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Política

Argelia, ¿hay un piloto en el avión?

Peligran los intentos del Gobierno cubano de hallar un sustituto de Venezuela como proveedor de combustibles.

Madrid

"La Momia", "El Cuadro", "El Muñeco", los apodos no faltan en Argelia para referirse al presidente del país, Abdelaziz Buteflika, quien ostenta el cargo desde 1999. 

La burla es apenas uno de los síntomas de un descontento popular que puede poner contra las cuerdas al Gobierno de un país donde el régimen cubano tantea la posibilidad de encontrar fuentes de suministro de petróleo alternativas a Venezuela.

Así, desde el 22 de febrero, después de que se hiciera pública la intención del jefe de Estado de postularse a los comicios del próximo 18 de abril para asegurarse un quinto mandato consecutivo, manifestaciones multitudinarias se suceden en las principales ciudades argelinas bajo el lema "Buteflika, vete ya".

Y es que el mandatario, actualmente hospitalizado en una clínica en Suiza, sufrió en 2013 un derrame cerebral que le impidió hacer campaña para las presidenciales del año siguiente.

Desde entonces no habla en público, se mueve en una silla de ruedas empujada por un acompañante y sus apariciones públicas son inusuales, reducidas a las imágenes grabadas por la cadena estatal con motivo del consejo de ministros o de visitas de altos dignatarios extranjeros.

Una trayectoria de peso

Buteflika es una figura clave en la historia contemporánea de Argelia. Integró las filas del Frente de Liberación Nacional (FLN) durante la guerra de descolonización contra Francia y tras la independencia, en 1962, fue sucesivamente ministro de la Juventud y el Turismo y, sobre todo, ministro de Relaciones Exteriores entre 1963 y 1979, convirtiéndose en uno de los principales portavoces de los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo y del grupo de Países No Alineados.

Después de varios años de eclipse, aupado por el FLN y el Ejército, fue elegido en 1999 presidente de Argelia. Sus dotes de negociador le propiciaron garantizar el fin de la guerra civil entre islamistas y laicos que, entre 1992 y 1999, se saldó con más de 100.000 muertos. 

La contención de la amenaza islamista es de hecho una de las bazas que hace que el régimen argelino cuente con el beneplácito de las potencias occidentales, pese a sus rasgos autoritarios. Otro factor que incide en ello es que Argelia es un proveedor clave de hidrocarburos de la UE (en particular, de países como Italia, Francia y España).

Bajo la gestión de Buteflika el país también logró cierta estabilidad económica, lo cual le permitió al régimen sortear con relativa facilidad las revueltas populares que marcaron el mundo árabe entre 2010 y 2013, acudiendo a una política de créditos y subsidios.

A la vez el mandatario logró invertir a su favor la relación de fuerzas con el Ejército y los Servicios de Inteligencia, pilares del poder en el país magrebí, convirtiéndose en el hombre todopoderoso del régimen. Un poderío extraordinario que ahora gestiona su entorno y, en particular, su hermano, Said Buteflika, de 61 años, que oficia como consejero presidencial. 

Un problema de sucesión

Ahora bien, en un país donde el 45% de la población es menor de 25 años, el hartazgo ante el inmovilismo político y el estancamiento económico, encarnado por un presidente fantasma, ha ido creciendo continuamente en los últimos años.

El panorama económico, en particular, es preocupante. Tal como precisa la politóloga Dalia Ghanem-Yazbeck, en el diario francés Libération, debido a la caída del precio del petróleo, las reservas en divisas del país han disminuido en seis años de 194.000 millones de dólares a 96.000 millones de dólares. De igual modo, las inversiones internacionales han caído de 140.000 millones de dólares en 2014 a 52.000 millones de dólares en 2017.

A la vez, el crecimiento económico queda en un modesto 1,6%, mientras que la tasa de desempleo es del 13,2%. El endeudamiento del Estado se ha disparado de un 8% del PIB en 2015 a cerca del 50% en la actualidad. Además, el déficit presupuestario ronda alrededor del 8% del PIB.

Con semejante escenario, Ghanem-Yazbeck considera que, a diferencia del periodo de la primavera árabe, el Gobierno carece de recursos para la "compra de la paz social".

En cierta medida, la postulación de Buteflika a un quinto mandato apunta a un problema de sucesión no resuelto y también a una subestimación del hartazgo de la ciudadanía con un presidente convertido en la marioneta de su entorno.

Durante las dos últimas décadas, las luchas intestinas en los círculos de poder se han saldado con la victoria de los allegados de Buteflika, pero han impedido la emergencia de otra figura capaz de suscitar el consenso en las altas esferas del régimen. De ahí la insistencia en conservar al mandatario.

Sin embargo, la magnitud de las protestas de estos días ha significado una seria advertencia para quienes pretenden mantener el statu quo. Así, por primera vez desde el inicio de las manifestaciones, este domingo el presidente argelino o, más bien, su equipo se dirigió a la población en una carta leída por su director de campaña, Abdelghani Zaalane.

En ella el presidente se compromete, una vez elegido, a concretar toda una serie de pasos: la convocación de una conferencia nacional con el conjunto de las fuerzas políticas y la sociedad civil, la adopción de una nueva Constitución y de medidas en favor de una redistribución más justa de las riquezas y en contra de la pobreza y la corrupción y, sobre todo, la organización de una elección presidencial anticipada, en la que no participará, y confiada a un mecanismo independiente admitiendo de hecho que las elecciones en el país, pese a la existencia de otras formaciones políticas, distan de ser imparciales.

No obstante, es poco probable que estas promesas logren calmar los ánimos en la calle, pues parecen destinadas a ganar tiempo para asegurar el relevo de un presidente inoperante y, sobre todo, a mantener los resortes de un régimen opaco, nepotista y con fuertes rasgos de autoritarismo.

La salida del escenario de Buteflika podría también significar el retiro definitivo de la vieja guardia del poder argelino, que sostiene vínculos históricos con el régimen cubano, lo cual podría lastrar los intentos del Gobierno de la Isla de hallar en Argelia una alternativa a Venezuela para su abastecimiento en combustibles.

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