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Teatro

Un musical en La Habana silente de hoy

Al novel director argentino Iván Belaustegui le han cedido el teatro Fausto, desbaratado hace rato, para que lo repare y sea la sede de su compañía.

La Habana
'Alma. La revolución de un sueño'
'Alma. La revolución de un sueño' Cubarte

Con bastante entusiasmo de un público gremial, que parecía conocer no solo la dimensión artística de la danza sino a los bailarines mismos, se estrenó este fin de semana en La Habana el espectáculo "musical-danzario" titulado Alma. La revolución de un sueño.

La pieza está dirigida por el fotógrafo argentino Iván Belaustegui, quien ha venido de Miami a La Habana para triunfar. Se trata de una puesta que apela a la reivindicación racial y en la práctica comercia con el folklore afrocubano  y una historia de Cuba bastante turística. Cuenta la peripecia de una guerrera africana llamada Alma, que es traída como esclava a las Antillas, es abusada, después se libera y florece con su gente en su nueva tierra. Una narrativa muy sencilla, como suele suceder en esta forma de arte, que alegremente sugiere una guerra racial en Cuba (como sí la hubo en Argentina, más bien un exterminio) y una tribu feminista en África.

Lo que importa es la danza, parece decirnos. En ese sentido el elenco compuesto con bailarines del diferentes compañías —Acosta Danza, el Ballet Nacional de Cuba y Revolution— es de primer nivel. Aunque hay un cierto desequilibrio dramatúrgico (por ejemplo, en la justificación de las escenas finales, que llegan después de un lirismo que parecía climático, para alegrarnos de cualquier manera con rumba, conga y son, porque así estamos de contentos) hay escenas muy logradas.

Entre los mejores momentos de la puesta es probable que estén aquellos que apelan al teatro de sombras para contar la lejana historia del África, o aquel que representa la travesía hacia el nuevo continente, donde se crea un barco esclavista en escena que parece bailar con los actores. También hay intervenciones de acrobacia interesantes.

La música, en cambio, es probable que haya tenido aspiraciones mayores a su resultado: basada en una investigación, más aguda que la del relato, sobre las circunstancias históricas de lo que se refiere y con la participación de cerca de 100 instrumentistas, el producto final no es memorable. A pesar de tratarse de un musical, no es el sonido el protagonista, sino que funciona más bien como un acompañamiento a la danza. Las canciones elegidas ya existían en la tradición afrocubana; el grueso (instrumental) cumple con su papel de ayuda dramática, pero no más.  

No es muy diáfano el cálculo de venir a medrar a Cuba en un momento en que todo el mundo sale despavorido de la Isla. El fotógrafo argentino Iván Belaustegui, en una entrevista a La Jiribilla, declara su ilusión sobre la estancia y al mismo tiempo la negación pragmática de ese sueño: le seduce de los bailarines insulares su talento y el hecho de "los muchachos que deciden quedarse aquí y no redirigirse hacia otros mercados: se quedan aquí porque saben que van a ser mucho mejores bailarines que en otros lugares". Sin embargo, se prepara para el probable éxodo que le espera cuando comiencen las giras internacionales: "Obviamente tenemos que desarrollar un segundo elenco, en caso de que surjan imprevistos cuando estemos de gira fuera del país. Tengo que contar con un segundo elenco mixto para cualquier eventualidad".  

A este novel director le han cedido el teatro Fausto, en el Prado, desbaratado hace rato, para que lo repare y sea la sede de su compañía. Alma. La revolución de un sueño se presenta en el Teatro Nacional de Cuba.

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