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Crítica

Para una poética de 'Preso el antílope'

'Barroco y neobarroco, clasicismo, romanticismo, y una zona del conversacionalismo funcionan como un palimpsesto en la singularidad de su poesía": el más reciente libro de Iraida Iturralde.

Bariloche
Antílope.
Antílope. Getty Images

El poemario Preso el antílope, de la reconocida poeta cubana Iraida Iturralde, está a disposición de los lectores en España. Iturralde tiene un largo y fructífero camino recorrido como poeta, y ha sido antologada en España, EEUU y Cuba. En su país de origen, fue incluida en Las palabras son islas. Panorama de la poesía cubana. Siglo XX (1900-1998) (Letras Cubanas, La Habana, 1999), por quien esto escribe, con dos excelentes textos: "Claroscuro" y "Si en el Parque Central las infantas se retratan". En la actualidad, dirige el Centro Cultural Cubano de Nueva York.

Su vida está marcada por un acontecimiento político y antropológico que ha sido muy estudiado en los últimos años, la Operación Pedro Pan (o Peter Pan), cuando fue enviada de niña a vivir a EEUU. Vivir entonces en la otra orilla no fue entonces una opción suya. Sin embargo, aunque escribió un poemario en inglés, Like Love's Lament (2021), su poesía se aviene tanto con la poética neobarroca, como se aprecia en sus primeros poemarios, como, últimamente, con una zona de la poética llamada conversacional (el llamado conversacionalismo lírico, como el que desplegaron el chileno Enrique Lihn o el argentino Juan Gelman, en sus primeros poemarios), central en la poesía del idioma durante las décadas de los años 60 y 70, y que ahora, sobre todo en España, ha conocido un cierto remake con la poética nombrada como poesía de la experiencia (Luis García Montero et al). Puede parecer una contradicción señalar rasgos neobarrocos y conversacionales en su poesía, pero conversación es también la que ocurre, por ejemplo, en muchos poemas de la monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz ("Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba…"), o en ciertos poemas confesionales de Fragmentos a su imán de José Lezama Lima.

Pero Iturralde es bilingüe, algo que el lector atento podrá observar incluso en su poesía en castellano (o viceversa). Ya se sabe que desde Walt Whitman, Ezra Pound y T. S. Eliot, entre otros poetas norteamericanos, esa expresión conversacional, o exteriorista, o de la existencia (como fue llamada en Iberoamérica), fue también muy poderosa en su otra lengua, e influyó fructíferamente en la literatura hispanoamericana. Poseer otra lengua para un poeta es algo muy importante, casi decisivo en su caso porque la adquirió desde la niñez. Recuerdo ahora la sentencia martiana: "Conocer diversas literaturas es el medio mejor de salvarse de la tiranía de algunas de ellas". En la poesía de Iturralde la imagen es primordial; por eso no se aviene con las variantes coloquialistas o antipoéticas del conversacionalismo.

No es extraño entonces que el imaginario infantil insular atraviese, y opere como un substrato profundo, toda su poesía. Repárese en que José Lezama Lima le comenta a Juan Ramón Jiménez que el poeta debe conservar "la riqueza infantil de creación". La rememoración, más que el recuerdo, como que se proyecta desde la imaginación (que siempre es creadora y recreadora), es algo decisivo en su expresión poética.

Preso el antílope, además de las filiaciones y características ya comentadas, es un poemario que, como señala Gustavo Pérez Firmat en su contratapa, "transita entre dos polos: la sociabilidad y la reflexión"; aunque, como también aduce el importante crítico, esos polos pueden confundirse, entreverarse. Cuando Pérez Firmat afirma que sus poemas son "sutiles sin conceptismo, densos sin opacidad", está describiendo de hecho esa marca y ese vaivén que en buena medida es fruto de su bipolaridad lingüística y cultural, pero que también expresan ese singular vaivén entre cierto neobarroco y cierto conversacionalismo. Se debe añadir que esa fisonomía de su expresión se enriquece con la impronta de la cultura de ascendencia judía, tan religada en su antiguo substrato con la española, pero que forma parte significativa de la concurrente cultura norteamericana.

Hay en su poesía como un pudor profundo (algo que acaso es consecuencia también, formalmente, de la impronta de la cultura anglosajona). Aunque Iturralde aborda temas a veces muy sintomáticos e incluso desgarradores (exilio —o esa imaginación de la lejanía—y pérdida de su madre, esposo y padre de sus hijas), y que funcionan como tremendas iniciaciones, la expresión de estos dos cataclismos, nunca es enfática, aunque sí muy profunda. Ese pudor, y cierto clasicismo formal, se lo impiden, aunque pueda escucharse siempre como en sordina un grito semejante a aquel que profirió el extraño Garcilaso de la Vega: "No me podrán quitar mi dolorido sentir", como una suerte de protorromanticismo pugnando por escapar de cierta contención clásica, como puede apreciarse en Preso el antílope.

Precisamente esa fuente antigua (me refiero al clasicismo renacentista) es una las singularidades de su poética, toda vez que su poesía se amista naturalmente con una soterrada y a veces muy explícita poética de la naturaleza. Digo singularidad, porque esa poética cedió paso a otras a partir del modernismo. Pero esa fuente, como en Martí, es transhistórica, es permanente. Hay una naturaleza unitiva, por ejemplo, en "Las Montañas Rocosas se aproximan". Una naturaleza sagrada, como expresaría María Zambrano.

Me he referido a varias poéticas epocales: barroco y neobarroco, clasicismo, romanticismo, y una zona del conversacionalismo, pero es que esas fijaciones estilísticas en realidad funcionan como un palimpsesto en la singularidad de su poesía, que es lo que importa aprehender.

Cuando uno lee la palabra antílope (palabra rotunda, muda), motivo simbólico del libro, el buen lector de poesía sabe que ese animal es su animal. Pudiera haber dicho: Anatolia, Antioquía, Anaximandro, albahaca, y esas palabras también se adueñarían de una prístina, genésica, como nombrada por primera vez, irradiación semántica. Catacresis, decía Alfonso Reyes: nombrar lo que no tiene nombre. Es una criatura inédita, que solo existe de veras en la sobrenaturaleza de su poesía, de su imaginación creadora. Animales simbólicos, como decía Marius Schneider, que son renombrados también como gacela, bestia, ciervo, potro, o simplemente animal.

Por cierto, el poema homónimo, "Preso el antílope", parece poseer cierta afinidad, y acaso no por casualidad, con la poética de aquel poema de Martí, "Académica" ("Ven, mi caballo, a que te encinche: quieren…"); o con la declaración de otro poema martiano: "Contra el verso retórico y ornado/ El verso natural")… Léase, por ejemplo, también su poema "Mística del potro".

Con respecto a su costado metafísico, repárese en "El instante de la luz que se repite", por ejemplo, donde, como un redivivo Quevedo, parece mirar a los niños desde la muerte. Pero, como se aprecia en otros poemas, junto a la sabiduría de la muerte hay como un júbilo tranquilo, una serenidad en la percepción.

Todo el poemario parece encarnar en las confesiones del alma (palabra que no teme escribir): como esa "alma trémula y sola", que "padece al anochecer", del poema famoso de Martí.

Por último, y como una señal para la lectura general del libro, léaselo a la luz de esta cita que preside la sección "Del arte y sus matices", de Pierre Teilhard de Chardin: "No somos seres humanos viviendo una experiencia espiritual. Somos seres espirituales viviendo una experiencia humana".


Iraida Iturralde, Preso el antílope (Verbum, Madrid, 2022).

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