios castristas, sino con opositores cubanos.

Sin embargo, la cumbre no fue capaz de llamar al rompimiento de relaciones diplomáticas con el régimen de Caracas, o de aprobar sanciones, o de redactar una contundente declaración a la dictadura chavista, y la cubana.

Castro II y su Junta Militar sabían que el ambiente en Lima sería diferente. No fue inesperadamente que el dictador decidió no asistir. Nunca pensó ir. Desde que Maduro fue rechazado, el General trazó su estrategia. No iría siquiera el primer vicepresidente del país, y reforzó con esbirros del MININT y de las Brigadas de Respuesta Rápida la representación de la "sociedad civil" en la cumbre.

La no asistencia del tirano se evidenció con el boicot grotesco que realizaron las turbas "civiles". Interrumpieron actividades oficiales e insultaron, no ya a los cubanos opositores al régimen, sino al secretario general de la OEA. Luis Almagro, a quien le gritaron "traidor", "vendepatria", y "agente de la CIA". Al secretario de la OEA en 2015, el procastrista José Miguel Insulza, no lo insultaron.

Pero fue lo mejor que hicieron. El mundo entero percibió ese comportamiento como el pataleo de quien no tiene idea ni proyecto alguno que defender. Esos apandillados eran puros oportunistas. Ninguno cree en el castrismo. Solo quieren ganar puntos ante la élite dictatorial para ser ascendidos en la escala política y las prebendas económicas de la dictadura. 

'Yo soy Fidel'

El propio canciller Bruno Rodríguez solo busca ganar méritos para ver si llega a presidente. Defendió al régimen de Maduro y repitió que la tiranía no se va a mover "ni un milímetro". Todo muy democrático. ¿Cómo podía hablar sobre Gobernabilidad democrática frente a la corrupción, tema de la cumbre, en representación del régimen más corrupto de la región, y de una tiranía de 60 años?

Las huestes castristas hicieron en Lima lo único que saben hacer: boicotear, agredir, insultar, amenazar, repetir consignas estúpidas. Esa es la "batalla de ideas" que aprendieron de su líder, allí también presente cuando gritaban "Yo soy Fidel". Y era cierto que era Fidel quien los guiaba. Eso fue lo que enseñó a las masas.

Fidel entró en la política pistola en mano, a tiro limpio, matando, intimidando a balazos a sus rivales, como pandillero de la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR), una de las más sangrientas bandas político-criminales del país. Por eso cuando quiso ingresar en el Partido Ortodoxo fue rechazado por Eduardo Chibás, quien argumentó: "No quiero gangstersen el partido". Solo a insistencia de José Pardo Llada luego fue aceptado.

A ello se sumaron sus ideas fascistas, su admiración por Mussolini y Primo de Rivera, y que recitaba de memoria fragmentos del Mein Kampf de Hitler, y la lectura de algunos libros de Marx y Lenin, en especial El Estado y la revolución, y su admiración por Antonio Guiteras, nacionalista de izquierda y terrorista. Con esa amalgama política teórico-práctica encima fue que asaltó el cuartel Moncada, subió a la Sierra Maestra, y tomó el poder. Ello explica su comportamiento autoritario y delincuencial como jefe de Estado. 

Castro gobernó a base de puñetazos en la mesa, imponiendo su voluntad a todos. No aceptó que el Partido Comunista estuviese por encima de él y de las fuerzas armadas. Invirtió el principio marxista-leninista del "centralismo democrático" (la minoría acata la voluntad de la mayoría) en el PCC y era él quien imponía su voluntad a la mayoría. Enseñó a no aceptar críticas ni respetar otras opiniones, y que quien no es "revolucionario" es un "gusano"(palabra tomada de Hitler) depreciable, un enemigo al hay que eliminar, humillar, o apalear. Eso fue lo que hicieron sus "tropas de choque" en Lima.

El consenso paraliza

En la VIII cumbre, sin embargo, si bien se vio el declive del populismo de izquierda y un reverdecimiento de los valores de la democracia liberal, también es cierto que no hubo consenso para actuar en concreto, como debió suceder, ante la trágica situación humanitaria que sufren los venezolanos.

Varios factores explican esa inacción. Ante todo, la OEA, con Almagro al frente, debe poner fin a la práctica de que las decisiones en las cumbres sean tomadas por consenso y no por votación. Eso suena muy bonito, pero no funciona.

De las ocho cumbres realizadas, seis de ellas, desde la segunda en Santiago de Chile en 1998, hasta la VII en Panamá, se efectuaron bajo los gobiernos populistas de izquierda, que llegaron a ser 13 en 2011. La OEA, dominada por Caracas durante el mandato del socialista Insulza, veía con buenos ojos lo del consenso, aunque realmente en aquel entonces la izquierda no lo necesitaba, pues era mayoría.

Empero, ahora es al revés, son pocos los gobiernos populistas pero tienen de hecho poder de veto. No se puede aprobar nada contras las dictaduras de Venezuela y Cuba pues no hay consenso. Se oponen Bolivia, Nicaragua, El Salvador, Venezuela, y probablemente Uruguay, así como varias islas del Caribe que reciben petróleo venezolano barato.

Con el consenso, las cumbres de las Américas sirven solo para hacer declaraciones no muy comprometedoras, y punto. Se parece al derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, que por el veto de los cinco miembros permanentes casi siempre resulta inútil.

También por el consenso es que Cuba va a las cumbres. Bajo el dominio chavista en la OEA, y con Obama en la Casa Blanca, se decidió que no importaba que los Castro jamás se habían sometido a las urnas. Los invitaron a regresar a la OEA. Y a asistir a las cumbres.

Pero basta ya, ha cambiado la correlación de fuerzas a favor de la democracia y el respeto a los derechos humanos. Gobiernos populistas izquierdistas quedan apenas cinco remanentes sin mucho peso político. Bolivia, Nicaragua, Venezuela, El Salvador y Cuba tienen 45.9 millones de habitantes, pero en Latinoamérica hay 625 millones. O sea, son castristas los gobiernos que representan a solo el 7% de los latinoamericanos y caribeños.

Y nadie se atreve a tocar al castrismo. ¿Por qué? Por dos motivos: 1) el temor de los gobiernos y de las fuerzas democráticas al agresivo poder movilizador y desestabilizador de los partidos y organizaciones de izquierda, y 2) porque no pocos presidentes y políticos no quieren buscarse problemas con la izquierda y más bien quieren complacerla para obtener votos en los procesos electorales. Así de simple.

Entre este año y el próximo habrá elecciones en trece países latinoamericanos, incluyendo los más grandes y populosos. En México puede que gane la presidencia el populista Andrés Manuel López Obrador, pero en Brasil, Argentina y Colombia es poco probable que se produzca ese fatal retroceso. Ni en otros países tampoco.

Con el repliegue del populismo es inaceptable que la dictadura castrista siga participando codo a codo con los gobiernos democráticos y no sea sometida a sanciones, y que tampoco se tomen medidas drásticas contra la dictadura chavista.

En fin, los tiempos han cambiado. La cumbre lo demostró al castrismo y al chavismo. Pero deben cambiar más para extraer ambas espinas del continente.

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